Por Roberto Pérez León
El arte no es un espejo para reflejar la realidad,
sino un martillo para darle forma.
Bertolt Brecht
Cuando se trata de Bertolt Brecht estamos ante un teatro que irrumpe de manera soberana en la clásica funcionalidad aristotélica. Brecht exige un teatro de plenitud político-ideológica que demande del espectador sensibilidad social, porque no produce el goce hipnótico del esparcimiento del drama clásico. El carácter social y transformador del teatro por su capacidad de proyección está siempre latente en toda propuesta brechtiana.
Brecht estuvo en el vórtice de la revolución estética que generaron las vanguardias que signaron el siglo XX, y siguen rubricando disimuladamente muchas de las expresiones artísticas del XXI con ya dos décadas transcurridas. No obstante, sus vivencias vanguardistas siempre fueron sofocadas por el afán de revolucionar el arte, el teatro, desde una perspectiva social y no meramente estética, tampoco autorreferencial centrada en la subjetividad y subjetivación desatada a espaldas de la problemática socio-cultural.
El teatro empieza y termina en un enfrentamiento y en una participación dialéctica que no puede ser embriagadora ni netamente emocional. En el teatro, el personaje es el actor que “debe apropiarse del conocimiento de la convivencia humana propia de su época”; el espectador tiene que sentir en su propia piel cómo se le rasga la empatía emocional con la escena y participa, no solo sensualmente sino intelectualmente, del hecho teatral. La acción escénica debe mostrar, buscar la eclosión de otra sensibilidad; la naturaleza del suceso teatral debe declararse puro teatro, ficción entre pantallas, música en vivo, apelación directa al público, un espacio gestual y escénico que denote teatro en el teatro.
No hay que temerle al didactismo, hay que sobreponerse al prejuicio de lo didáctico cuando se emplea en el orden social y se asocia con lo latoso y la banalidad adoctrinadora; cuando decimos que el teatro brechtiano es didáctico estamos categorizándolo paradigmáticamente dentro del marco de una epistemología dinamizadora.
En esta Semana de Teatro Alemán, que ya ha finalizado, el colectivo Impulso Teatro ha puesto La excepción y la regla, una obra escrita por Brecht en 1930 y que no se estrenó hasta 1949, en París, estando su autor exiliado.
¿Qué podemos ver hoy en La excepción y la regla luego de 90 años de haber sido escrita?: mercado de capitales, explotación, competencia, deshumanización, mercado libre, libre comercio, desarrollo tecnológico, aprovechamiento de los recursos naturales con objetivos empresariales, mano de obra barata, ilegalidades laborales, derechos laborales, propiedad individual, desigualdad social, distribución de la riqueza, poder económico.
La excepción y la regla está dentro de ese teatro ejemplificador cuyo ideal es hacer inteligible la complejidad de la lucha de clases que, por supuesto, no es la resolución total pero sí es un eficaz tirón del nudo gordiano capitalista, dentro del entramado imperial del capital y la posverdad.
El abuso es la regla. ¿Cuál es la excepción? El teatro brechtiano que apela contra la deshumanización.
La excepción y la regla llega en un montaje que no desatiende a Brecht, no intenta experimentar con él ni hacerlo posmoderno ni posdramático, no lo somete a banales miradas estéticas encubridora de traumas e inconformidades individuales.
Alexis Díaz de Villegas dirige Impulso Teatro y es uno de nuestros jóvenes directores sin las tentaciones y obsesiones de la espectacularidad de los “pos”, pese a que se sabe inmerso en la civilización del espectáculo global.
La puesta en escena de La excepción y la regla tiene una encantadora tónica cinematográfica de tintes primitivos, como en una edición visual inserta trozos que a manera de collage hacen referentes de lo real.
Interrupción y montaje, en eso late el ánima brechtiana, la fuerza de la funcionalidad de una representación con sensibilidad social que sostiene una actitud crítica, incluso por encima de la función estética, requerimiento este que hace que una puesta de Brecht precise de una voluntad ideo-estética poderosa para no caer en el panfleto político, digamos que en el “teque”.
Si no fuera porque salí de la función sin un programa de mano podría decir que mi satisfacción fue plena. La carencia de un programa de mano es una deficiencia que no sé por qué razón insistimos en ella.
Recordemos que un programa de mano es un instrumento de comunicación en tanto contribuye a formar públicos. Estoy seguro que la gran cantidad de jóvenes no teatreros que estaban la Sala Llauradó, muchos de ellos solo asistían a la función como una vía de esparcimiento, y no tenían conocimiento de que estaban ante una obra maestra de la dramaturgia planetaria, en una puesta en escena que merecía todos los aplausos. Como los tuvo, por supuesto.
Al carecer de un programa de mano no puedo nombrar a los actores ni a los músicos ni al equipo técnico, que con tanto tino hizo posible que el montaje no tuviera baches. Solo cuento con la información del cartel hecho a mano alzada, a la entrada de la Llauradó -que por cierto ha reabierto remozada en su interior y sus alrededores.
En La excepción y la regla el espacio escénico es un desierto ocupado solo con algún que otro objeto que apoya las actuaciones, un telón pantalla de fondo, una línea de músicos con sus instrumentos entre luces moderadas y nada más.
La música sucede en vivo y no es una música que suena porque está ahí, nada de eso, suena porque ella consolida la dinámica de la transitividad y el diálogo en el espacio escénico.
