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Unos apuntes sobre El Circuito Teatral de la calle Línea

Desde hace algunos años se menciona por nuestros funcionarios y colegas El Circuito Teatral de la Calle Línea, sin que nadie haya brindado una definición.
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Por Esther Suárez Durán

Desde hace algunos años se menciona por algunos de nuestros funcionarios y colegas El Circuito Teatral  de la Calle Línea, sin que —por motivos propio– ninguno haya brindado una definición ni una historia del término, que como todo lo existente y aun lo que esté en proyecto debe tenerla. Tal vez a partir de estas líneas podamos obtener la información necesaria al respecto.

Lo que sí parece obvio es que el itinerario incluye el Centro Cultural Brecht —situado en Calle 13 entre I y J, apenas a treinta pasos de la Calle Línea– con sus dos salas teatrales y otros locales como la Galería Raúl Oliva; que no desperdicie el espacio de Ludi Teatro, que lidera Miguel Abreu, en calle I entre 5ta y 7ma, a unas escasas cuadras de Línea, donde un joven colectivo de mucho empuje ha hecho propio el garaje de una edificación con notables resultados. Le sigue, en orden de ruta, la antes llamada Casona de Línea  (Línea entre D y E) y, desde el 2014 nombrada Centro Cultural Vicente Revuelta, que cuenta en la actualidad con la Sala Adolfo Llauradó, inaugurada por Raquel Revuelta en 2003 tras el estreno de Tartufo, su última puesta en escena, mientras se construye en sus predios otra sala teatral, y preparan otros espacios cuyas funciones definitivas todavía no se han dado a conocer. El Teatro Raquel Revuelta, nominado Centro Cultural Raquel Revuelta (Línea esquina a B, en el sitio donde antes estuviera el Cine Maxim), con sus dos salas de presentación de espectáculos y las oficinas de la Editorial Tablas- Alarcos.

La Casona de Línea convertida en Centro Cultural Vicente Revuelta. Foto Archivo Cubaescena.

Sobre la misma acera, a mitad de la siguiente cuadra se alza el Teatro Julio Antonio Mella (antiguo Cine Teatro Rodi), escenario de varios estrenos memorables del teatro y presentaciones de obras antológicas de danza. Baste mencionar entre los primeros Santa Camila de La Habana Vieja, El círculo de tiza caucasiano, María Antonia, El carrillón del Kremlin, Andoba, Yerma, y entre los segundos Súlkary, Okantomí, Trinitarias, Michelángelo, El cruce obre el Niágara, El pez de la torre narra en el asfalto. Una cuadra más allá, muy próximo a la avenida Paseo, el antiguo cine Trianón ha dado paso al Teatro del mismo nombre, sede del ya mítico Teatro El Público. Casi al culminar Línea nos espera otro centro de referencia, el Teatro El Ciervo Encantado, ubicado en la calle 18, entre Línea y la calle 11, poco antes de llegar al Túnel de Línea que une las zonas de El Vedado y Miramar.

Se supone que la legendaria Sala Hubert de Blanck, emplazada en Calzada entre A y B, a unos 150 metros de la  calle Línea, esté contemplada en el itinerario. Ella, semejante a la Casona de Línea, al Teatro Mella, pero con ventaja, es la que cuenta con un envidiable capital simbólico por haber sido primero el Conservatorio de igual nombre y, a partir del 17 de octubre de 1955, tras la construcción de su segundo piso, convertirse en la Sala Hubert de Blanck, dedicada a conciertos y presentaciones teatrales. Allí tuvo lugar el estreno de La Medium, con Rita Montaner, en su calidad de actriz lírica y dramática.

Con prontitud la naciente Sala Hubert de Blanck se incorporó al movimiento de las salitas habaneras que configuró una real geografía teatral en La Habana de la segunda mitad de los cincuenta y fue el sitio donde María Julia Casanova se hizo como Directora Teatral, a la par que la sala prestaba su escenario para el lanzamiento de Teatro Estudio con la novedosa puesta de Viaje de un largo día hacia la noche, en 1958.

Fue la Sala Hubert de Blanck, la misma estancia que en 1964 sus dueñas, las compositoras y concertistas Olga de Blanck y Gisela Hernández, entregaron al Gobierno Revolucionario para su uso al servicio del pueblo, sin aceptar un centavo por ello,  y que sirvió de sede, desde ese instante y hasta 1991 al reconocido grupo Teatro Estudio. A partir de ese momento, sirvió de casa a la Compañía Hubert de Blanck, que la inauguró como sede con un delicioso espectáculo de la maestra Berta Martínez que acercaba al bufo cubano y al género chico español, demostrando artísticamente una hipótesis historiográfica y estética.

La llamada Casona de Línea fue una propiedad entregada por la Revolución Cubana a Raquel Revuelta, quien nunca tuvo otra aspiración que sumarla al patrimonio del teatro cubano y, en este caso, sirvió inicialmente de lugar de preparación de espectáculos y ensayos, a la vez que algunos de sus aposentos se usaban como almacenes, mientras en otro se establecía el taller de confección de utilería. En los bajos, Raquel ubicó su oficina como Presidenta de la filial cubana del CELCIT y muchas tardes se “acuartelaba” allí  para atender determinados documentos, recibir a algunas personas y pensar.

