Por Roberto Medina / Foto Buby Bode
La obra coreográfica Satori, de la compañía AcostaDanza, está dirigida por uno de sus destacados bailarines, Raúl Reinoso. Esta pieza fue concebida bajo los presupuestos filosóficos del concepto de igual nombre en el pensamiento antiguo. Por su tema y tratamiento escénico va dirigida a un público amplio, porque la filosofía oriental ha llegado a calar hondo en el mundo contemporáneo dada la notoria difusión alcanzada por esas ideas en los medios culturales de Occidente.
Se representa aquí bajo ese concepto a una humanidad ansiosa de salvación a partir del ejemplo de alguien que quiebra la cadena infinita de sufrimientos, a la cual están encadenados todos los seres humanos en un suceder sin fin. Según proclama la cultura oriental nadie está exento de esa triste y angustiosa condición. Por tal razón, los bailarines aparecen al comienzo enlazados escénicamente por una tela común de un profundo color azul, en representación de la imagen metafórica de un inmenso mar de lamentos donde permanecen sumidos por siempre.
Todos desearían escapar de esa triste condición pero resulta inútil. Es una trampa muy poderosa que no deja fisuras. El entramado de su acción es muy borroso, impreciso, inaccesible, y lo peor, no es percibible gnoseológicamente por estar las personas inmersas en ese estado oscuro del conocimiento, salvo por aquel iluminado que alcanza felizmente el Satori. Solo mediante el poderoso pensamiento gestado a través de sabios antiguos y, más reciente, se ha podido ir esclareciendo la compleja madeja de enlaces reales e ilusorios que provocan en los hombres las ciegas ataduras a sus circunstancias.
En correspondencia con esos presupuestos, las personas (bailarines) son vistas en Satori como náufragos dispersos en medio del océano de la vida y de las circunstancias, indicado por esa enorme tela en donde asoman sus torsos, situados a distancia unos de otros, sin poderse prestar ayuda mutua, donde flotan a la deriva de lo impredecible.
No pueden las personas evadir ese mar de situaciones imprevisibles ocurridas en el pasado, tampoco en el presente y mucho menos en el porvenir, donde se ahogarán finalmente después de andar a la deriva en la duración de sus respectivas existencias bajo los embates tormentosos a que los conducen sus dramas particulares. A lo desconocido se enfrentan de manera aislada y lo harán definitivamente ante la muerte, aunque puedan estar rodeados de muchos otros.
Basta un golpe del infortunio para que la supuesta estabilidad, mejor decir, la equívoca flotabilidad alcanzada, sea sacudida de golpe, conduciendo a la asfixia y al inevitable naufragio, dada la fragilidad de sus entes corporales. Por eso en la puesta danzaria todos son cuerpos sometidos simbólicamente al estado de desequilibrio y de caos en el enclave de sus circunstancias personales sin percibir con claridad por qué están así. La comprensión se les escapa al andar a ciegas, hundidos en ese impenetrable mar de sombras donde flotan, expuestos a impredecibles embates.
Reconocible escénicamente en una figura femenina con su cuerpo indefenso atrapado en una enorme malla reticular, a manera de una red de pesca donde las personas como peces no se podrán escapar. El efecto de trampa desborda a lo individual y se extiende a representar a la humanidad en su infinito devenir, hundida en una red de circunstancias que cierran su posibilidad de liberación espiritual.
Dos bailarines refuerzan y complementan el sentido de esa imagen al sostener atenazada a otra bailarina. Representan las fuerzas externas que sujetan y controlan físicamente la a voluntad de las personas anulando infructuosamente la posibilidad de salirse de esa opresión, denotando la manera implacable e inevitable de ejercerse esas presiones sobre el sujeto. Por tal razón, ambos bailarines controlan la cabeza y el rostro de la bailarina sobre la cual ejercen su poder, reteniendo su atrevimiento, aplastándola. Es la representación del destino del hombre inmerso en la fatalidad por siempre y para siempre. La imagen escénica ofrecida por esa red a pesar de su extrema sencillez y pobreza visual llega a sugerir la significación de lo eterno. De ahí que, por más razón, su manera escenográfica deba ser replanteada para alcanzar una potencia expresiva anonadante que ahora no tiene, en función de connotar soberbiamente el efecto al cual remite.
La música en general se propone resaltar en su sentido quejoso a lo largo de la puesta el dolor existencial en el cual están sumidos los bailarines. Es decir, seres alienados, expuestos a la ausencia de libertad y a la casi imposible iluminación.
Al respecto, habría que precisar que en los términos sustentados por la filosofía antigua ese poder omnímodo sobre las personas no está referido a determinados condicionantes sociales y políticos porque responde a una visión universalista, una gran abstracción que atraviesa todas las épocas y formas que la sociedad ha adoptado y estará por adoptar, fuera de las variaciones infinitas de lo contingente. Su accionar es eterno e invariable, siempre presente y actuante en cualquier tiempo por ser una condición inherente al ser, que le sujeta y no le permite desprenderse de esos entorpecimientos, sea una persona rica o pobre, no importa. Su validez no se ve limitada por lo social. Es una condición inseparable a la naturaleza humana, según insisten los filósofos antiguos.
