Por Marilyn Garbey
El 22 de enero se celebra el Día del teatro cubano y, de un tiempo a esta parte, se organizan alrededor de la fecha las Jornadas Villanueva para llamar la atención sobre lo más relevante de la escena del momento. También la Sección de Crítica de la UNEAC bautizó como Villanueva los reconocimientos que otorga a los montajes más relevantes de cada año.
A menudo algunos espectadores me preguntan por qué fue elegido el 22 de enero para tan gran festejo, día que ahora alcanza su clímax a la hora de la entrega del Premio Nacional de Teatro. Recuerdo las emociones vividas la primera vez que se entregaba el lauro, fue en la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís. Ese día de 1999 el teatro cubano aplaudía a Raquel y Vicente Revuelta. La doctora Graziella Pogollotti expresaba:
“…a ellos, que han sido fundadores, les merece con toda justicia este primer premio. A ellos que, como ocurre con la familia teatral, más que con ninguna otra, ejercen el acto de entrega más extraordinario: la entrega de toda la vida en cada instante irrepetible, frágil, en que se produce el teatro. Por ellos reconquistamos nuestras memorias, el sentido de permanente búsqueda, de permanente fidelidad, también a la tradición de nuestra escena, de permanente fidelidad a ese espectador en el que todos nos encontramos y convencemos”.
Por estos días en que los aires invernales han retornado a La Habana, me alegra la noticia de que Fátima Patterson es el Premio Nacional de Teatro 2017. La actriz y directora del Estudio Teatral Macubá es heredera de la tradición irreverente del teatro cubano, esa que dio lugar a los sucesos del Villanueva.
Quiero ahora compartir con los lectores de Cubaescena la reconstrucción que hiciera Rine Leal sobre lo acontecido aquel 22 de enero de 1869, día en que el teatro se comprometió para siempre con el destino de la nación. Aquí encontrarán las razones por las que ese día se eligió como el Día del Teatro Cubano.
“Los sucesos del Villanueva”, Fragmento de La selva oscura:
La noche del viernes 22 de enero, el Villanueva se abrió para un beneficio ofrecido por los Caricatos, y esa representación entró en nuestra historia como una acción bélica. El 18, el Diario de la Marina anuncia que la función es para favorecer a una desgraciada familia, y dos días después aclara que está destinada a socorrer a unos insolventes. La prensa partidaria de los mambises enfatizó el espectáculo:
Se dice que el viernes se trata de dar una función en el Villanueva por los bufos habaneros [error del cronista, sabemos que fueron los Caricatos] cuyo fondo se destina para un fin muy laudable; esperamos que todas nuestras simpáticas amigas y nuestros leales compañeros contribuyan con su asistencia. No se permitirá entrar a quien no lleve un garabato o una horquetilla. (1)
Y otro diario expresó: «¡Pueblo, allí todos! Extraño y más que extraño es que no se dispense la protección que merece este espectáculo verdaderamente provincial… ¡Pueblo! Tenéis una obligación patriótica que llenar sosteniendo este espectáculo.» (2) Tras los sucesos del 22, La Chamarreta fue más explícita al afirmar: «Insurrección armada, Anoche se dio una función en el Villanueva, cuyos fondos se destinaban para un fin que todos saben, y no dejó de haber la concurrencia numerosa que se esperaba.» (3) Parece pues fuera de toda duda que la función era a beneficio de los mambises y Justo Zaragoza (4) coincide en este juicio, aunque La Voz de Cuba sorprendentemente no estuviese segura el 23 de enero de los fines subversivos de la representación.
Esa noche el Villanueva se engalanó y cubrió de banderas norteamericanas y cubanas. La ausencia del emblema español, el traje y cintas de las mujeres con los colores blanco, azul y encarnado, o bien estrellas blancas y solitarias y el pelo suelto, convertían la función en un abierto desafío al poder colonial. (5) El programa incluía un precioso pot pourrí, las piezas Perro huevero… y Ataques de nervios de «Narciso Valor y Fe» (Juan Francisco Valerio) y El santo y la lotería, pieza de tipos diferentes, así como la canción La crisis, el estreno de la danza La insurrecta, la canción bufa Los caricatos y una rumba que cerraba la noche. La función estaba presidida por Antonio Fernández Bramosio, quien a pesar de negar su participación en los hechos, que fueron según sus palabras «obra de momento» sin preparación ni instigación alguna, se exilió cuatro días después ante amenaza de detención, (6) y fue condenado, en ausencia, a muerte. En realidad, nada era nuevo en el programa excepto La insurrecta de Juan de Dios Alfonso, danza dedicada a las lindas cubanas, pero los títulos hacen pensar en alusiones más o menos veladas a la situación política del país.
