Por Ulises Rodríguez Febles
Camagüey es la ciudad donde cada dos años viajamos a celebrar un festival emblemático de nuestra tradición. Una visita a Camagüey rememora esos intercambios gloriosos, con colegas y el ferviente público de la ciudad, que este año extrañamos, por la suspensión motivada por la situación pandémica.
Estar en la sede de Teatro del Viento es también visitar parte de esas esencias de nuestra escena que tiene las marcas del liderazgo de Freddy Núñez Estenoz, controvertido y polémico director, quien ha sabido nuclear y consolidar a varias generaciones de actores, algunos con más de una década en Teatro del Viento.
La sala José Luis Tassende, enseguida nos sirve de oasis en el viaje camagüeyano, con dos salas, la Rine Leal, con capacidad para 62 lunetas, a las que se agregan veinte sillas adicionales y alfombras; y otra, la más grande, que lleva el nombre de Virgilio Piñera, y rinde homenaje al autor emblemático de Aire Frío y su estancia en la ciudad de los tinajones, después de partir con su familia de Cárdenas, donde nació un 4 de julio de 1912.
En la entrada del Centro Tassende se exponen instantes de la agrupación, se promocionan y venden libros relacionados con el teatro; además de que también se divulga la programación de un colectivo que llena cada día sus espacios, con un público diverso y cargado de un fervor que merece la pena reconocer.
En el recorrido por las arterias de la ciudad, con Núñez Estenoz y Kenny Ortigas, vice presidente artístico del CPAE y entusiasta promotor de lo que acontece, pude ver las muestras del cariño hacia Teatro del Viento, la gente «suplicando» entradas, porque ya estaban vendidas: el Teatro como un hecho auténticamente social, que además admiré en la lectura de un fragmento de mi obras Huevos, en el que participaron unas doscientas personas, a pesar de que era las diez de la mañana del 27 de noviembre.
En la noche, el teatro (la Rine Leal) se repletó para ver Tó tá bien . La gente no alcanza asiento; pero siempre se le encuentra espacio, en un acto de gentileza, con los que siguen la trayectoria del grupo fundado el 2 de junio de 1999, con trece obras en repertorio y una presencia internacional en países como Alemania, Austria, Italia…
Tó tá bien implica a generaciones diversas de Teatro El Viento, los más maduros, con los que comienzan, a los que Freddy dirige con rectitud profesional. Son actores que se siente orgullosos de pertenecer a su núcleo creativo. Eso no siempre sucede; porque hay grupos así, unidos estéticamente y espiritualmente; y otros, que son pura disidencia creativa, en la relación con el director y con su estética.
Tó tá bien es un teatro movilizador, de reflexiones inherentes a la cotidianeidad social, a los conflictos y problemáticas de la realidad cubana de ahora mismo, esas conque nos sentamos en las butacas al llegar. Un teatro que potencia el debate desde la ironía del mismo título y la conceptualización de lo que se representa, combinando estilos diversos, siempre documentando sucesos, para levantarse como un teatro de la memoria, que juega con la experiencia vital de los actores, y se conecta con la de los espectadores. Un teatro crítico, un juego de espejos, que se difumina.
Estructurado sobre la base de breves historias, que van desde las realistas, como la de la pareja de médicos, con las que se inicia el espectáculo, metáfora dolorosa de dos seres, que son réplicas de muchos otros, o las escenas grotescas, absurdas o las que apelan a signos heterogéneos, que el lenguaje poético revela en escena, en un espectáculo que es simbiosis de la labor del dramaturgo y director que es Núñez Estenoz, y el trabajo de improvisación de los actores, que se demuestra en varios momentos de la puesta.
Es la palabra, la que nos sumerge en las historias de los personajes; en su mayoría, desde los estatutos textuales del monólogo, el soliloquio, y rara vez, el coloquio, a la manera tradicional, y casi siempre en dúos. El predominio de un primer plano —lo que en este caso tiene que ver con la relación espacial de la sala Rine Leal– propicia un coloquio vivo con la gente, que intercambia y participa, en la que destacan los instantes corales, donde lo musical funciona como un elemento estético de un todo, en un escenario desnudo, en el que sólo permanecen los actores que se transforman (con acciones y elementos minimalistas, que sintetizan las esencias de cada cuadro de la estructura), suben a su podio (tribuna, universo psicológico, ideológico y psíquico), ante la imagen visual de To’ tá bien, como un espacio que recuerda al karaoke o a una tribuna desfachatada y también conmovedora.
En un espectáculo que se reinventa sobre determinadas pausas, que dialogan con el acontecer vivo de lo cotidiano–histórico, en las que el tiempo es un elemento esencial, porque “manejarlo” en la dinámica de cada función, es una tarea en la que el dominio dramatúrgico y de comunicador de Nuñez Estenoz es fundamental. Él guía la estructura fragmentada del espectáculo, con las micro secuencias, que engarzan cada una, en simbiosis con actores, que se caracterizan por un magnifico dominio de sus instrumentos vocales, corporales, psicológicos, para lograr la eficacia que se requiere, y consigue, al menos en la función a la que asistí.
Cuando los aplausos cierran la última escena, que imagino –aunque no lo es– la de barcos de papel, que inundan el escenario, y la psiquis de los actores–personajes, la gente de diferentes edades, incluido quien escribe, perpetúa su imagen con los actores, como parte de la representación, para luego marcharse, en silencio o debatiendo, sobre lo que ha visto en escena.
Los actores no descansan aunque todo aparentemente ha acabado. Antes de irse a casa, se reúnen con el director y debaten los procesos de un espectáculo que se estrenó el 24 de julio de 2020, y en la primera temporada tuvo 31 funciones y en la segunda 14. ¿Tó tá bien? Pregunta Freddy Nuñez Estenoz a sus actores y comienza el análisis de esta función, la que acabo de ver.
To´ tá bien se prepara para la próxima noche de función.
Fotos cortesía del autor