A partir de un método insólito y muy raramente conseguido, el Satori implica un desprendimiento de lo corporal al salir espiritualmente como alma individual, la cual en su esencia homologable al alma universal puede entonces contemplar a los demás seres y a sí mismo acceder al no-tiempo en el momento culminante donde el yo es trascendido de sus determinaciones corporales al pasar a lo espiritual, una vez alcanzada la liberación y el sacudimiento de lo emocional con el logro del desapego hacia las cosas y a las ataduras sicológicas a la materialidad y lo sensorial al revelársele como experiencia personal el sentido indiferenciado del ser espiritual individual en unidad con el universo.
Es esta situación la que confiere a la persona la posibilidad de vencer esas sujeciones que tocan a todos. Y a eso nos debe el arribo por alguien al Satori, es decir, que a pesar de lo difícil y solo alcanzable por unos pocos, existe la posibilidad real de salirse de ese estado encadenado y pasar a ese estado especial, alcanzable solo una vez liberado definitivamente de los condicionamientos reductores a la emoción, de la anterior dependencia y sujeción a lo corporal y lo terreno.
La malla referida desciende en estos momentos sobre los bailarines. Oculta el rostro de estos. Invierte el efecto de la tela azul de comienzos del espectáculo donde se connotaba la catástrofe del naufragio. Ahora, la situación caótica de la vida apegada a los condicionamientos es significada nuevamente, pero de otro modo, como si observáramos debajo del agua el pataleo pertinaz de aquellos personajes presentados al inicio del espectáculo, decididos a permanecer flotando, a no morir sin que la tranquilidad finalmente los alcance alguna vez: tranquilidad ante el suceder de las cosas del mundo y del propio individuo, condición básica para poder alcanzar el estado iluminado.
En tal estado espiritual, la persona renuncia a todo cuanto acontece, se desprende de las ataduras materiales, percibe interiormente a nivel sicológico-espiritual lo ilusorio de la conciencia individual separada del universo, el ser individual alcanza un estado de vacío emocional al dejar fuera las sujeciones sensoriales de su cuerpo material. Todas las determinaciones particulares de los seres desaparecen en la visión peculiar alcanzada en la iluminación y sobreviene una inusitada calma total; resultado del efecto alcanzado en la renuncia, mejor decir el abandono a continuar contemplándose de modo diferenciado la persona a sí misma de las cosas y los seres del mundo. Pasa ahora a observarse de una manera no diferenciada del todo, diluida su antigua orgullosa individualidad en lo infinito de un continuum, inmersa de una manera no diferenciada en el vacío de determinaciones. Al alcanzarse por alguien de modo individual ese singular estado espiritual se disuelven las formas singularizadas de los cuerpos, desaparecen convertidas en algo intangible. Inseparable del todo universal. No se da como acto del lenguaje, de la palabra, sino como experiencia de una sensación-no corpórea. Es una conexión con la totalidad del universo, con el alma universal. Es el contacto definitivo con un conocimiento fundamental.
No desaparece después ya más en quien lo alcanza. Va unido ese estado a una calma muy serena, en un sentimiento suave y seguro de felicidad inmensamente gratificante. Se sabe situación trascendente, visión suprema y universal del todo; donde el yo individual queda unido de manera indiferenciada a esa totalidad. La visión alcanzada es la de un vacío total. Pero realmente es un lleno total que sobrepasa todas las determinaciones en la medida que el alma individual traspasa su horizonte y se conecta espiritualmente de forma instantánea con el alma universal, de la cual es parte consustancial.
Es de alguna manera un premio, una dación, un regalo para quien lo recibe y de gran satisfacción para los que contemplan al beneficiado. Exige a quien lo alcanza la comprensión serena. Se le irá develando poco a poco su alcance, después de recibida. Las dudas que antes lo atormentaran irán quedando a un lado sin desaparecer íntegramente, porque el cuerpo y la mente se habituaron antes a ellas, a ser proclives a sentir las emociones perturbadoras y enceguecedores. Pero como ya se ha conectado con lo esencial y no tiene marcha regresiva, irá dejando atrás esos sinsabores, esas perturbaciones del espíritu. Le acosarán en algún momento de nuevo individualmente. Mas por haber recibido esa dación, se recuperará ese estado de convicción de la verdad al volver al pensar sereno.
Es por eso que el espectáculo danzario aboca a destacar hacia el final la presencia de un personaje principal, resaltado en su individualidad respecto al resto. Es el propio coreógrafo quien lo interpreta, envuelto hasta la cintura en un sayón inmenso con el torso al descubierto, no unido al resto de los bailarines como si ocurriera al inicio con la enorme tela azul. El sayón ahora será individual, indicando con absoluta precisión sígnica el haberse desprendido del estado en que permanece la multitud. Luego, en su baile, se une a los restantes bailarines, quienes lo reciben y rodean. Hace pensar que ese acercamiento signifique la aclamación y homenaje de esta figura por haberse salvado finalmente de esos perniciosos encadenamientos infinitos, es decir se ha liberado, gracias a la iluminación, de la visión ignorante sobre los procesos causales en el mundo y de la red de interconexiones que eso comprende, y roto definitivamente con el ciclo eterno del sufrimiento que atenaza a todos.