El inicio de la obra es plenamente auto referencial, el actor representando nos dice: “Vamos a contarle”; listo, ya es suficiente; y, entramos a una hora completamente brechtiana, sin excentricidades que pujen por la experimentación y el avant garde.
En el orden actoral se siente la satisfacción por representar los personajes, durante la hora que dura la función no decae la emanación de una muy satisfactoria complementariedad entre los cuatro actores y la actriz, no deja de existir el trabajo coral al que se suma el de los músicos atentos, que no acompañan ni hacen banda sonora sino que son una acción escénica imprescindible en la performatividad de la puesta.
Sin aspavientos ni afectaciones actorales recorremos los nueve cuadros de la obra: I. Carrera en el desierto, una pequeña expedición marcha apresuradamente por el desierto; II. Al final de la ruta transitada; III. Despido del guía en el puesto Han; IV. Conversación en un paraje peligroso; V. A orillas del río impetuoso; VI. Campamento; VII. El reparto del agua; VIII Canción de los tribunales; IX. El Tribunal.
En cada cuadro la música se involucra actoralmente, el material sonoro tiene potencia semántica, melódica, rítmicamente adquiere significados no solo a través de reacciones corporales.
Todo Brecht está en esta puesta de La excepción y la regla, del colectivo Impulso Teatro dirigido por Alexis Díaz de Villegas. La Semana de Teatro Alemán ha concluido, y es una pena que haya sido una jornada de solo dos fines de semana.
El montaje de La excepción y la regla nos confirma que Bertolt Brecht sigue siendo en el siglo XXI uno de los más influyentes dramaturgos. Brecht en esta obra nos ruega: “Consideren extraño lo que no lo es. Tomen por inexplicable lo habitual. Siéntanse perplejos ante lo cotidiano. Traten de hallar un remedio frente al abuso. Pero no olviden que la regla es el abuso”.
La puesta en escena de Impulso Teatro incita a cumplir con el ruego brechtiano. La acción dramática (¿se llama así en el teatro épico de Brecht?) ocurre en Mongolia, en los inicios del siglo XX cuando se inicia la fiebre del oro negro. Un comerciante trata de lograr una suerte de concesión petrolera y camina desaforadamente acompañado de un guía y un cooli que carga con las cosas necesarias. La desconfianza inherente del capitalista buscador de fortuna hace que despida al guía y se queda solo con el cargador que es tratado como esclavo o un animal. Se extravían en el desierto y pareciera que llega el momento donde dramatúrgicamente se logra un suspenso y creemos puede el drama generar la consabida catarsis aristotélica, cuando el cooli va a darle agua al comerciante y este cae en pánico al verlo venir con algo en la mano y saca su pistola.
Brecht ha enseñado a Impulso Teatro que la expurgación de las pasiones no conduce a nada, que lo importante es salir del teatro con algo en la cabeza.
Cuando en el último cuadro sucede la decisión del tribunal, concebido teatralmente con una certera simpleza sígnica, no se genera la expectativa que pudiéramos tener en una concepción dramática pasional, no hay emoción ni sentimiento de lástima cuando se dicta sentencia.
Es tan aberrante el cínico razonamiento del juez para absolver al asesino que al terminar la obra, con tan monstruoso veredicto, no queda otra que pensar cómo la “microfísica del poder” puede justificar y consolidar la violencia.
Juez: ¿Entonces no logró hacer su negocio en Urga?
Comerciante: ¡Claro que no! Llegué tarde. Estoy arruinado.
Juez: Si es así, pasaré a dictar sentencia: el tribunal considera suficientemente probado que el cooli no se acercó a su patrón con una piedra en la mano, sino con una cantimplora. Pero aun tomando en cuenta este hecho, resulta más admisible que el cooli quisiera matarlo con la cantimplora que darle de beber. El changador pertenecía a una clase de hombres que tiene motivos verdaderos para sentirse en situación de desventaja. Para gente como él es lógico y nada más que lógico querer defenderse contra un reparto injusto del agua. Más aún, hasta puede parecerle justo a esta clase de gente, según su mentalidad limitada y unilateral, basada únicamente en la realidad, vengarse de su torturador. Cuando llegue el día de ajustar cuentas, sólo ellos podrán ganar. El comerciante no pertenece a la clase a que pertenecía el changador, Por fuerza tenía que ponerse en guardia. El comerciante no podía esperar un acto de camaradería por parte del changador, tan mal tratado, según él mismo lo declaró. Su razón le decía que estaba amenazado al extremo. Por fuerza debía preocuparse en una región totalmente despoblada. La falta de policía y de tribunales le daba a su empleado la posibilidad de sacarle su parte de agua con violencia. Por lo tanto, el acusado obró justificadamente en defensa propia, y tanto da que haya sido amenazado realmente o que sólo se creyera amenazado. Teniendo en cuenta las circunstancias expuestas, debió sentirse amenazado. Por ello, se exime de culpa y cargo al acusado, y no se hace lugar al pedido de la mujer del muerto.
Los actores:
Así termina la historia de un viaje.
Lo han oído y presenciado.
Han visto lo habitual,
lo que constantemente se repite.
Y sin embargo les rogamos:
Consideren extraño lo que no lo es.
Tomen por inexplicable lo habitual.
Siéntanse perplejos ante lo cotidiano
Traten de hallar un remedio frente al abuso
pero no olviden que la regla es el abuso.
Foto Forte
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