La obra Destino Cuba del dramaturgo y director Freddys Núñez Estenoz fue publicada por Ediciones La Luz
Por Rubén Ricardo Infante
Se dice que el viaje es un proceso necesario de búsqueda, de exploración, pues emprender un destino significa encontrar otras maneras de vivir, otras formas de asumir la cultura y la diversidad.
Para algunas personas, el viaje en sí mismo es una especie de tortura, pues temen de los aviones, los trenes, los ómnibus…, para otros, cada nuevo viaje es una experiencia enriquecedora y atractiva, donde colocan todos sus impulsos.
Dentro del sistema de personajes de la obra Destino Cuba (Ediciones La Luz, 2019), hay de todo, quienes temen de los viajes y de llegar a un lugar fuera de su zona de confort, quienes desean salir de sus espacios cotidianos y aburridos y otros que desean volver de manera sorpresiva a la casa de sus padres.
Lo más importante de este viaje, además del destino en sí, es el punto de partida: estos temores y deseos se condensan en el contexto del aeropuerto de Frankfurt, en el que se encuentran los personajes y establecen relaciones que develan sus verdaderas frustraciones y anhelos.
Cada uno de ellos tiene un objetivo distinto. La primera en presentarse es Lena, una cubana que después de más de una década radicada fuera de Cuba, regresa para ver a sus padres y sentir en su rostro la fuerza de “ese mar que amenaza con meterse en la ciudad y darle un abrazo infinito”.
Está Silvia, una apasionada a los viajes y las fotografías, ella es de las que disfruta montarse en un avión, con su cámara fotográfica e irse a cualquier sitio: “Para mí lo más importante es viajar. No me considero turista, más bien exploradora”.
Otro de los que llega al aeropuerto de Frankfurt es Martin, un graduado en Arquitectura interesado en realizar un doctorado sobre la arquitectura caribeña en etapa colonial; junto a ellos llegan Bernhard y María, un matrimonio de muchos años, aunque cada uno piense diferente sobre el propio viaje, sobre la vida y la forma de asumirla cada cual.
Las indicaciones del autor en función del montaje de la obra son bastante sugerentes desde el punto de vista visual, en una de ellas precisa que Lena en su computadora portátil observa fotos de la ciudad y estas se proyectan en la pantalla de fondo: “Son imágenes de La Habana: su gente, los barrios, los ritos de santería, la Plaza de la Revolución, un desfile del Primero de Mayo, el hotel Meliá Cohíba, los derrumbes, los almendrones; los pioneros uniformados en las escuelas, la gente caminando por la calle 23, la bahía y el Castillo del Morro; un juego de pelota en el estadio Latinoamericano, el Malecón, el Capitolio”.
También funcionan las diversas versiones de la isla, cada uno de los personajes la ve, la añora, la reencuentra, la descubre… a su manera; en algunos casos funcionan las promociones turísticas y la imagen de una playa de arenas muy blancas y un azul muy hermoso; en otros es la imagen de La Habana derruida por el tiempo. Incluso, entre nosotros mismos, habitantes de ella, la ciudad adquiere una diversidad asombrosa: cada uno de nosotros la ve desde su propia experiencia y sentido de la influencia que ejerce.
La isla aparece como motivo principal para que cada uno de los seis personajes reunidos en el aeropuerto de Frankfurt confiesen sus dudas, sus temores, de lo que son y lo que han sido, un espejo para revelar la identidad propia.
La lectura de un texto teatral casi siempre nos remite a la elección de los personajes, imaginar sus rostros, sus acciones y la manera en que proyectarán su propio drama y el de la obra en sentido general, eso sucede con Destino Cuba, una propuesta editorial que conduce al terreno siempre elocuente de un escenario.
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