Por Ismael Albelo / Fotos Ernst Rudin
Un réquiem es una misa católica para difuntos, que se interpreta en conmemoración de una persona allegada posterior a su fallecimiento. En la historia de la música han sido muchos los compositores que han escrito este tipo de concierto a lo largo de los tiempos, pero no deben caber dudas que la comenzada por Mozart e inconclusa en el momento de su temprana muerte en 1791, ha sido de las más interpretadas en los repertorios sinfónicos y de las más conocidas de las compuestas por el “genio de Salzburgo”.
También han sido muchos artistas, aparte de los músicos, que han tomado esta partitura como apoyo sonoro para filmes, programas de televisión, piezas teatrales y la danza no se ha quedado rezagada en cuanto utilizar el Réquiem en re menor K 626 para el arte del movimiento.
Convocada por el Auditórium de México, teatro que acogiera años antes la interpretación multimédica de Carmina Burana y que le proporcionó el Premio Luna que entrega esa institución al mejor espectáculo escenificado en ese coliseo, Danza Contemporánea de Cuba ha vuelto al performance compuesto por música en vivo, coros, solistas vocales, medios audiovisuales… y danza, por supuesto, utilizando ahora el referido Réquiem mozartiano. Y se volvió a convocar al coreógrafo cubano George Céspedes para la coreografía.
Estrenada en el Auditórium mexicano a fines del año pasado, ahora las huestes de Miguel Iglesias presentan por dos fines de semana en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, esta superproducción que, como la Carmina Burana, viene arrastrando el éxito de su première.
En lo básico, Céspedes repite muchos códigos del performance, como el desarrollo en varios planos, el empleo de estructuras metálicas para garantizar esos desniveles, utilización de voces corales y solistas, así como materiales audiovisuales de manera escenográfica y dinámica, pero por sobre todo los bailarines al centro del espectáculo.
Comparado el Réquiem con la Cantata, musicalmente ésta última pudiera resultar más atractiva… pero tratándose de Mozart esto puede ser discutible y en el espectáculo que nos ocupa poseen paridad ambas partituras, mientras que en cuanto a la distribución en el espacio, Céspedes también apela a fórmulas ya explotadas por él, como las formaciones al unísono al principio y al final, para luego desarrollar libremente otras formaciones, de dúo, trío, pequeños y grandes grupos; el canon en los movimientos grupales; y sobre todo una gran preparación para ejecutar cualquier movimiento por más complejo que sea.
Las luces, factor imprescindible en el diseño coreográfico, tuvieron en las manos de Fernando Alonso un eficaz colaborador y, sin ser en esta obra factor protagónico, resulta convincente, al igual que el vestuario de Paula Fernández.
La música interpretada por la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro dirigida por Giovanni Duarte resonó como una verdadera sinfónica, al igual que los coros del Teatro Lírico Nacional y sus solistas: Milagros de los Ángeles, Andrés Sánchez, Frank Ledesma y Marcos Lima, redondearon el espectáculo con el éxito que acompaña a Danza Contemporánea de Cuba en todas sus presentaciones… y el Réquiem de Mozart no ha sido una excepción.
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