Por Frank Padrón
Confieso que cuando empecé en serio mi labor como crítico teatral, en los lejanos años ‘80, abrigaba ciertos prejuicios sobre el teatro infantil. Me parecía que poco podía este aportar a un espectador adulto, y que los mayores que llevaban a hijos o sobrinos a tales funciones solo eran meros acompañantes.
Cuando algunos amigos del medio muy vinculados a esa expresión —en especial la inolvidable Xiomara Palacios, actriz y titiritera ejemplar— me convencieron de mi error, comencé a asistir, degustar y valorar la misma, algo que ha continuado hasta hoy.
Un reciente evento teatral me permitió apreciar diariamente al menos una puesta de teatro infantil de varias ciudades nuestras, lo cual resultó doblemente saludable pues ya se sabe las dificultades para apreciar el quehacer escénico que se realiza fuera de la capital. Pude comprobar entonces varios asertos: la calidad prevaleciente en la mayoría de las propuestas, la amplitud de destinatarios que, con mucho, trasciende el público principal (los niños), la mixtura prácticamente total entre actores y figuras como un medio expresivo más amplio y sólido, desterrando casi de manera total la representación titiritera tradicional y la presencia de contenidos sólidos, educativos, ajenos a ñoñerías y estulticias de quienes subestiman la capacidad intelectiva de los más pequeños.
En varios textos vamos a acercarnos al quehacer de algunas de esas compañías, empezando por los anfitriones del festival que nos ofreció esa posibilidad: Santa Clara.
El Grupo Guiñol de esa ciudad central nos deleitó con Noche de Zarapico, dirigida por Odelí Alonso. El humor, el habla peculiar, la música, la narración oral dentro de la mejor tradición oneliana, la décima y la mitología campesinas se combinaron en una puesta sencilla y deliciosa, que denota un equilibrio muy conseguido entre lo hablado, lo cantado, la actuación y el manejo de las figuras, mediante excelentes actores que son también músicos, cantantes y profesionales de la manipulación titiritera.
El grupo Teatro sobre el camino, que es un proyecto de la compañía anterior, y que no limita sus obras al universo infantil, repuso una que sí se enmarca en esta vertiente, aunque también va mucho más allá: Paradigma o ¡Ay! Shakira, sólido y corrosivo texto sobre desvalorizaciones infantiles, racismo, equivocados modelos de belleza y conducta que generan fatales resultados, y donde la guía de Rafael Martínez descuella también por su acertada integración de actores (la mayoría muy notables) y títeres, el dinámico movimiento escénico y la imaginación en elementos escénicos y escenográficos que enriquecen la puesta.
De un municipio villaclareño, el multicultural Remedios, disfrutamos Entre sombrillas, que bajo la dirección de Yoniel Hernández une imaginación y dinamismo escénico con singulares figuras cuyos rasgos empalman a la perfección con una historia henchida de música y poesía que la convierten en un trayecto muy disfrutable. Los actores se desdoblan en eficaces manipuladores de los muñecos y los objetos emblemáticos, para entre todos establecer un diálogo provechoso con los niños, motivados y partícipes a tiempo completo.
Continuaremos valorando el teatro infantil a lo largo y ancho de esta isla “en peso”, que realmente lo es en este tipo de manifestación escénica.
Foto de portada / Tomadada de la página en Facebook de la actriz de Teatro Sobre el Camino Elizabeth Aguilera
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