Por Roberto Pérez León
En las ocasiones en que he ido al América siempre he tenido la precepción de que se trata de un teatro de barrio. Bueno, ciertamente está enclavado en uno de nuestros barrios más populosos, populares y definitorios para la habanidad. Digo de barrio por el ánimo de la zona donde siempre hay una atmósfera donde nos cotidianizamos, nos sentimos más desenfadados y menos comprometidos con otra disciplina que no sea la del desembarazo y la ligereza. Sé que no llego a explicarme como quisiera. Y es que no es lo mismo ir al teatro América que al Lorca, al Hubert de Blanck, al Trianón o al Brecht.
Una de las últimas veces que estuve en al América fue cuando se dio el magnífico homenaje a Elena Burke, pero hubo veces en que me encontré con espectáculos endebles, de facturas estéticas poco afortunadas.
El América es el espacio de «variedades» de la ciudad y en esa modalidad tenemos deficiencias. Las Variedades no son teatro musical, ni cabaret, ni circo como tal, ellas admiten todas las posibles y concebibles manifestaciones escénicas; y, eso requiere de una dinámica, de un ritmo sostenido, contenido y a la vez desbordante, lo que exige de un montaje donde se vigile la composición, el estilo de cuadros o escenas que se intercambien con una organización y lógica dentro de una dramaturgia específica, movilizada mediante sistemas significantes o efectos escénicos que, aunque tengan formas prestadas, tienen que ostentar de una fábrica de sostenida movilización visual y sonora.
La administración del América está a cargo de Jorge Alfaro Sama, hombre de teatro con una dedicación, celo y diligencia admirables. Entrar a este edificio teatral es darse cuenta que allí todos hacen por el funcionamiento correcto de la instalación. El nivel de conservación del teatro es de una escrupulosidad que hay que celebrar. No me cabe dudas que si el América se conserva como está, pese a todos los avatares que hemos sufrido por las carencias y negligencias, se lo debemos a su director y a sus trabajadores.
Cabe preguntarse por qué el América no está contemplado dentro del entorno de las Artes Escénicas del Ministerio de Cultura, o por lo menos sea tomado en cuenta en la programación del CNAE, o que pudiera existir una gestión compartida.
Sí, es un teatro de “variedades” y todo lo que quepa en esa categoría. Pero por qué no puede también ser teatro de danza contemporánea, de teatro clásico, por ejemplo, se imaginan que esa carencia tan preocupante de puestas de los clásicos desde la perspectiva técnica de lo contemporáneo se revierta y que se pueda ir al América a ver teatro de ayer hecho por los teatristas de hoy (pero como se veía ayer), esto no deja de ser un ejercicio de experimentación también.
El América, pese a las muchas actividades locales que se programan en él, puede integrarse al circuito nacional e internacional si se empieza a tomar en cuenta a la hora de programar tanto a visitantes nacionales como extranjeros.
Qué le falta al América para que sea un teatro más en el universo de las artes escénicas y deje de ser para esto o para lo otro. Estoy seguro que capacidad y entusiasmo por parte de la dirección no faltan.
El América como pocos teatros de nuestro país ha tenido un atento vigilante, se trata del historiador y prestigioso hombre de la radio cubana Pedro Urbezo quien en su libro El teatro América y su entorno mágico nos pone al tanto de todo lo relacionado con el coliseo que prestigia a La Habana desde hace ya 80 años.
Todo empezó en un terreno que en los albores del siglo XIX era tal vez una siembra de frutas y hortalizas. Como dice el dicho, la yagua que está para lo que está no hay vaca que se la coma, y como parecía que aquel pedazo de tierra estaba predestinado para la diversión y no para la agricultura, enseguida un grupo de catalanes le puso el ojo y armaron una sociedad para el entretenimiento donde se hacían bailes y obras de teatro. Luego pasó la instalación a los gallegos y terminada la Guerra de Independencia se hizo allí teatro vernáculo hasta que en 1908 es arrendado el lugar a los hermanos Anckermann y ahí apareció nuestro Molino Rojo.