Teatro Hubert de Blanck © Cuba Absolutely.

Pero lo más significativo en esta etapa que recuento fueron sin duda los espectáculos que tomaron forma en sus lugares. Es el caso, a lo largo de 1979, de Bodas de sangre, y más tarde Macbeth, bajo la conducción de la actriz y directora Berta Martínez en un ambiente que ya no existe: la cochera de la casona, ubicada donde hoy se levantan los camerinos de la Sala Llauradó y se abre parte del patio; junto al arduo proceso —inolvidable para sus participantes– de Las tres hermanas (1972), obra que Vicente preparó para que sus diversas escenas se desarrollaran en diferentes espacios del inmueble haciendo que el público se desplazara por él  para conseguir ver toda la obra, aunque por decisión de Raquel terminó presentándose en la Sala Hubert de Blanck, pero, de todos modos se realizó de un modo no convencional. Audaz y compleja resultó La conquista de México (1972), todo un verdadero experimento que en cada sesión de encuentros se consumaba en el propio lugar y que solo detuvo el llamado “proceso de parametración”, con la continua purga de actores.

Más tarde, sobre 1984, en el espacioso segundo salón de la casa se fue alzando la hermosa puesta de Morir del cuento, de la mano de su autor, Abelardo Estorino, devenido director teatral.

En pleno período especial (1993) Teatro Estudio, al igual que otros grupos, desafiaba las restricciones de electricidad y otros recursos usando el patio de la Casona como improvisado anfiteatro para presentar Medida por medida, de William Shakespeare, con Vicente como director e intérprete, junto a Javier Ávila, en funciones que culminaban justamente con el inicio de la puesta del sol. A fines de la década volvió Vicente a experimentar con los diversos espacios de la casa cuando trabajó su versión de Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca.

Con la anuencia de Raquel, parte del segundo piso de La Casona acoge al Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas, el cual luego ocupará dos estancias en la planta baja. Por voluntad de Raquel, La Casona también dio amparo al Teatro de Muñecos Okantomí, liderado por Pedro Valdés Piña y Marta Díaz Farré (Rirri), agrupación que dedica su trabajo al público de infantes. Allí tuvo por décadas Okantomí su almacén, un espacio de ensayos y, también, los escenarios para sus puestas, unas veces en el jardín, otras sobre el tablado de la Sala Llauradó.

Sala Llauradó, una de las instalaciones fundamentales del circuito teatral de La Habana.

Tras el deceso de Raquel, en 2004, la instalación sirvió de espacio de ensayo para numerosos grupos profesionales, también acogió seminarios y talleres y puestas en escena de otros colectivos.

Durante los meses en que La Habana se aproximaba a su aniversario Quinientos, entre los reportajes televisivos aparecía uno que daba a conocer El Corredor Cultural de la Calle Línea, entre los proyectos diseñados por la arquitecta Vilma Bartolomé. Es fácil suponer un nexo entre ambas ideas: el circuito teatral y el corredor cultural; ello le brindaría al proyecto del circuito teatral el apoyo urbanístico y de infraestructura que algo semejante solicitaría en términos de satisfacer las necesidades gastronómicas, sanitarias, de estancia, movilidad (transportación incluida) de una acrecentada cantidad de población haciendo uso de las bondades de acceso al arte escénico en esta específica zona de La Habana.

Si bien la idea de contar con circuitos de programación plantea una organización determinada a la distribución y el consumo del producto teatral en este caso y, en el ejemplo que nos ocupa trae la ventaja de poder disfrutar del arte escénico de manera intensa en un menor plazo de tiempo dada la cercanía de las instalaciones, habría que plantearse muy bien el posible volumen de público en un espacio dado, por una parte; en tanto que, por la otra, me gustaría reconsiderar  el proyecto a la luz de algunos de los postulados de la política cultural de la Revolución Cubana que plantean el acercamiento de las ofertas artísticas a los diversos asentamientos poblacionales y a los diversos tipos de audiencias; es decir, que hablan de una dispersión o diseminación de los productos artísticos en busca de los diferentes públicos, de un movimiento en el espacio del producto artístico, una dilatación de la distribución en lugar de una contracción, en lugar de un movimiento de los públicos hacia una determinada zona donde se concentra el producto.

A la luz de ciertos distingos anunciados, más que realizados, por los aparatos administrativos de las artes escénicas a nivel nacional me pregunto cuál sería la política de programación de este específico circuito teatral que, más de una voz, ha equiparado con el mítico Broadway de Nueva York.

Supongo que una solución salomónica sería la creación de variopintos corredores culturales en la ciudad con sus correspondientes circuitos escénicos, pero dejemos que otras voces puedan enriquecer el tema y, tal vez, propiciar un enjundioso debate.

Foto de portada: Tomada de https://www.cubatel.com/

 

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