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Yaima, Tonguita y el secreto de atrapar corazones 

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Por Yelaine Martínez Herrera

Casi nadie la conoce por su nombre: Yaima Guerrero. Desde que llegó a su vida una traviesa, ocurrente y cariñosa compañera, colándose en su piel, todos la llaman Tonguita, el personaje que encarna, esa que deviene sencillamente una tonguita de cosas buenas.

Aunque tiempo atrás no se imaginaba sin un títere entre manos, después de la llegada de la figura clownesca no solo se ha redescubierto como actriz, sino que ha marcado muchos corazones. Y lo ha hecho desde la escena de un teatro, pero también desde el barrio e, incluso, en el hospital pediátrico provincial Mártires de Las Tunas y la casa de niños sin amparo filial ubicada en el centro histórico de esta urbe oriental, en esos últimos casos por iniciativa propia.

Tras el aparatoso vestuario y los vivos coloretes, se encuentra una muchacha capaz de llorar tras una pregunta relacionada con su labor o cuando una niña en silla de ruedas resulta entre los mayores fans del programa Limonada (que ella protagoniza) y se le ve sonreír del lado de acá de la pantalla, aunque por su enfermad apenas hable.

«Uno hace todo esto lleno de motivación, pero no sabe a ciencia cierta el impacto que puede lograr», confiesa la actriz con una sonrisa que hace olvidar por momentos a la otra mitad, «la picaresca». Conversar con ella siempre es un deleite porque la pasión aflora, la alegría y misticidad del teatro le acompañan…

Yaima, ¿cómo fueron tus inicios profesionales en el arte de las tablas?

Realmente soy graduada de Cerámica en la otrora existente Academia Profesional de Artes Plásticas de Las Tunas. Resulta que en mi tesis hice una historieta para niños y unas amistades la llevaron a obra teatral. En ese proceso, estuve involucrada con los pequeños y, aunque antes había trabajado informalmente para este público, a partir de ahí se me hizo habitual fusionar las artes plásticas con las escénicas.

Luego, inicié en el guiñol Los Zahoríes. Era un mundo desconocido para mí, pues anteriormente me vinculaba más con la actuación en vivo. Así conocí técnicas de manipulación, tuve la posibilidad de evaluarme y trabajar al lado de los fundadores del guiñol, a quienes veía actuar cuando era una niña.

¿Cómo ocurre la metamorfosis entre la titiritera y la actriz clown?

Fue un proceso que se consolidó al entrar al grupo Teatro Tuyo, que dirige Ernesto Parra. Aunque lo primero que hice fue una obra de títeres, tuve la oportunidad de participar en la emblemática pieza Parque de sueños y, en lo adelante, casi no cogí un muñeco entre manos. Durante más de una década integré ese colectivo, que aportó mucho a mi formación.

Sé que la obra Narices en particular marcó tu desempeño…

Con Narices fui feliz porque -además de trabajar como actriz- realicé los vestuarios, que eran excesivamente trabajados y caracterizaban a cada personaje en particular. Nunca olvidaré esa experiencia.

Imagino que no concibas tu vida sin Tonguita. ¿Qué significa el personaje para ti?

Curiosamente existía desde antes de entrar al guiñol, pues nació en una iglesia. Con su nombre me refiero a una tonga de cosas bonitas. Pero sin dudas el personaje creció con Parque de Sueños y se afianzó en Narices.

En la vida tenemos un propósito por cumplir para lograr la plenitud. Nadie sabe lo que siente un actor cuando ve que los niños ríen y aplauden. Yo pienso: ¡Wao!, estoy llegando. Uno solo quiere tocar ese corazón, darle paz y alegría. Doy gracias a Dios por tener a Tonguita en mi vida.

Entonces, ¿qué es un payaso y cuál es su mayor reto?

Es aquel que vive en la mente de un niño, que divierte y hace pensar, que regala sueños, propósitos y nos saca de la tristeza, quien nos da otra visión de la vida… Su mayor reto es salir a escena a enfrentar al público.

Hablemos de esa Limonada que degustan los televidentes.

El telecentro TunasVisión ha sido crucial en mi carrera; llevo más de una década en pantalla. Trabajé en el programa Pincel Mágico, junto a talentosos amigos, también en Comer con ritmo, hasta que llegué a Limonada, dirigido por Waldina Almaguer.

Entonces sucedió algo especial. Mi niño, cuando tenía tres años y ni hablaba bien, me dijo: “Mamá, yo quiero trabajar”. Le dije: ¿vas a hacer todo lo que te diga la directora? Me respondió: Sí. Le sugerí que ensayara los gestos faciales delante del espejo (llorar, reír, estar bravo…) y cumplió la tarea. Además, el programa no solo lo ven los niños, pues tengo un público grande de abuelitos.

En Cuba no es muy común observar esa dualidad actoral entre madre e hijo pequeño. ¿Cuánto ha aportado esto a tu superación?