Una parte de nuestra crítica, especialmente Arrom, (7) descubre en Perro huevero… referencias muy directas de la insurrección, sobre todo en los versos de la guaracha que hablan de nuestra manigua:
No muy lejos de la antigua
provincia de Maniabón
se alza un esbelto peñón
en medio de la manigua.
………………………………
Hay una estrecha vereda
en el monte floreciente
para que la indiana gente
llegar a sus faldas pueda.
(Escena IX)
Y hasta establece que la fábula de la obra es revolucionaria. Así Mónica (que representa a Cuba) enamorada del Indiano (Céspedes) lucha contra su madre Nicolasa Cuesta-Arriba y de la Cruz Pesada (la corona española) y su padre Matías (el gobierno colonial), para finalmente escapar con su novio. Descubiertos, aceptan casarse si sus padres se regeneran. Pero en verdad hay más imaginación patriótica que realidad dramática. Perro huevero… fue estrenada el 26 de agosto del 68, representada a lo largo de la temporada bufa antes y después de la Demajagua, y publicada ese mismo año sin que las auto-ridades y la censura descubrieran las «ocultas» intenciones del autor, quien por otra parte no fue mezclado en el proceso del Villanueva y murió tranquilamente en Regla en 1878. Obra nada extraordinaria, ocupa un puesto especial en nuestra escena debido a la matanza que provocó indirectamente.
Entonces, ¿qué motivó la furia de los voluntarios? La noche del 22 de enero es el resultado de un clima de histeria guerrerista que los sectores más reaccionarios aprovecharon para imponer su política de exterminio con los revolucionarios. Cuando el general Dulce asume por segunda vez el mando de Cuba el 4 de enero de 1869, intenta una maniobra apaciguadora y viste su gobierno de casaca liberal. Pero al mismo tiempo, Dulce, viejo, enfermo (casi un cadáver lo describen las crónicas) tendría que batirse con otro enemigo: los voluntarios que mantenían una posición intransigente. Luchar en dos campos al mismo tiempo era una tarea gigantesca aun para el astuto Dulce. El 9 de enero decreta la libertad de prensa y La Habana se llena de periódicos subversivos, y suprime las Comisiones militares que, creadas por Vives cuarenta y cuatro años antes, eran el más fiel instrumento de la opresión colonial. Tres días después dicta una amnistía política y envía comisiones a Céspedes para sofocar la insurrección.
Pero en la capital el espíritu revolucionario era ya muy fuerte y se conspiraba abiertamente. El 29 de diciembre había muerto en la prisión, víctima de malos tratos, el patriota Camilo Cepeda, y su entierro el 31, al que asistieron más de cinco mil personas, fue un amplio desafío. El 6 de enero el joven habanero Tirso Vázquez es asesinado en la calle en una reyerta sin importancia por un oficial español, y su entierro al día siguiente es otra manifestación en la que se escuchan vivas a la independencia. Cinco días más tarde se descubre en Carmen 22 un importante cargamento bélico que iba desde fusiles y carabinas hasta machetes y cuchillos. La acción policial costó un muerto y cuatro heridos, y el 13 de enero los voluntarios se arman con el pretexto de que se iba a disparar contra ellos en un levantamiento armado.
Mientras tanto Domingo Dulce asiste al teatro. El sábado 9 va al Tacón a presenciar la zarzuela Las hijas de Eva de Luis Mariano de Larra con música de Gaztambide, acompañada del himno de Riego, pero también escucha gritos de «¡Viva Cuba libre!» mezclados con «¡Viva España libre!» Cuatro días después acude al Villanueva a rendir tributo a los Habaneros. El programa era una invitación al choteo político. Se repusieron Los negros catedráticos y El bautizo y se estrenó el chisporrotazo de circunstancias Lo que va de ayer a hoy o El destronamiento de una reina de cabildo de Jacinto Valdés y Francisco Valdés Ramírez, en burla a la caída de Isabel II. Pero donde se alcanzaba el frenesí crítico era, como de costumbre, en la música: las danzas ¡Viva la libertad!, Los liberales, Gorriones y bijiritas, Se armó la gorda y la guaracha Ya cayó, en recuerdo a la derrocada reina española. Todo un programa bufo-político en homenaje a la revolución de septiembre del 68 en la que Dulce había sido uno de sus actores principales, pero con una danza que narraba la pugna entre gorriones (españoles) y bijiritas (cubanos) que daría lugar pocos meses después a uno de los hechos más ridículos e increíbles de la estupidez colonial. Y el liberal Dulce aplaudía ese programa el mismo día que los voluntarios —azuzados por Gonzalo Castañón— se armaban para defenderse de hipotéticos ataques.
