Por Kenny Ortigas Guerrero
Como un baño de hipnosis con imágenes se puede catalogar al Hombre Inmóvil, pieza sugerente que nace una vez más de la prolífera producción de Teatro del Espacio Interior. Sus imágenes se construyen y reconstruyen desde un discurso escénico atomizado provocando una ruptura total de la cenestesia, elemento este que seduce constantemente al espectador dentro de la estética propuesta.
Desde una coherente unidad de concepto se discursa sobre el hombre que vive al límite, al borde de lo caótico y que constantemente se cuestiona la realidad que lo circunda, a veces en un círculo vicioso provocado por esquemas que imponen falsos paradigmas y que conllevan en no pocas ocasiones al ostracismo del ser en su contexto. El miedo a decir, a hacer y ser, ese miedo que te paraliza corriendo el riesgo de quedar inerte –que es lo peor- es mostrado por los caracteres interpretados acercándose a las interioridades más puras y también las más sombrías del alma.
Como un holograma que proyecta sus necesidades nace el hombre de la puesta, este se revela ante una circunstancia que lo avasalla y enajena. La representación trasciende la frontera de una temática puramente local (Cuba) y profundiza en problemáticas universales: la necesidad de ser tomados en cuenta, lo frustrante de ser incomprendidos arbitrariamente, el atropello a la diferencia, la búsqueda constante de lo que creemos es la felicidad, el aferrarse a lo mejor del pasado (quizás… solo un bello sueño) como tabla de salvamento de los disturbios que impone el presente.
El uso acertado de los recursos expresivos (luces, sonido, sombras, coreografías, paneles que redimensionan constantemente el espacio escénico) unido al más importante: un cuerpo del actor que se adueña y es protagonista de los diferentes cuadros desde una partitura que se muestra orgánica, nos hace parecer a veces que transitamos por un sueño, por momentos trascendentes, turbios y memorables de algún «hombre». La metáfora como aspecto fundamental nos remite a aquella frase de Chaplin que decía: «El verdadero sentido de las cosas se comprende, cuando esas mismas cosas se dicen con otras palabras».
El espectáculo logra inquietar al público con diversas aristas que buscan respuestas en ese espectador, que pasivo por momentos, se adentra repentinamente en los sucesos a través de la proxemia que establecen los monólogos y el uso de linternas que interrogan los rostros expectantes. El juego inteligente con los planos del tiempo teatral, su fluctuación constante, atizan los sentidos de los que sentados en sus butacas se muestran hambrientos de más alquimia. Pues la obra también es un reto a la imaginación y creatividad, configurando un panorama visual de exquisita calidad. Lo polisémico se muestra como abanico a la interpretación, cada persona que asista a la puesta saldrá permeado de visiones diversas sobre un mismo cuestionamiento y de seguro también reflexionará sobre ese hombre inmóvil que en algún momento de la vida se adhiere a cada uno de nosotros.