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“Suite Generis”: Una Pieza Muy Singular

El Ballet Nacional de Cuba anunció la reposición del ballet Suite generis en la programación que presentará en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso en el próximo mes de febrero.
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Por Ismael S. Albelo

El Ballet Nacional de Cuba anunció la reposición del ballet Suite generis en la programación que presentará en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso en el próximo mes de febrero.

La pieza lleva muchos años dormida en el repertorio de nuestra compañía. Muchos aficionados, incluso artistas de la danza, desconocen sobre ella, todo un éxito en su estreno y posteriormente. Por ello creo que debe prepararse al público potencial sobre qué verán en esta ocasión.

Cuando nos enfrentamos con una obra que posee nombre propio,  lo asociamos a lo que vamos a consumir. Los nombres propios de las personas pueden indicar la herencia familiar o –como infelizmente sucede en nuestros días– una creación espontánea compuesta con cualquiera sabe qué insospechado antecedente, la mezcla de sílabas sin concierto o acierto, o un simple sonido convertido en identificación permanente.

Los títulos de las obras literarias o de arte han estado apegadas al significado de lo que se vaya a leer, ver u oír, aunque las artes visuales también se han hecho eco de la no concordancia entre nombre y obra; y en la danza, desde los tiempos de Merce Cunningham y Alwin Nikolais, el divorcio entre ambos elementos fue casi una norma que aprovecharon sus seguidores, directos o influidos.

No obstante, aun en estos tiempos posmodernos, muchos nos mantenemos apegados al significado de los títulos, sobre todo en el campo artístico, de ahí que al asistir al estreno del ballet Suite géneris de Alberto Méndez el 5 de noviembre de 1988, durante el 11no Festival Internacional de Ballet de La Habana, lo primero que atrajo la atención fue la “evidente errata” de agregarle te a la locución latina sui generis, conocida para identificar “un género o especie muy singular y excepcional, único, sin igual e inclasificable”, según la Real Academia Española.

Hubiera sido un desaguisado imperdonable, dado el marco del estreno mundial de esa obra, pero realmente no existía error alguno, era una de esas maneras que el coreógrafo acostumbraba subvertir los cánones con esa mezcla de erudición y humor que lo caracteriza.

Suite géneris está en la estructura de “a tres” muy frecuente, desde los pas de trois del ballet académico del siglo XIX, y en los inicios del siglo XIX, con los innovadores Ballets Rusos de Diaghlev, el irreverente Vaslav Nijinsky crea en 1912 Jeux, con la partitura original de Debussy, uno de los escándalos que este genio de la danza provocó en el París de la época. Sin embargo, a diferencia de los moldes frecuentes de arreglar los tríos danzarios con dos mujeres y un hombre, Méndez invierte los géneros y coloca una ballerina entre dos danseurs.

¿Habría alguna otra digresión en este estreno además del cambio ortográfico? ¿Querría el creador presentar una suite “muy singular” a partir de la “selección” musical de cinco piezas de Haydn y Haendel? ¿Tendría esta nueva obra una propuesta argumental detrás de este rejuego de símbolos? Como le era frecuente, Méndez trataba de incorporar al espectador como expectante, ponerlo en comunión con lo que estaba proponiendo, hacerlo pensar si se trataba de un simple divertissement académico o si encubría un provocativo ménage a trois como lo hiciera Nijinsky.

Más preguntas surgían aquella noche en el Gran Teatro de La Habana: ¿era una obra abstracta o de argumento?; ¿volvía el coreógrafo a removernos a descubrir –dentro de lo polisémico del movimiento– ideas y eventos encubiertos en una sintaxis contemporánea, casi posmoderna, a tenor de lo que ya se veía con creadores como Jiri Kylian o William Forsythe?

Es indudable que Alberto Méndez, con su espíritu festivo… y reflexivo, daba a la audiencia la posibilidad de descubrir aquello que, quizás, ni él mismo había tenido intención de volcar en su nueva creación. Pero era inevitable que en Suite generis, detrás de esa reinvención de los códigos académicos del más rancio ballet, volcaba una intensa relación en este trío, que podía ser de afecto, amor, odio, burla, desenfado o rejuego de formas nuevas, disposiciones creativas de los consabidos pasos, lo que le otorgaba una visión acorde con la posmodernidad, posiblemente por primera vez en el ballet cubano.

¿Sería muy aventurado decir que con Suite generis estábamos entrando en esa corriente del arte y de la vida del ser humano finisecular? La unicidad variable del Méndez-coreógrafo permite aseverar que este trío se distanciaba en lo temático de sus hilarantes Paso a tres o la danza española de La péri (compuesta después) y no entraba en las honduras de Rara avis o Intermezzo per l´amore, donde el formato “a tres” se correspondía con tríos de solistas con cuerpo de baile –el primero– y con trío de parejas –el segundo–, amén que también traían un tema más evidente como anécdota que su Suite generis, “un ballet sin argumento”, como bautizara otro de sus títulos posteriores, Mal de ángeles.

La sintaxis que muestra Suite generis queda entonces como hilo dramatúrgico, donde el paso, el gesto y la intención describen la posible base temática que, como dijera Balanchine, lejos de nombrarse “abstracta”, debe denominarse “concreta”, pues es la danza misma la que da el objeto por sobre el sujeto, que queda por parte de quien “lee” en cada movimiento inesperado, el texto que interprete de lo que el coreógrafo expone a través de su trío, conspiración que fructifica en la escena con los ejecutantes y su comprensión de la idea grahamiana de que “el movimiento no miente”.

Al final de aquella noche del 5 de noviembre de 1988, culminada la función del Ballet Nacional de Cuba, Alberto Méndez volvía a descubrir su capacidad de acercarse a los nuevos tiempos, que luego se entronizarían en la sociedad toda, sin traicionar su esencia académica, ofreciendo al espectador múltiples preguntas que, una vez respondidas… o incluso sin respuestas concretas o eficientes, daban la posibilidad de jugar con él al descubrimiento del lenguaje danzario, ese que sin palabras narra sensaciones, sentimientos, placeres… o enfados, pero que de ninguna forma está vacío de emociones.

¿Es entonces Suite generis una pieza “muy singular y excepcional”, sui generos? Juzgue Ud. cuando la disfrute en el teatro.

 

Foto de portada / Tomada de Ballet Nacional de Cuba – BNC oficial

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