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«Títeres de hielo»: de la alegría al desconcierto

Domingo en la mañana. Confieso que cuando me encomendaron cubrir el espectáculo Títeres de hielo, del grupo Teatro Viajero, me dio una sensación de alegría, puesto que no había presenciado una pieza titiritera donde las figuras se crearan desde esa técnica. Entonces dejé la resaca dominical a un lado, y me dirigí a la sala Adolfo Llauradó con un zurrón lleno de expectativas sobre el hombro.
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Por Leonardo Estrada

Domingo en la mañana. Confieso que cuando me encomendaron cubrir el espectáculo Títeres de hielo, del grupo Teatro Viajero, me dio una sensación de alegría, puesto que no había presenciado una pieza titiritera donde las figuras se crearan desde esa técnica. Entonces dejé la resaca dominical a un lado, y me dirigí a la sala Adolfo Llauradó con un zurrón lleno de expectativas sobre el hombro.

La obra se estructura mediante tres historias: «Hamlet», «Hielocho» y «Dos en una República», en lo que parecen ser cuadros presentados uno a continuación de otro con aristas varias de un mismo asunto. De antemano, yo leía en el programa: “Tres historias de hielo reflexionan sobre la existencia y el sentido de la vida”. Una frase que en aquel momento no me aclaró mucho sobre la sinopsis de la obra, debido a su sentido tan genérico. Seguí leyendo: “Este tríptico es una oportunidad única y original de cuestionarse el ‘ser o no ser’ siempre universal y personal del pensamiento en acción, de la materia en transformación. Una puesta en escena pionera en construir y animar títeres de hielo”. Tampoco pude confeccionar ninguna idea específica más allá del carácter filosófico y el dato sobre la estética interesante del trabajo escénico; sin embargo, aquello no mellaba mi ilusión: yo, cual gigante del optimismo, construiría mi propio programa de mano con una información clara tras mi visionaje.

Más tarde entendí que uno de los aspectos que tributan a no entender bien la fábula o sinopsis de la puesta es la construcción misma del lenguaje verbal. Hay demasiada hojarasca para enunciar algo concretamente, aportar a la acción dramática desde la progresión y significación. A decir verdad, mi comprensión sobre Hamlet fue bastante limitada, más allá de una provocación acerca del archiconocido monólogo del príncípe de Dinamarca, puesto en la voz de un títere diseñado gracias al hielo. A mi lado, ya a esa altura, una niña bostezaba y otros se entretenían mirando a cualquier lado menos al escenario.

El segundo relato juega con el referente Pinocho, del escritor italiano Carlo Collodi, en un juego con el vocablo “Hielocho” y las dos palabras unidas (Hielo-Pinocho). Solo que ahora vislumbramos al Pinocho marino que ha quedado errante (como en algún momento le sucediera a su contraparte) y expresa su contradicción con su esencia misma, su vida y quienes lo rodean. Aquí también confieso que pasé bastante trabajo para lograr el binomio coherencia-cohesión entre la situación dramática delineada y los textos de Hielocho en altamar. Hielocho habla desde una frontalidad, como si descargara su dolor al unísono, solo que sus parlamentos se quedan en planteamientos cortados y sueltos al azar, los cuales no promueven verazmente el pacto convivial con el espectador. Fuera de esos análisis, a mi lado la resultante era: niños completamente desconectados, padres intentando controlarlos, enfoncarlos hacia la escena.

Para la tercera historia yo contemplaba cómo algunas familias se habían retirado de la sala. Dos máscaras diseñadas como mitades de una misma juegan a negar sus identidades. Hay una relación tejida a partir del cuestionamiento del segundo ente sobre quién es su interlocutor (Eres tonto.”/”No soy, no soy, no soy). Hay como una alegoría referida a lo que nombran como República (¿Tienes miedo a?) y sus tensiones gracias al poder con que cuenta. Agradecí, ciertamente, el diseño de las máscaras, el contraste entre uno y otro personaje, alguno que otro bocadillo; pero me distanció un poco la incapacidad para construirme un discurso autónomo del planteamiento del tema.

Títeres de hielo se advierte como una pieza con aires modernos, pero necesita una mejor construcción dramatúrgica de cada uno de los núcleos o cuadros que conforman el entramado espectacular, pues se nota demasiada dispersión entre sus partes, a merced del asunto tratado. Igualmente, yo me preguntaba a qué tipo de público se dirige la pieza. Difícilmente, a niños o adolescentes; adultos, quizás. Para los primeros considero inverosímil, porque se connota demasiado el valor del texto en términos semánticos, con tanta carga filosófica y palabra por encima de la imagen. De todas maneras, si atañe a los adultos, pensemos que se dirige a un sector harto restringido con un coeficiente intelectual y cultural bastante elevado, por así decirlo. Entonces, quizás si los paradigmas de enunciación se desbarroquizan un poco, se limpian las zonas indeterminadas, mejore el marco receptivo y comunicacional. Dos, la utilización de los lenguajes empleados, dígase la banda sonora o escenografía, a veces caen en demasiadas reticencias o errores técnicos en la relación historia/tipo de recurso. Por ejemplo, muchas veces la voz en off entraba para remarcar desde un poema lo mismo que ya había dicho o entredicho el personaje. Los objetos: mesa, barco, contienen un realismo del diseño que se aleja del tono poético/filosófico del montaje.

Tres, desde el punto de vista estético, el hielo representa una visualidad diferente, creativa. Ahora bien, ¿existe una verdadera relación conceptual entre este material y la narración? En mi opinión la historia que más rapport guarda es la tercera, en términos de discurso, tipo de lenguaje, tono, ejecución… Las anteriores ostentan una dinámica completamente aislada de una relación orgánica entre concepto de la historia y concepto visual.

Por último, cuidar la manipulación de las figuras. Las máscaras llevan una tipología de rostro y movimiento específico. El monólogo debe progresar a nivel gestual, quizás buscar otros recursos como pueden ser el uso de las diagonales, giros y cadenas de acciones específicas, donde también se refleje el carácter poético, reflexivo del texto. Subrayar además que el momento cuando la actriz y directora Carmela A. Nuñez rompe la cuarta pared para buscar a alguien del auditorio, está fuera de la convención creada hasta ese instante.

Así terminaba mis apuntes. También una mañana de domingo para ver una obra que desde su enconmienda había dotado de interés y deseo mi visionaje, aunque la realidad me llevó hacia otros sentimientos.

Tomado de La Jiribilla

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