Por Esther Suárez Durán
Rosa Fornés, el nombre artístico –que pasará a la posteridad– de Rosalía Palet Bonavía, nacida en Nueva York el 11 de febrero de 1923, de padres españoles radicados en Cuba, pasó a la gloria definitivamente en la madrugada del diez de junio, a sus noventa y siete años, dejándonos como legado su arte y su inmenso amor por Cuba.
El veintidós de enero de 2001 el teatro cubano se honraría entregándole a ella, junto a su compañera de triunfos, María de los Ángeles Santana, el Premio Nacional de Teatro de esa edición. Tuve la fortuna de integrar esa vez el jurado del premio en compañía de otros admirados colegas. Recuerdo el júbilo que acompañó las breves deliberaciones cuando unánimemente nos percatamos de que teníamos el privilegio de rendir un nuevo homenaje a estas dos grandes de la escena iberoamericana. En 2003 Rosa recibiría el Premio Nacional de Televisión y en 2005 el Premio Nacional de la Música.
Rosita, como la ha conocido el pueblo durante toda su vida, acumuló una carrera inigualable, luego de ser lanzada como joven talento en La Corte Suprema del Arte, de la emisora CMQ –Radio, donde la interpretación de la milonga La hija de Juan Simón le mereció el primer lugar. En calidad de artista aficionada el premio les permitió cantar en espacios radiales en pro de su desarrollo y presentarse en provincias con los otros ganadores. Ella, por su parte, inició su preparación profesional, que no terminaría salvo con la muerte; recibió entonces clases de canto, baile, actuación con artistas rigurosos y afamados como Juan Antonio Cámara, Mariano Meléndez, Eladio Elósegui, Dominicis, Dalmau, Enriqueta Sierra y Margarita Lecuona.
A los dieciséis años, en 1939, el cine la descubrió con el filme Una aventura peligrosa, del reconocido director Ramón Peón, y su filmografía se sucedería hasta 1960, con trece títulos acumulados, mientras de la mano del gran Antonio Palacio, y los maestros Ernesto Lecuona y Miguel de Grandy ella se hizo de una obra en el género lírico – zarzuelas, operetas– y, más tarde, incursionó en la comedia con la compañía del reconocido Mario Martínez Casado. Con la música de Olga de Blanck y los libretos de María Julia Casanova intervino en las dos primeras comedias musicales de la época: Vivimos hoy y Hotel Tropical, estrenadas en el entonces llamado Teatro Auditórium, hoy Teatro Amadeo Roldán.
A partir de 1945 inició su carrera en una de las capitales del arte de esta región del planeta, la Ciudad de México. Hizo cine, teatro, radio, revistas musicales y llegó a ser proclamada Primera Vedette de México, por la Asociación de Periodistas, y más tarde Mejor Vedette de América.
Entre 1947 y 1950 actuó en los Estados Unidos. En este tiempo contrajo matrimonio con el actor mexicano Manuel Medel, tuvo a su hija, la actriz Rosa María Medel, regresó a México y fundaron la Compañía de Teatro lírico Medel-Fornés, con la que recorrieron el país.
Sobrevino el divorcio y Rosita regresó a Cuba en 1952, donde decidió radicarse. Por supuesto que la televisión cubana, que acababa de nacer, en 1950 la reclamó de inmediato. La opereta La casta Susana, bajo la dirección del Maestro Gonzalo Roig, en el espacio Gran Teatro Esso en CMQ-TV fue su debut en el nuevo medio, el reparto lo integraron grandes amigos, entre ellos Antonio Palacios, Miguel de Grandy, Maruja González y los hermanos Martínez Casado.
A partir de ese momento intervino en dramas, revistas musicales, operetas, zarzuelas, comedias, protagonizó espacios musicales fijos y desarrolló un repertorio variopinto de canciones que tuvo su peculiar sello como cancionera. La televisión fue su espacio de preferencia y el medio que colaboró en su enorme popularidad. No obstante, regresó al teatro y fundó una compañía de operetas con la dirección musical de los maestros Gonzalo Roig y Rodrigo Prats, la cual actuó en el Teatro Martí, y estrenó un show en el Cabaret Tropicana, integrado por fragmentos de operetas, mientras continuó haciendo cine con compañías mexicanas y viajó nuevamente a México, Estados Unidos, Venezuela y añadió Honduras, para inaugurar Radio Tegucigalpa.
En 1957 regresó a España, ahora con su esposo, el actor Armando Bianchi, actuaron en el Teatro Cómico de Barcelona y en el Teatro Madrid, de la ciudad homónima, donde la comedia musical Los siete pecados capitales, de Algueró y Montorio, en la cual actuó siete personajes, le deparó un éxito sin precedentes.
En febrero de 1959 volvió a Cuba, dejaba atrás la oferta de un contrato por cinco años y una popularidad ganada en casi dos arduos años de trabajo.
De nuevo en Cuba hizo televisión, también cabaret y teatro. En televisión protagonizó espacios musicales por un largo tiempo a la par que efectuaba presentaciones esporádicas en muchos otros. Intervino en el reparto de las series dramáticas Las honradas y Violetas de agua, y fue presencia frecuente en La Comedia del domingo y el respetado espacio Teatro ICR.
En 1962 integró el núcleo fundador de una importante institución escénica cubana, el Teatro Lírico Nacional. Siguió actuando en producciones musicales para cabaret, esta vez en las pistas de los hoteles Capri e Internacional de Varadero; grabó nuevos discos, intervino en obras del llamado teatro dramático y comenzó a tomar parte en festivales internacionales de la canción (Festival de Sopot, en Polonia y Orfeo de Oro, en Rumanía, además del Festival Internacional de Varadero desde el año ‘67) y en espectáculos musicales cubanos que se presentaron en otras geografías, tales como Variedades de La Habana (1966), Melodías de los países amigos.
En los setenta comenzó una intensa serie de grandes revistas musicales (desde La Fornés Tridimensional, en el Teatro Carlos Marx, en 1977) que se extendieron, luego, como conciertos (Rosa del tiempo) hasta 2007, con el que realizó una generosa gira nacional a sus 84 años de edad.
En el ‘83, con la hornada de nuevos directores, regresó a la pantalla grande de la mano de Juan Carlos Tabío, con la comedia Se permuta. Le seguirán Plácido (1986), Papeles Secundarios (1989), Quiéreme y verás (1994), Las noches de Constantinopla (2001), Al atardecer (2001) y Mejilla con mejilla (2011).
Esta increíble trayectoria ha sido reconocida, entre decenas de galardones, con la condición de Artista Emérita de la UNEAC (1988), y el Premio La Giraldilla, de la Ciudad de La Habana. En 1995 recibió la Orden Félix Varela, que entrega el Consejo de Estado de la República de Cuba. En febrero de 2011, don Juan Carlos I, Rey de España, la distinguió con la Orden del Mérito Civil.
Pero acaso el premio de mayor significación que tiene Rosa Fornés, nuestra Rosita, sea, sin duda, el inalcanzable, el que solo se obtiene con una absoluta voluntad de servicio que no pretende nada más, y es esta admiración y cariño sostenido que le profesa su pueblo, con el que la distinguimos sostenidamente, por décadas, de generación en generación, todos los cubanos.