Por Norah Hamze
Recientemente ha recibido de nuevo Casa de las Américas el documental Retablo de sol y luna de los realizadores Isabel Cristina y Jorge Ricardo como agasajo por los 30 años de Teatro de Las Estaciones, al concluir un 2024 de intensa labor en defensa de la dramaturgia titiritera.
Esta vez ha sido en el espacio interactivo Casa Tomada, un marco ideal para quienes no habíamos disfrutado aún del audiovisual, al contar entre los presentes con buena parte del equipo creativo, otros copartícipes directos, colegas del gremio, amigos, algunos familiares, directivos de instituciones culturales y -por supuesto- los protagonistas principales, entre los que enfatizo a Rubén Darío Salazar y Zenén Calero, fundadores de Teatro de Las Estaciones, premios nacionales de Teatro, unidos por amor en la creación y la vida. Todo en conjunto, ha tributado al encanto especial de la convocatoria.
Por segunda ocasión me sorprende el binomio Isabel Cristina y Jorge Ricardo -quienes también comparten la vida- y logran amalgamar talento y pericia en función de la creación audiovisual. Como egresados de la Universidad de las Artes de las licenciaturas en Teatrología y Fotografía respectivamente, prima en sus creaciones la comunión de intereses y el discernimiento de lo que puede funcionar sin traicionar las esencias, además de otros valores propios del lenguaje de la imagen y el sonido.
La osadía de penetrar ese universo, decodificando adecuadamente sus cánones para resumir y matizar experiencias reveladoras de la escena cubana, requiere de sus realizadores alta cuota de confianza, sentido común, humildad, entrega total y certeza de la eficacia, como bien han mostrado en El lenguaje de la montaña sobre la Cruzada Teatral guantanamera y en Retablo de sol y luna, su más reciente entrega; de ahí la seducción por dos materiales, divergentes en su producción y análogos en el objetivo de perpetuar valores humanos y trascendentes sobre acontecimientos descollantes de la cultura nacional, elaborados desde dentro, con la complicidad de sus protagonistas y la elevada sensibilidad de los autores, identificados totalmente con los sucesos.
Retablo de sol y luna es sobre todo un audiovisual tangible, íntimo; tan artesanal, robusto y hermoso como la labor creadora de Teatro de las Estaciones, cuyos artistas colocan a diario energía, ingenio y creatividad en función de una labor radiante y beneficiosa para la formación de las infancias y las juventudes. De ahí que prime lo sensorial, lo que penetra por nuestros sentidos y acaricia el alma al descubrirnos una verdad sin ambages en la vida interna de una familia teatral, desde la cotidianidad.
Como teatróloga, Isabel Cristina comprende que cada texto, situación o creación escénica demanda su propio lenguaje. El guion, el ambiente, la selección de los espacios, el sonido, el diseño, la iluminación y lo relativo a la coherencia del relato con la labor cotidiana de los que integran el grupo, responden a este principio. Ello se acopla a la conexión con Jorge Ricardo; la capacidad, dominio de este sobre el medio audiovisual y los juicios certeros para crear coordenadas en función de los presupuestos trazados. Sin embargo, no serían atributos suficientes para poner en valor la existencia de Las Estaciones desde su fisonomía genuina de trabajo, si no contaran con el equilibrio irrefutable de la sensibilidad que los habita.
La historia comienza a narrarse con acciones del día a día en el amanecer de algunos intérpretes, transita con naturalidad por otros involucrados en la vida interna del colectivo y visibiliza a quienes sólo aparecen en los programas de mano por su colaboración en el hecho creativo. Igualmente fluyen de manera orgánica las voces de críticos y dramaturgos muy cercanos a la obra de la agrupación, privilegiando la palabra llana y presencia puntual de sus progenitores y la de artistas de diversos perfiles cuyas alianzas han sido contundentes.
La figura raigal de María Laura Germán, actriz de una generación posterior a la de los fundadores, sienta pauta desde su imagen embarazada y luego con la bebita en brazos. Revela un decursar del tiempo donde la actriz-dramaturga se convierte en símbolo de fidelidad y pertenencia, corroborada con su voz y participación en tantas obras seleccionadas. Por su parte, los fundadores Freddy Maragotto y Fara Madrigal, reafirman en sus entrevistas el arraigo, la gratitud en sus carreras como intérpretes y la lealtad que profesan a Teatro de las Estaciones y sus líderes. A ellos se unen declaraciones convincentes en igual dirección de Migdalia Seguí, Yerandy Basart e Iván García, entre otros. Mención diferenciada requiere la intervención del maestro René Fernández como el horcón que reconoce con orgullo el virtuosismo de sus discípulos.
Las apariciones de la cantante lírica Bárbara Llanes, los cantautores Rochy Ameneiro y William Vivanco y la coreógrafa Lilliam Padrón, son harto elocuentes de algunos pactos creativos con otras expresiones del arte y las articulaciones de alto vuelo en la obra artística de Las Estaciones, con transferencias y retroalimentación enriquecedores.
Resumir los 30 años de este emblemático colectivo y conservar la veracidad de su historia, partiendo del estilo ideado por sus creadores, requería la familiaridad y entusiasmo de un equipo confiable, dispuesto a asumir los riesgos de una producción de pocos recursos. Lo validan Mario David Córdova y Gema Cárdenas en el diseño y animación, Irina Carballosa como sonidista, Patricia Ballote en la producción, Maikel Pardini y Claudia Remedios en la posproducción de sonido y color respectivamente, así como la cuidadosa edición de Lilmara Cruz.
Estimables resultan las disertaciones de los teatrólogos y dramaturgos cercanos a Teatro de Las Estaciones Norge Espinosa, Vivian Martínez Tabares, Jaime Gómez Triana, Marilyn Garbey, Omar Valiño, Yudd Favier y Yamina Gibert para introducir y comentar obras de preferencia; un obsequio testimonial que quedará registrado en la preservación de la memoria del teatro cubano. Sin dudas, valioso aporte del documental.
Culmina el provechoso año de dos realizadores que auguran una carrera exitosa y refrendan el valor de lo interdisciplinar en la creación artística. Sumergirse en la naturaleza de la entrega apasionada, del sudor tras bambalinas, la ética, disciplina, imaginería y compromiso social, sin acudir a recursos atrayentes, ampulosos, ni vibrantes de luces y velocidad, es un logro de Retablo de sol y luna, más allá de otros atributos técnicos a su favor.
Faltaría mucho por acotar en el acercamiento a esta entrega audiovisual sobre la gestación y el tránsito de Teatro de Las Estaciones para legitimar su resonancia durante tres décadas, desde la franqueza de una ventana-retablo siempre abierta, donde se enmarca con desenfado la vigorosa, personal y lúcida labor cotidiana, de quienes creen aún en la fidelidad del hogar que cobija los sueños y hermana a tan honorable familia teatral.
Fotos de la presentación del documental en Casa de las Américas. Cortesía de la autora