Por eso cuando Jacinto Valdés da el viva a Céspedes el 21, y los Caricatos anuncian su beneficio del día siguiente para socorrer a «unos insolventes», el clima político llegó a tal grado de excitación que cualquier detalle podía provocar la masacre, sin necesidad de buscar en el texto dramático alusiones separatistas.
Testigos presenciales y cronistas ofrecen una descripción de aquella noche que, si bien contradictoria en algunos detalles, permite acercarnos a la verdad. La mayor parte de las opiniones coincide en que en la escena IX de Perro huevero… al gritar Matías, interpretado por José Sigarroa (otros señalan a Pepe Ebra): «No tiene vergüenza ni buena ni regular ni mala, el que no diga conmigo ¡Viva la tierra que produce la caña!», el grito fue coreado por los espectadores, al que se unió nuevas vivas a Céspedes y Cuba libre, y hasta alguien completó el verso añadiendo de su cosecha ¡Y muera España! El entusiasmo fue enorme, y se afirma que una mujer (Antonia Somodevilla) tre-moló una bandera cubana. Un periodista explica (8) que:
a mitad de la función y a una señal dada desde las tablas por un cómico, se levantaron la mayor parte de los concurrentes, y entre ellos algunas señoras, que vestidas de blanco y azul, y adornadas con estrellas, se hallaban en los palcos, lanzando vivas a Cuba y a la independencia, seguido luego de algunos mueras a España e inmediatamente después, de varios disparos de revólveres.
Otros cronistas afirman que el escándalo se produjo al terminar uno de los actores una canción, que hubo una manifestación antiespañola y los intérpretes se salieron del programa y entonaron canciones que herían el nombre y sentimientos españoles, mientras otros especifican que en el intermedio sonaron unos disparos en la cantina del teatro cerrando una discusión.
Lo cierto es que en las afueras del Villanueva estaban congregados varios cientos de voluntarios que aprovecharon los gritos para disparar sobre el edificio de madera y cargar luego sobre el teatro destrozando los vestidos, cintas y flores de las mujeres, y atacando a los concurrentes que fueron liderados en el rechazo a los voluntarios por Rafael Lanza, condenado más tarde a cadena perpetua. ¿Cuántas víctimas hubo? Nunca se sabrá pues el gobierno prohibió hablar del hecho y aunque se calcula que los muertos fueron cuatro y los heridos ocho, en realidad la cifra debe ser inferior a la real debido a la brutalidad del ataque. Al día siguiente, Dulce proclamaba:
Habaneros. Anoche se ha cometido un grande escándalo, que será castigado con todo el rigor de las leyes. Algunos de los trastornadores del orden público están en poder de los tribunales. Ciudadanos pacíficos, confianza en vuestras autoridades: defensores todos de la integridad del territorio y de la honra nacional, se hará justicia y pronta justicia. (9)
Pero se hizo todo menos justicia. Los voluntarios se adueñaron de las calles y durante cuatro días La Habana pagó su saldo a la revolución. Convertidos en bandas armadas, asaltaron el café El Louvre, el palacio de Aldama, y asesinaron a mansalva. La fiereza de estos cuatro días, que costaron no menos de 14 muertos, 16 heridos y 45 detenidos, echó por tierra la política apaciguadora de Dulce, radicalizó a los timoratos y lanzó la capital de lleno a la lucha insurreccional. Los objetivos de Valdés quedaron cumplidos.
La noche del 22, mientras se masacraba a los espectadores del Villanueva, un joven de 16 años leía un periódico revolucionario, La Patria Libre, cuyo primer número aparecería al día siguiente. Años más tarde, ese mismo joven, José Martí, recordaba los sucesos de Villanueva en sus Versos sencillos, no. XXVII:
El enemigo brutal
nos pone fuego a la casa.
el sable la calle arrasa,
a la luna tropical.
Pocos salieron ilesos
del sable del español:
la calle, al salir el Sol,
era un reguero de sesos.
Pasa, entre balas, un coche:
entran, llorando, a una muerta:
llama una mano a la puerta
en lo negro de la noche.
No hay bala que no taladre
el portón: y la mujer
que llama, me ha dado el ser:
me viene a buscar mi madre.
A la boca de la muerte,
los valientes habaneros
se quitaron los sombreros
ante la matrona fuerte.
Y después que nos besamos
como dos locos, me dijo:
«Vamos pronto, vamos, hijo:
la niña está sola: vamos!»