Ha vencido la dependencia emocional y síquica al sufrimiento, el apego a la alegría transitoria e ilusoria y al nefasto pensamiento encargado de perpetuarlo, responsable de no dejar salir a las personas de lo sensible y lo engañoso. No es solo la glorificación admirada lo representado por los demás bailarines al rodear al iluminado, es también la satisfecha entrega desinteresada de este para el beneficio de los demás.
A mi juicio, sin embargo resulta problemática esa manera de mostrarlo porque da la sensación de que esa recepción del Satori sea derramada parejamente sobre todos pero no es eso lo que sustenta la enseñanza milenaria. No es algo que el iluminado ofrezca a todos por igual, aunque se abra a permitir el acercamiento a él y brindar a los otros las enseñanzas para entregarse a labrar sus respectivas entregas a ese camino. Es aquí donde cierra el espectáculo, abortando los procesos posteriores que se dan durante y después de recibido por quien ha logrado esa proeza. Y esto es algo a tener muy en cuenta porque a diferencia de nuestra cultura donde esas ideas son bastante alejadas y por eso me he detenido a formular cuidadosamente lo que ella entraña, el público instruido internacionalmente, sobre todo en Europa es sumamente conocedor, a veces a fondo y hasta practicante y adepta a esa cosmovisión, lo que hace más delicado la de no ser consecuente la puesta con todos la riqueza de matices fundamentales implicados.
Aunque el iluminado sea considerado un redentor, admirado por todos por haber logrado el Satori, las enseñanzas serán brindadas por este de una forma selectica, separada en grados de profundidad de acuerdo a los niveles espirituales de las personas según estén preparadas para recibirlas, brindando al nivel de una enseñanza general solo lo que en esa instancia puedan recibir.
Sin embargo, se deja fuera de lo representado escénicamente lo más importante, el acicate de unos pocos hacia un camino más secreto, profundo, exigente y vital, reservado a un número mínimo, posibilitado por la naturaleza y esfuerzo de consagración de estos a acercarse con mucho esfuerzo y dedicación quedándose muchas veces en estados intermedios a ese gran conocimiento superior. Ahí es donde se multiplica y potencia la fuerza benefactora y ejemplar del iluminado, no en el número crecido de los que lo rodean.
Creo que esto es una debilidad de la puesta desde mi manera de ver. Y exigía un despliegue muy matizado de comportamientos entre el iluminado y los demás seres (bailarines). Hubiera permitido una ampliación del tiempo escénico con el despliegue de otras elaboraciones coreográficas que resaltaran ese hecho en correspondencia con la dimensión trascendental de su alcance y posterior forma de manifestación hacia los demás. El cierre representado es por tanto precipitado. Lo aborta y no saca a relucir la naturaleza trascendental del Satori, a pesar de estar dedicada la pieza a esa especial condición como su título indica. Es decir, lo que debió ser el núcleo primordial de su concepción lo deja a un lado, no lo trabaja con detalle y en cambio se queda mucho más tiempo en la representación del sufrimiento de las personas en lo cual logra imágenes de cierto interés. Para el cierre en cambio da de súbito el arribo del iluminado a la gran enseñanza, es decir a la conciencia de la liberación de la cadena del sufrimiento eterno a diferencia de la humanidad que no ha podido acceder a ella y aguarda aun anhelante en la espera angustiada, observando admirada el ejemplo de aquel que sí ha podido lograrlo, evidenciado en sus evoluciones y en el de los presentes sin aportar nada de la complejidad de matices que entraña ese logro para ese personaje y en la relación diferenciada de comunicarlo a los demás. Es en ese esfuerzo de sí y hacia los otros por ayudar a liberarlos donde radica la verdadera grandeza de ese estado de Satori y de los pocos que logran exitosamente arribar a él.
Habrá que esperar otras creaciones de este joven coreógrafo para que logre una mayor madurez en la formulación escénica en cuanto a la dimensión de matices en el tema que en esos casos aborde. Creo que en este se quedó a medias. Insatisface y fracasa por eso, pero es un joven aún y creo puede remontarse alto en lo coreográfico en otras obras, demostrado en su voluntad de crecimiento y desempeño denodado como bailarín, con lo cual espiritualmente está ligado ese afán por salir adelante para bien suyo y de los demás con los cuales se esfuerza, algo que está en la naturaleza esencial y objetivo de aquel que logra realmente ser iluminado. Feliz coincidencia que habrá de perfilar con más ahínco y certidumbre en futuras obras. Así lo espero. Es más, podría aseverar que estoy convencido dará pruebas de su alcance.