Tuvimos en La Habana un Molino Rojo, en Galiano entre Neptuno y Concordia en los inicios del siglo XX, donde se hizo mucho teatro bufo, al punto de que competía nada menos y nada más que con el Alhambra de Consulado y Virtudes.
Tenía El Molino Rojo para competir con el Alhambra a la Chelito nuestra, Consuelo Portela, la mujer libre más rica de aquellos tiempos, que se lo ganaba todo con su tremendo cuerpo, era tal de habilidosa la Chelito que se rifaba ella misma y ganaba mucho en la rifa.
A principios de los años 20, El Molino Rojo se despintó y pasó a manos de otros que lo llamaron Teatro Cubano, tampoco floreció del todo, entonces cambió la onda y su escenario quiso parecerse a los grandes de Norteamérica y apareció el Teatro Regina, Regina fue la esposa de uno de los inseparables de Machado, el Regina duró hasta 1936 que dio paso al Radio Cine con más de dos mil localidades.
¡Ah! Pero hay que decir que en el Regina se escucho por primera vez a Rita Montaner en Mama Inés y Siboney, y de ahí para el mundo entero hasta hoy.
Luego se decidió levantar una monumental construcción que tiene la distinción del prestigio único de estilo arquitectónico Art Déco del cual La Habana fue una dichosa depositaria.
Surgió de esquina a esquina el edificio Rodríguez Vásquez nombre que llevó el rascacielos porque su propietario Antonio H. Rodríguez Cintras quiso que así se llamara en honor a su padre.
Esa cuadra de Neptuno a Concordia que hoy le llamamos genéricamente el América tuvo en sus inicios más de 60 apartamentos para alquilar, un teatro y un cine y además una cafetería restaurante, hoy en lo que era el cine está La Casa de la Música.
El 29 de marzo de 1941 Cintras vio realizado su propósito de que La Habana tuviera una colosal edificación que evocara al Rockefeller Center y al Radio City Music Hall de Nueva York, que contara con un cine que compitiera con los mejores y más modernos de la ciudad de entonces y además con un teatro que superara a los ya consagrados Teatro Nacional y el Teatro Auditórium.
De aro, balde y paleta que es como decir con muchos féferes y lentejuelas debió de haber asistido la crema y nata de la sociedad habanera a la inauguración del teatro América y del edificio todo aquel 29 de marzo de 1941. Se puso el film El cielo y tú, producción de Warner Bros., con dirección de Anatole Litvak, con Betty Davis y Charles Boyer en los protagónicos. Curiosamente, debo decir que Ramiro Guerra era un admirador incondicional de la Davis y siempre me decía que él empezó a ser fan de ella desde la inauguración del América donde además había visto por primera vez El gran dictador.
A los cinco meses de estar exhibiendo proyecciones cinematográficas, que la mayoría serían luego emblemáticas en la historia del cine, del 22-29 de septiembre tuvo el América su primer Espectáculo de Variedades y fue con Pedro Vargas.
En enero de 1942 se pone Mi amor eres tú, con Paulina Singerman, la primera película hablada en español. Y la película cubana que mereció el honor de ser exhibida en el flamante coliseo fue Romance musical, producida por CMQ con dirección de Ernesto Caparrós. Después de tres días de preestreno esta película, destinada a “hacer época” según sus publicistas, tuvo una gran premier el 26 de enero de 1942 a las 9:30 con un show relámpago en la escena con dirección musical de González Mántici y las actuaciones de Pedro Vargas acompañado de artistas de la CMQ como “homenaje al cine”.
Aquella noche de la premier de Romance musical los oyentes de las emisoras del Circuito CMQ pudieron escuchar desde el vestíbulo del teatro las declaraciones de los intérpretes y del equipo de realización del film entrevistados por Germán Pinelli; y, además, gracias a un micrófono instalado en la cabina de proyecciones pudieron escuchar la película completa, semejante espectáculo tal vez se no haya producido en muchos lugares del orbe.
