Por Michaelis Cué
En estos días de aislamiento, recibo un mensaje por Facebook, del amigo Santiago Manzano Rodríguez; donde además de darnos las gracias por la obra Frijoles colorados, de Cristina Rebull, que Su Majestad, Verónica Lynn y yo ensayamos para su próximo estreno; nos envía dos hermosas rosas rojas, para que yo le entregara una a su admirada Verónica y me quedara con la otra.
Nunca mejor momento para ese regalo, porque Verónica Lynn, cumple este 7 de mayo, nada más y nada menos que 89 años. Así se lo hice saber al amigo y en su nombre, entregué la rosa virtual a nuestra querida actriz, que se puso muy contenta y agradecida.
Pero hay algo interesante además. Este amigo es el único que me llama por Arpadino, personaje que yo interpreté en El Elegido del tiempo y que tiene especial significación para nosotros dos como explicaré más adelante.
Por otra parte, debo decir que Verónica, esplendorosa en su próximo cumpleaños, cumple además 66 años de vida artística, vida artística impecable en su trayectoria, que inició en el lejano 1954 del siglo pasado.
Verónica pertenece a la estirpe de actrices que no oculta su edad y que, al contrario, la dice con orgullo. Y hace bien en no ocultarla, porque conserva una frescura, vitalidad y memoria que ya quisiéramos muchos. ¡Se ve bella!
No seré yo el que escriba el mejor homenaje sobre su obra. No es mi intención. Otros lo harán mejor. Lo que aquí pretendo, es un acercamiento humano a la amiga y admirada compañera de trabajo.
Yo no fui amigo de Verónica desde siempre, aunque nos unía algo muy importante para ella y para mí; la amistad que su compañero de vida y yo sostuvimos durante muchos años. Fue una amistad muy estrecha la que tuve con Pedro Alvarez. Pero, cosas de la vida, estuve solamente unas pocas veces en su casa y yo veía a su enigmática esposa desde lejos, después de los saludos de ocasión.
Pedro y yo nos veíamos durante sus últimos años casi todos los días y Verónica lo sabía. Fui algo así como su confidente. Iba temprano a verme y sosteníamos largas conversaciones, sobre cualquier tema hasta la hora de almorzar. Llegué a conocerlo muy bien y aseguro con toda sinceridad que es uno de los hombres más nobles que yo he conocido en mi vida. Pedro era un hombre de fina sensibilidad y cultura. Eso me acercaba a Verónica y hoy sé, que ese detalle la hacía sentirse también algo cerca.
Califiqué anteriormente a Verónica de enigmática y cuando nos conocimos años después, descubrí que no tiene nada de enigmática y que más bien esa percepción mía viene de la admiración que yo le profesaba.
Me es muy difícil precisar que fue lo primero que yo vi de Verónica Lynn como actriz. Pero sí sé, que después que la vi en la Luz Marina de Aire Frío, de Virgilio Piñera, su imagen no se borró de mi mente. Y estamos hablando de una época donde sobre nuestros escenarios, habían grandiosas actrices en magistrales interpretaciones. No coincidíamos en ningún lugar, y honestamente yo la veía, como se ven los toros, desde la barrera: desde lejos.
Hubo otro momento imborrable para mí, en relación con Verónica. Fue cuando la vi en el estreno de Quién le teme a Virginia Woolf, de Albee, dirigida por Rolando Ferrer, en el Sótano, en 1967. La vi brillar junto a José Antonio Rodríguez, en un mano a mano magistral que impactó a La Habana teatral. Fue un lujo verlos.
Y no podemos dejar de hablar de sus grandes momentos en la televisión. Su Teresa en Sol de Batey es de lo mejor que ha pasado en la actuación en mucho tiempo, le abrió definitivamente las puertas en el imaginario de este pueblo. Recién vi algunos capítulos y comprobé lo que ya sabía. Eran clases del Método de manera sencilla. A lo largo de muchos años, Verónica nos acostumbró a muchas interpretaciones valiosas en teatro, cine y televisión. ¡Nunca estaba mal!
La primera vez que hablamos algo en profundidad fue cuando la desaparición física de Pedro. Quizás ella no se acuerde y yo no se lo he tocado. Nunca más hablamos pero…
¡Llegó algo inesperado, llegó el Elegido del tiempo!
En esa aventura fantástica, una súper producción, coincidimos como actores y actuamos en algunas escenas juntos. Mis primeros acercamientos en esas escenas, fueron de mucho respeto y por supuesto, algo de timidez.
Pero Verónica tiene adentro, además, una gran pedagoga. Intimamos y nos reuníamos hasta altas horas de la noche a estudiar los personajes, en compañía de Cristina Rebull.
Verónica nos enseñó mucho, con relación a la actuación para la Televisión, que siempre tiene sus adecuaciones necesarias. Fueron largas sesiones de estudio individual, enseñaba sobre las pausas, los ataques y hasta como cerrar un capítulo si era nuestro personaje el que lo hacía.
Y algo que muy pocos saben, de esas reuniones, salió Frijoles Colorados. Una noche Cristina se apareció con la obra, nos la leyó de un tirón y nos dijo que estaba escrita para que nosotros dos la hiciéramos y ese fue el trato.
Sin embargo, esa obra, que ganó hasta un premio, no la estrenamos nosotros. Se ha hecho y vuelto a hacer y nosotros por complicaciones de trabajo no honramos ese acuerdo. Siempre que Verónica y yo nos veíamos, hablábamos del tema. Honestamente pensé que nunca la haríamos.
Pero… ¡siempre hay un pero salvador…! En julio del año pasado, recibo una llamada telefónica de Verónica Lynn. ¿Asunto? Sencillo. Informarme como si no hubieran pasado 20 años, de que ya era hora de emprender finalmente el montaje de Frijoles colorados.
– ¿Queeeeee?
¡Me quedé pasmado!
Y así fue, como un mes más tarde empezamos los ensayos y entramos en un furor creativo, paralizado en estos momentos por las razones que todos conocemos. Fueron sesiones muy alegres de trabajo armónico y sustancioso.
Cuando iniciamos nuestras jornadas diarias, yo tenía un temor de otro tipo; como encontrar una dinámica de movimientos que nos preservara de cualquier accidente.
¡Pero sorpresa!
¡Me encontré con una Verónica que desplegaba una energía en el escenario esplendorosa! Su capacidad de trabajo, su memoria, su fuerza interna…
Verónica, de fácil trato, de buen sentido del humor, que a pesar de que estaba atravesando momentos familiares muy difíciles, llenaba de energías positivas cada sesión de trabajo.
Ahora, aislados, las sesiones de trabajo por teléfono son una verdadera fiesta. Nos preparamos para los mejores tiempos.
¡Muchas gracias, Vero, por tu compañía!
¡Muchas felicidades querida este 7 de mayo! Que cumplas muchos más. ¡Mi abrazo virtual llegue a ti!
¡Llegue a ti además, otra rosa!
¡La mía!