Por Roberto Pérez León
Teatro: “Lugar en que ocurren acontecimientos notables y dignos de atención”.
Cuarta acepción del término según el Diccionario de la RAE en su XXIII edición.
En general la cartelera teatral cubana no cuenta con propuestas escénicas que manejen las potencialidades tecnológicas de la cibercultura. Entre nosotros los entornos digitales no son relevantes entre los componentes formales y estéticos de una puesta en escena. Sin embargo, estos entornos hoy por hoy remueven las artes escénicas. Pero sospecho que esta evidencia no está siendo objeto de preocupación para el desarrollo del teatro nacional.
El fenómeno escénico tiene necesariamente que tener en cuenta los procederes de las tecnologías de información y comunicación que replantean las teatralidades.
El universo digital modifica la concepción ideo-estética de las teatralidades a medida que hace posible la manifestación de una poética particular para la escritura escénica.
Lo ciberescénico es una dinámica-conocimiento que opera sobre los establecimientos escénicos y dramáticos, los problematiza y amplia la configuración de los medios expresivo en el espacio y en el tiempo.
Las formas de expresión digital al insertarse en las formas de expresión teatral conforman un mundo híbrido, intermedial que apertura incluso lo mutante.
La hibridez del teatro actual está determinada por las potencialidades de la (re)presentación, el performance corporal y la enunciación digital. Por supuesto, el teatro como medio artístico conserva su independencia más allá de los pilares tecnológicos y sus resonancias transformacionales.
El cosmos sensorial de la cibercultura y su lógica intermedial debe renovar nuestras estéticas escénicas.
No estoy demandando el uso de la interfaz informática como comunicación física y funcional de dispositivos o sistemas: escenario-performers-actores-espectador.
Los efectos de sensorialidad sonoro-espaciales y sus singularidades es cierto que requieren de una alta sofisticación tecnología. Pero hasta cuándo vamos a dejar nuestros montajes escénicos encerrados en formalismos visuales y sonoros; y, por otro lado contamos con un monte de disquisiciones teóricas sobre las nuevas dramaturgias, nuevos relatos escénicos, etc. etc.
No podemos entretenernos en propuestas teóricas alrededor del teatro sin tomar partido de manera frontal por la ciberescena. Es preciso hacer efectivo el compromiso con la tecnología digital e incorporarla en el meollo de los discursos que integran los lenguajes escénicos.
Ante las nuevas poéticas para el teatro es preciso establecer estrategias de construcciones espaciales y temporales consecuentes con la intermodalidad y la hibridación.
Nos urge empezar por algo. La hibridez se logra también en la performance de una instalación escénica donde los convencionales sistemas significantes, al involucrarse con el entorno digital, adquieren una semanticidad y una gramática suficientes para hacer detonar la creación escénica como suceso relacional.
En la acción escénica centrada en el cuerpo del actor, cuerpo territorio de todo lo posible debe producirse un intercambio con los medios tecnológicos, intercambio que resulte en una creadora interacción entre cuerpo físico y entorno digital.
La puesta en escena cuando toma en consideración lo intermedial tiene que poseer como estrategia formal y estética la yuxtaposición de medios y acciones escénicas, generar el adecuado multiperspectivismo, así como la sensación de presencia en el espectador.
Las puestas en escena en tono posdramático han sucedido de manera significativa en el ámbito teatral cubano. Tenemos muchos seguidores de la estética posdramática de Hans-Thies Lehmann en su Teatro posdramático (1999).
Sin embargo no hemos alcanzado la imbricación de lo posdramático con la plataforma digital dadora de experiencias y actitudes determinantes para la creación y percepción un teatro abierto y experimental.
La lógica estética que se puede desarrollar con el mundo digital puede estar articulada con la lógica estética de lo posdramático.
Cuando hablemos de dramaturgia en un mundo inundados por travesías “post” tenemos que pensar en la dramaturgia intermedial que demanda determinadas dinámicas de producción escénica.
Son definitorios los contenidos llegados desde los entornos virtuales, la comunicación digital, la multimedia, el hipertexto, la hipermedia, el collage, y etc. con todas las ocurrencias que como sujetos seremos capaces de desarrollar.
Las nuevas teatralidades tácitamente están en el imaginario de los espectadores ciudadanos de la cibercultura. Espectadores formados entre experiencias mediáticas incluso en una sociedad como la nuestra que apenas inicia la digitalización.
En el ambiente técnico-mediático, las posibilidades interactivas desde el mismo celular convierten a los jóvenes en sujetos de inmersión en una realidad de estructura no lineal, de insospechada manifestación de multiplicidades, de enormes ramificaciones de significantes capaces de generar concreciones impredecibles.
Entonces, renovemos nuestras dramaturgias no solo entre la butaca de la sala de teatro y el escenario, también a través de “aplicaciones” que nos den la entrada como espectadores a la fenomenología de las nuevas teatralidades. Y si es necesario no dudemos en hacer del teatro un cibergénero.
No digo nada nuevo. Incluso en otros comentarios me he referido al tema. Pero sigo insistiendo en ello. La tradición teatral puede aportar nuevos sentidos a la tecnología cuando el artista, desde su posición y con una aptitud colaborativa, interactúa con la forma de expresión, también creadora, del mundo de los bits.
Nuestras universidades son capaces de emprender una cruzada científico-artística para posicionar las artes escénicas en el entorno digital.
Empecemos a construir un espacio intermedialidad con las debidas dinámicas relacionales. Demos paso a la nueva arquitectura de la escena donde convivan diferentes ambientes que re-teatralicen los esquemas compositivos de la escritura escénica.
Imagen de Portada: Pixabay