Derek y yo nos hemos divertido y compenetrado mucho, pero detrás de eso hay largas horas de ensayo en casa. Es muy hermoso, aunque a veces tengo que ponerme seria y hacer de mamá. En ocasiones hemos tenido que improvisar, sin cambiar mucho el texto, porque también interactúo con contemporáneos suyos.

Trabajar con mi retoño me ha ayudado a enriquecer la fantasía de los más chicos. Antes de ser madre los veía de lejos, pero, ahora, me he sensibilizado más, he aprendido a jugar con los de menor edad e -incluso- los comprendo.

¿Qué sentiste aquella vez que alcanzaste el premio de actuación femenina con Limonada en el concurso Félix B. Caignet, de la Uneac de Santiago de Cuba?

Uno no realiza un programa para recibir lauros. Cuando se trabaja para el público todos los días, lo haces con amor por encima de todo. Con Pincel Mágico habíamos obtenido varias veces el Premio de la Popularidad en festivales provinciales de telecentro. Pero eso no lo esperaba. Fue en 2019, un año feliz, además porque Derek obtuvo el Premio de Actuación Masculina en el Festival Provincial de Televisión. Y en ese mismo certamen, pero ahora en 2023, Limonada mereció el Gran Premio.

¿Qué otros proyectos acompañan tu camino?

Actualmente trabajo en el teatro guiñol Los Zahoríes como diseñadora. Tengo mi canal de YouTube, llamado Tonguita con Tonguita, donde también actúa Derek. Además, mantengo el proyecto Reino mío, con el cual voy al Hospital Pediátrico y, cama por cama, alegro a los pacientes. Es un proceso que puede durar dos o tres horas, tiempo en que se genera una dinámica muy bonita, pues conversamos, cantamos canciones, les llevo regalos…Y esa experiencia la he compartido en la casa de niños sin amparo filial de nuestro centro histórico y otros sitios. A veces me acompañan algunos amigos y también colaboran otras personas desde el anonimato.

Hablemos más sobre Reino mío. Conociendo un poco tu personalidad, me imagino que conectes con el auditorio más allá del momento de la presentación. ¿Es así? ¿Cuánta gratificación te genera la iniciativa?

Se viven emociones indescriptibles. Gracias a ello he conocido a niños como Braulio, que padece tristemente de cáncer y se pasa meses de tratamiento en La Habana. Pero, cada vez que viene a Las Tunas, a disfrutar una temporada con su familia, trato de ir hasta la terminal a recibirlo o a despedirlo. Una vez -incluso- le hicimos un cumpleaños sorpresa en la terminal, con muñecos incluidos, y se sumaron las personas que estaban presentes.

A partir de la vivencia con él, he averiguado el día de cumpleaños de niños tuneros con enfermedades complejas como esa y he llegado a sus casas para celebrar su nacimiento, y todo gratuitamente, porque sé que resulta difícil sostener esos festejos. Me dije: quiero llegar, y eso he intentado hacer. Me di a la tarea de salir del teatro, porque esos pequeños no son usualmente los que asisten a esta institución.

Confieso que ha sido maravilloso, pero también difícil, porque el entorno a veces suele ser de sufrimiento a causa del mismo padecimiento, pero me he sobrepuesto para regalarles un rato de alegría. Ha sido un reto hermoso. Y, además, me mantengo casi diariamente en comunicación con ellos, pendiente de lo que necesitan. Te puedo hacer una descripción de cada uno.

Cuéntame otras anécdotas que te hayan marcado…

Rocío y Shanaya son dos hermanitas del hogar de niños sin amparo filial, una es muy alegre y la otra más seria. Me ha costado un poco llegar a la última, pero luego de varias visitas a la institución, se ha visto el resultado y ya sonríe conmigo. Son niños especiales.

Un día llegué allí y todos corrieron a recibirme, pero me di cuenta que se había quedado atrás un rostro no conocido, era un pequeño nuevo y se veía triste. Entonces le dije: Ando regalando abrazos, necesito saber cuál es tu talla. Lo cargué, le hice cosquillas y empecé a probarle abrazos como si fuera ropa hasta que empezó a sonreír y luego a jugar.

También está Thalía, que no habla y usa silla de ruedas. Su madre se percató de que sonreía mucho con Limonada y, de alguna manera, desde entonces ha pedido que le pongan a Tonguita unas tres veces al día. Cuando la madre me dijo: “nos sabemos todos tus programas”; y me contó el por qué, a mí los ojos se me llenaron de lágrimas. Eso es lo que me motiva a seguir.

¿Cuán importante resulta sacar el arte de las instituciones escénicas? 

Para que se consuma el hecho teatral es importante el público y la obra, además del artista, no necesariamente el teatro, aunque allí están las condiciones idóneas para su desarrollo. Esa ha sido mi lucha, llevarlo a otros espacios, incluso a cumpleaños, pero siempre con la mayor calidad posible. Tengo mi equipo de audio, además de micrófonos, trajes con diferentes colores, mis propias canciones… Incluyo en mis espectáculos marionetas, títeres, accesorios… Solo el vestuario ocupa una maleta. (Sonríe).

