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Querida Esther

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Por Roxana Pineda

Querida Esther, guardo en mi memoria aquellos días de los 80, en las aulas del ISA, yo tan joven y tú tan joven, ya profesora de metodología de la investigación. Tengo muy fresca en esa memoria tu atractiva personalidad, tus lúcidos comentarios para mostrarnos la capacidad de ver y desentrañar. Y recuerdo, ahora como un tiempo infinitamente feliz, tu cercanía a Cubana de Acero, tu inteligencia ligada a la necesidad de desentrañar cada gesto.

Nací en ese tiempo donde todos, no solo en Cuba, también en el mundo (es decir en una parte de este mundo donde vivir no es una metáfora) el futuro implicaba esperanza de vida, posibilidad de diseñar paso a paso un entorno material digno junto a un aliento del espíritu que permitía no reducir la existencia a comprar o a comer bien. Tú formaste parte de ese claustro que en los 80 hacía crecer en mi generación el apego a la tierra, el amor a los símbolos, la voluntad para decir sin hipocresía pero con responsabilidad. No puedo separarme de ese respeto que conservo incluso para disentir hoy.

Confieso que hay temas que comparto contigo, el deseo de una Cuba libre de dogmatismos y oportunismos, el deseo de una tierra donde la dignidad no pueda traficarse para vivir mejor, donde los actos sean la expresión de un compromiso real con lo que se piensa y no el devaneo para ganar espacios. Me uno a ti en el reclamo a espacios de participación, pero no asocio ese reclamo solo a la responsabilidad institucional donde hemos tenido muchas veces esos espacios, lo asocio también a la valentía y a la cordura y a la decencia para encontrarlos, diseñarlos, defenderlos y sin guardar nuestros cómodos cojines correr el riesgo de decir sin tener que salirse de las instituciones. Plantar una guerra abierta a las instituciones de la cultura cubana es olvidar parte de la historia de este país, y sin historia, tú mejor que yo lo sabes, somos poco menos que marionetas.

Hablo sin tener que demostrar a nadie quién soy, de dónde vengo y el valor de mi obra. Hablo sabiendo que cuando he tenido que disentir lo he hecho, y quizás eso me haya ganado algunos contratiempos que he asumido con dignidad porque parte de lo que soy está ligado también a esas instituciones que hoy están siendo cuestionadas no solo por artistas conocidos o jóvenes decentes o colegas que tempranamente han sido consentidos por esa oficialidad que hoy desdeñan a veces de una forma insolente y soez.

Tengo muchas cosas que me gustaría debatir y en las que me gustaría poder participar más, pero no me siento separada ni en la acera de enfrente, siento que formo parte de ese tejido que puede estar desequilibrado o mal cosido en alguna de sus tramas, pero a diferencia de muchos de los que hoy opinan me siento parte de ese tejido, y no tengo la ingenuidad para creer que se trata solo de una explosión acumulada por la incompetencia del sistema, sé perfectamente que no es solo eso, y que detrás o delante o debajo está también la manipulación, el deseo de aniquilar el derecho que tenemos a existir, la macabra y real presencia de una tradición que desde el imperio más poderoso que haya existido nunca, se diseña para esta islita diminuta pero inmensa en su capacidad para resistir no plegarse a ciertos asuntos que no son negociables.

Qué raro que en los sucesos del 27 de Noviembre se haya silenciado la coincidencia de las fechas. Es una fecha de luto infinito. Sabes bien por qué. No me vengan a decir que los sucesos de San Isidro responden al llamado de un grupo de jóvenes que responsablemente y desde el valor de su hoja de vida quieren abrir un diálogo. Eso no es serio. La indecencia y la marginalidad no pueden ser cartas de presentación en debate alguno. Parece ser que hablar de subvenciones desde Estados Unidos, de manipulación mediática, de sobornos e injerencia, de planes de desestabilización, son alusiones que inmediatamente se dicen panfletarias. También pueden ser panfletarios el hambre, la muerte por desnutrición, los atentados, la falta de agua, las masacres en Colombia, los golpes de estado, en fin, tantas lacras que hacen de este mundo un lugar asqueroso.

Lo siento, pero no puedo comulgar con acciones que no considero limpias tampoco. No creo en esos supuestos reclamos que condicionan un diálogo para retrasarlo. Hay varias maneras de leer los sucesos del 27 de noviembre de 2020, porque hace falta aclarar el año de este 27 de noviembre. No es así como dices. Yo no estuve allí, pero hay muchas versiones que desmienten el hecho de que se retrasara la decisión de entablar el diálogo. Y me parece correcto que un ministro o el presidente de un país no acepten condicionamientos incoherentes. Sobre todo porque ni el ministro ni el presidente de este país son ni asesinos a sueldo ni impostores en sus cargos.
Yo también sueño un mundo mejor. Donde la violencia y la incompetencia y la falta de espiritualidad y de compromiso desaparezcan para dar paso a una real participación, a un espacio de encuentro transparente, real. Y cada día de mi existencia seguiré luchando para eso. No lo aprendí hoy, me lo inculcaron mis maestros, entre los que estás tú. No he sido ayer frívola de pacotilla y hoy revolucionaria violenta. No he sido ayer apolítica (como si eso fuera posible) y hoy agitadora a sueldo. No he sido ayer compinche oficialista, lamedora de botas y hoy politóloga abiertamente escudriñadora de todos los horrores que se esconden bajo el mantel de la mesa de este país.

Si alguien siente que esto es una fiesta, desconfío. Tengo el alma dolida de tanta porquería disfrazada de audacia política. Tengo el alma dolida de tanto fango que se revuelve y no permite la claridad y la tranquilidad para efectivamente pensar mejor nuestros destinos. Pero hay asuntos que no son negociables. Y no me creo el cuento de que los gobiernos de los Estados Unidos, como siempre han hecho, desde sus “instituciones”, no estén fabricando estas barricadas para hacer saltar pólvoras que no nos representan a todos. Que nadie hable por mí. Que nadie hable por tantos que no nos sentimos representados en esta farsa.

Efectivamente necesitamos espacios no predeterminados, tampoco los que se erigen desde los centros de poder que han sido expertos predeterminadores de cuanto arrasa con lo mejor del ser humano. Y que conste que todo esto lo digo sin odio alguno, lo digo desde el amor a mi país y desde el respeto a todos los que desde lo hondo de su humanismo quieren una patria mejor.

Foto: Irene Pérez/ Cubadebate