Y en otro momento añadiría:
No basta que sobre un teatro indefenso y repleto, sobre mujeres, y hombres, y niños, se haya lanzado a un tiempo una muralla encendida de fusiles (…) ni los horribles días de Enero que llenaron de cadáveres asesinados la calzada de Jesús del Monte y las calles de Jesús María, y los que mi madre atravesó para buscarme, y pasando a su lado las balas, y cayendo a su lado los muertos, la misma horrible noche en que tantos hombres armados cayeron el día 22 sobre tantos hombres indefensos! (10)
El primer número de La Patria Libre, leído casi bajo las balas, publicó la pieza de Martí Abdala, que puede tomarse como la respuesta a la matanza del Villanueva, inaugurando el teatro mambí. La escena cubana se incorporaba directamente a la lucha por la independencia.
Ese 22 de enero de 1869 clausuró la brillante primera temporada de los bufos, comenzada el domingo 31 de mayo de 1868. Más de cuatro años La Habana vivió sin bufos, y cuando aparecen tímidamente en 1873 lo hacen sin el nombre genético que podía traer molestos recuerdos. Y sin embargo, en sólo ocho meses cambiaron la imagen del teatro nacional y abrieron una brecha que llega a nuestros días.
Conseguir eso, empezando casi en cero, fue la proeza mayor de esa nueva compañía de aficionados.
Notas:
(1) La Chamarreta, 20 de enero de 1869.
(2) La Convención Republicana, 21 de enero de 1869.
(3) La Chamarreta, 24 de enero de 1869. El subrayado es mío. Ver también César García del Pino: «El laborante: Carlos Sauvalle y José Martí», en Revista de la Biblioteca Nacional, mayo-agosto, 1969, no. 2. pp. 168-177.
(4) Zaragoza: Ob. cit, p. 275, dice: «Con el pretexto de auxiliar a unos insolventes, que no eran sino Céspedes y los suyos.»
(5) Pascual de Riesgo: Dos habaneras, tomo II, pp. 199-209. Esta novela ofrece un amplio campo a la fantasía, pero parece que su autor fue testigo presencial de los hechos. Ver también Gil Gelpi y Ferro: Álbum histórico-fotográfico de la guerra de Cuba, pp. 136.139; y Ramiro Guerra: Guerra de los Diez Años, tomo 1, pp. 154-155.
(6) Antonio Fernández Bramosio, «Al periódico de La Habana titu¬lado La Voz de Cuba», 13 de febrero de 1869, Colección Cubana.
(7) José Juan Arrom: Historia de la literatura dramática cubana, pp. 70-71. Yo me hago eco de esa idea en «Que viva la tierra que produce la caña», en Revista Cuba, octubre de 1968, p. 23.
(8) El Noticiero de la Habana, revista quincenal, 30 de enero de 1869.
(9) Sobre los sucesos del Villanueva, Zaragoza: Ob. cit., pp. 275-278; Luis Carbó: «Páginas de sangre. Fin trágico de una obra bufa», en El Fígaro, 10 de septiembre de 1899. pp. 334-335; Pascual de Riesgo; Ob. cit, cap. VIII; Miguel Bravo y Sentiés: Deportación a Fernando Poo, pp. 12-15; Gaceta de la Habana, Prensa de la Habana y La Voz de Cuba, 23 y 24 de enero de 1869; Gil Gelpi y Ferro: Ob. cit., pp. 136-139; El Espectador Liberal, 27 de enero de 1869; El Tribuno, 24 de enero de 1869; Antonio Pirala: Anales de la Guerra de Cuba, tomo 1, pp. 408-410; Raimundo Cabrera: Sombras que pasan, pp. 204-205; Moro Muza, 31 de enero de 1869, p. 106; Emilio Roig de Leuchsenring: «Los sucesos del Villanueva», en Carteles, 10 de enero de 1937; Francisco Javier Balmaseda: Los confinados a Fernando Poo, p. 36, nota 1; José Ramón Betan¬court: Las dos banderas, pp. 51-53; Álvaro de la Iglesia: «Las jornadas de terror», en Tradiciones cubanas, pp. 99-105; Vicente García Verdugo: Cuba contra España, pp. 46-47. En tan amplia bibliografía, el lector podrá descubrir los detalles contradictorios y los puntos aún oscuros. La causa judicial no la he podido localizar en el Archivo Nacional, por lo que presumo que se encuentra en España.
(10) José Martí: «EI parte de ayer», en Revista Universal de México, 21 de mano de 1875. En Obras completas, tomo 1, p. 116.