En el hospital, por ejemplo, hay que tener mayor dominio de las emociones, porque actúas en medio del público, a veces he pasado hasta en el momento en que reciben algún tratamiento y ayudo a que fluya el proceso, sin mermar en calidad actoral pero atemperada a las circunstancias. Siempre ha sido maravilloso la experiencia con médicos, familiares y pacientes.

Y tu faceta como diseñadora, qué gratificación te ha despertado y cuánto ha complementado los conocimientos como actriz.

Esta vertiente me ha dado también muchas alegrías, una de ellas fue la mención en el VII Concurso Nacional de Diseño Rubén Vigón, en la categoría de Diseño de Vestuario, por la obra Narices, de Teatro Tuyo.

¿Cómo llegué a eso? Te cuento que entonces apenas teníamos recursos, pero sí contábamos con muchas telas. Me entregué, pues, a la tarea de hacer un traje de payaso para cada personaje, pero que tuviera su complejidad en cuanto a realización y diseño, que todos captaran por sí mismos la atención y fueran parte de la escenografía. Por eso en esta puesta, tanto el tabloncillo como el aforo de la obra son blancos, para que resaltaran los vestuarios.

En general, fueron diseñados según las características de los personajes, cada uno con sus colores y matices. Realicé -además- los sombreros y zapatos. Tonguita, por ejemplo, tiene mucho de arlequín, pues es esa payasita muy enérgica. En este caso específico, tiene rombos en su abultado traje y se enfatiza en sus piernas largas para realzar el volumen del traje.

El payaso que no tiene nariz dentro de la obra posee un traje azul tenue con un saco negro lleno de retazos en colores, los colores que los demás teníamos en nuestros vestuarios. Significa que él, aunque no tiene nariz, lleva encima algo del resto de nosotros. Y así con todos los personajes.

Me encanta trabajar según las necesidades de los actores. Me muy siento satisfecha cuando el actor se siente cómodo con el vestuario que le diseñé y/o realicé y el titiritero se siente cómodo con el títere que le confeccioné.

Volviendo a la actriz clown, trabajas también en cumpleaños, pero eres consciente seguramente de que muchas veces los payasos que cultivan esta área se conforman con dinámicas simples e, incluso, repetitivas. ¿Cómo te las ingenias para no bajar el nivel en esos contextos y qué aconsejas a quienes asuman este rol? 

Trabajar en cumpleaños es complicado, en parte por el ambiente en sí. No tenemos la misma tranquilidad con el público que existe -por ejemplo- en un teatro. Sin embargo, lo hago con el mismo amor y la misma seriedad que si estuviera entre bambalinas. Tengo un repertorio para niños con canciones, títeres y algún que otro juego de participación, pero estos últimos más bien teatrales, no pura competencia como usualmente sucede en esos casos. No se trata de ser animadores y ya, de aprender juegos y reproducirlos sin una seriedad y un respeto hacia tu trabajo y el público.

Mi consejo es que se preparen como artistas, cada actor tiene su impronta y personalidad. Saber qué es actuar, qué es un payaso, cuáles son las técnicas de manipulación… Llego una o dos horas antes al cumpleaños para organizarlo todo y tener un dominio de los elementos con los que interactúo para que quede de la mejor manera. Y pido que cuando estoy actuando no se reparta cake o se realice otra acción, para tener la mayor atención posible del público.

Y en todos estos caminos artísticos imagino que el apoyo de tu familia sea vital…

Sí, imprescindible. Orgullosa de ver crecer a mi niño Derek, mi payasito Kito, en cada actuación junto a mamá. Orgullosa de mi madre Maruja Sánchez, la gran costurera, quien me ha inspirado y ayudado a lo largo de la carrera, especialmente en la parte del diseño. Orgullosa de mi esposo Rustan Abdel Almaguer, quien me acompaña en el audio y está siempre pendiente de Tonguita. Orgullosa de esos amigos que se suman a nuestras causas justas.

Termino la entrevista y me cuesta tratarla de Yaima. Al verla intermitentemente con lágrimas en el rostro tras mis preguntas, he comprendido mejor el alma que aviva ese personaje gordito de tanto amor. Ahora, en casa, rememoro su sonrisa expresiva, las largas pestañas que le hacen señas al público, sus contorsiones, en fin, la versión exagerada, pero bella, de la mujer que le habita.

Yaima Guerrero ostenta el Primer Nivel de Actuación, es payasa terapeútica, actriz clown y acumula varios reconocimientos, pero el mayor premio es el cariño del público, ese que se conmueve con sus presentaciones y le hace afirmar, piel adentro: «Ahora sí que soy Tonguita».

Fotos cortesía de la entrevistada