or Esther Suárez Durán / Fotos Iván Soca Pascual
Con el estreno de Ponolani celebra el Teatro de Muñecos Okantomí el cuarenta y cinco aniversario de su fundación, hecho acontecido el 28 de enero de 1978. Para quien aún no lo sepa su nombre proviene de la lengua yoruba y significa “con todo mi corazón”.
El espectáculo cuenta con la dirección de Marta Díaz Farré (Rirri) y Jacqueline Arenal y se levanta a partir de la versión para el teatro realizada por la primera sobre los cuentos Ponolani, Panga Maleka y El hijo del Diablo, de la destacada escritora Dora Alonso (1910-2001), periodista, poeta, narradora, guionista de radio y televisión y dramaturga; hasta hoy la autora cubana para niños más traducida y publicada en el mundo y una creadora muy cercana para los escritores y teatristas cubanos que dedican su labor a los infantes y adolescentes.
El libro de Dora titulado Ponolani, que data de la década de los sesenta y obtuvo mención en el género de Cuentos en el Concurso Casa de las Américas, recoge en forma literaria los relatos que la niña Doralina de la Caridad (nombre oficial de la escritora) le escuchara a su nodriza Emilia como narraciones que, a su vez, le hiciera su madre, Ponolani, oriunda de África, traída muy joven a Cuba como esclava y vuelta a nombrar aquí como Florentina en el proceso más íntimo y criminal de colonización, ese que pretende borrar la identidad –hablo, entonces, de la cultura– de los seres bajo su poder.
Ponolani no solo conservó y cultivó su memoria, sino que la prodigó entre sus seres cercanos y cuidó de legarla a su descendencia. Incluso desde la crueldad del cepo, nos cuenta Emilia, Ponolani narraba para ella.
Emilia, a su vez, rindió culto a sus antepasados, en especial a su madre, y traspasó aquel saber a los niños bajo su cuidado, entre quienes, por fortuna, estuvo Dora quien, más tarde, difundiría a los cuatro vientos las memorias de Emilia y Ponolani desde su oficio magnífico de escritora.
Ahora el Teatro Okantomí se inserta en esta saga de cultivo de la memoria y la promociona desde sus escenarios con la resonancia que presta el teatro, donde se conjugan palabras, gestos, colores, formas, luces, música y bailes en la producción del sentimiento y la emoción en un proceso de recepción y comunicación colectivo que no conoce igual.
Qué disfrute brinda la profusión de sets que se suceden en la escena por espacio de una hora, belleza mantenida a pesar de la escasez material que nos acosa, regalo para nuestros sentidos tan necesitados hoy del bálsamo de la hermosura; fluidez y limpieza caracterizan cada cambio, dando cuenta de las horas de ensayos para lograrlo ya desde el estreno.
Variedad también de recursos actorales, de técnicas de animación de figuras que incluyen las sombras, el pelele, el guante, el body pupet, la máscara y también el actor en directo, sin mediaciones, que lo mismo enuncia un parlamento que baila, canta, toca un instrumento pues, como es característico de Okantomí, la música vuelve a tener una presencia protagónica en este espectáculo donde las jóvenes figuras llevan el peso de la interpretación junto a la talentosa y carismática Sor (Sorangel Solano), a quien es un regalo ver en escena. Ellos son Naysi Villavicencio y Laura Zambrana (músicos de escuela), Elén Montero (crecida dentro de estas filas), Franklin López, Gustavo Rodríguez y Aler Cabrera.
En los hombros del escenario quienes en esta ocasión no tienen personajes a su cargo: las primeras actrices y pilares de la entidad, Ramona Roque y Anita Rojas, garantizando los rápidos cambios de vestuario y la fluidez de la representación. Y de nuevo Okantomí da fe de ser escuela donde se intercambian saberes y trabajos y cada quien crece, no solo en habilidades y conocimientos sino también en el amor y la virtud.
Los diseños y la construcción de las figuras corresponden a Galo, Rirri, Ramona y Anita. El vestuario lo diseñó Anita, y Rirri la escenografía, la confección corrió a cargo de Galo, Rirri, Anita y Ramona.
Las coreografías las aportaron Eddy Veitía y Jacqueline Arenal. El utilero imprescindible es Francisco Pérez Rivero. Las luces y la asistencia a la dirección corresponden a Graciela Peña Casadeval y el diseño de cartel y programa es de Augusto Blanca y Rosita Rodríguez. El director general, fundador del proyecto, inspirador de todo y primer maestro es Pedro Valdés Piña.
El estreno se produce, además, el día en que conmemoramos el 170 aniversario del natalicio de José Martí, quien fuera “el hombre de La Edad de Oro”. Se inserta, también, en el veinte aniversario de la Sala Llauradó, espacio que durante estas dos décadas ha acogido los estrenos del grupo.
Felicidades, Okantomí. Y Modupue[i], que es la palabra con la cual se agradece en yoruba, por esta pasión que te recrea y nos imanta desde los escenarios.
[i] Gracias a la Dra. Lázara Menéndez por la gentil asesoría.
ía.