Como buen teatro que se respete el América también empezó a tener su fantasma. La noche del 22 de noviembre de 1943 en estreno exclusivo se proyectó el filme El Fantasma de la Opera que tuvo que seguir en cartelera durante varias semanas; tanto tiempo en el América parece que hizo que se aplatanara el fantasma y empezó a circular el rumor de que en las noches andaba por los sótanos del teatro.
Pedro Urbezo en su libro sobre el América nos pone al tanto del fantasma que aún dicen anda por ahí:
El escenario del viejo Teatro de la ópera de París, con sus altos y complicados telares, con sus múltiples pasadizos, con amplio sótano de misteriosos laberintos, con su utilería y su vestuario atestado de muebles, artefactos, máscaras y trajes de los más variados estilos, formas y épocas, y por donde el desdichado Enrique Claudin, el Fantasma, se paseaba ocultando al mundo su rostro desfigurado, guardaba cierta similitud con el subterráneo del teatro América. Y a partir de aquella fecha del estreno de la película, no fueron pocos los actores, tramoyistas y técnicos, incluido el personal de la empresa y empleados, que creyeron oír arias de ópera y lamentos angustiosos, procedente de los sótanos, manteniéndose la creencia, hasta algunas décadas después, que el personaje creado por Gastón Leroux arrastraba por los subsuelos del América las cadenas de su eterna desesperación.
El estreno de El Fantasma de la Opera fue a las diez de la noche, pero antes se dio un concierto que se escuchó gracias al control remoto y en trasmisión simultánea por la CMQ y la COCO en La Habana; por la CMHQ, en Santa Clara; la CMJL, en Camagüey; y la CMKU, en Santiago. Sin duda fue una gala de lujo que compitió con la premier del film cubano Romance musical.
El América es en verdad un cine teatro. El ICAIC lo incluye en las salas de la programación del Festival de Cine cada año.
Eso sí, delante de esa pantalla, que ha proyectado lo mejor del cine desde 1941, también ha estado lo más fastuoso de los espectáculos musicales.
A finales de 1950 Josephine Baker actuó en La Habana y cuando llegó al América tuvo que quedarse por cinco semanas seguidas con dos funciones diarias y los domingos tres funciones; cuenta la vedette haber quedado encantada en aquella maratónica jornada habanera.
Era hábito en el América cerrar la taquilla cuando se agotaban las localidades. Sin embargo cuando La Faraona llegó se rompió lo establecido y hubo que dejar que la gente se pusiera en los pasillos y en cuanto espacio era posible porque a la Lola Flores había que verla sí o sí. Igual pasó con Libertad Lamarque que literalmente paralizó el tráfico y al terminar la función dicen que la acompañó el público hasta el hotel, algunos aseguran que la llevaron en hombros.
Hoy a sus ochenta años el América conserva su majestad cuarentona nada decrépita. Además de ser escenario de Variedades también es un espacio de la familia fundamentalmente centro habanera que lleva a los niños a tomar cursos y talleres y a las infaltables funciones infantiles; los adultos no se pierden nada de lo que pasa en el América porque se trata de un teatro bien de pueblo, donde el pueblo entra a disfrutar y a aprender por lo que es pertinente que a ese pueblo llegue todo el gran abanico de producciones escénicas que la ciudad ofrece.
No sería descabellado que al impresionante escenario del América llegue el Festival de Teatro de La Habana y las jornadas teatrales, de danza o ballet que durante el año pueden suceder y que se quedan generalmente en la calle Línea.
No tengamos la creencia de que La Habana es del tamaño del Vedado. Estamos desaprovechando uno de los teatros más hermosos y dotados del país.
Foto de Portada tomada del sitio web Tripadvisor