Este sábado 28 y domingo 29, a las 7:00 pm, continúan las funciones de Infinito en la sala Tito Junco del Bertolt Brecht
Por Sheyla Delgado Guerra Di Silvestrelli
Un viaje de búsquedas, de reencuentros. Un viaje necesario para descubrirnos y plantearnos nuevos derroteros. Para volver a las raíces siempre y aceptarle el reto al futuro.
Así fue el regreso a la escena de MiCompañía, agrupación danzaria dirigida por la bailarina y coreógrafa española Susana Pous, con la obra Infinito, este sábado 21 y el domingo 22 en el Centro Cultural Bertolt Brecht del Vedado capitalino. Cita que se reeditará con el público los días 28 y 29 de noviembre, también a las siete de la noche en el Brecht.
Tras el impasse impuesto por la COVID-19, la compañía no pudo regalar mejor retorno a las tablas que la esmerada reposición de la pieza con la cual se agenció el Premio Villanueva de la Crítica al Mejor Espectáculo de Danza en 2019.
El sortilegio que nace del talento y calidad artística de sus bailarines en conjunción con la exquisitez en la curadoría de cada ingrediente: dirección de arte, música, escenografía, diseño de luces…, han hecho de Infinito el pretexto y el convite ideales para trascender la intimidad de la sala Tito Junco e inundar cualquier espacio –de teatro, de cuidado de nosotros mismos– con las esencias que cohabitan y desandan su propio viaje.
Gracias a la idea original y las muy bien logradas dirección y coreografía de Susana Pous, la música de Eme Alfonso, el diseño de iluminación y escénico de Guido Gali, junto a las ilustraciones y animación de Sergio Valencia, una familia de excelentes bailarines se adentra en un viaje que revoluciona –de inicio a fin– la escena. Lisset Galego, Erismel Mejías García, Diana Columbié Gámez, Marlien Ginarte Álvarez, Niosbel González, Rubinel Ortiz Mayedo y Gabriela Herrera/Yanelys Brooks llevan en pies y almas el peso de la historia en el escenario.
Del sueño a la escena
En declaraciones a Cubadebate, Susana confiesa: “Yo, como creadora, doy un paso en un momento dado. Dejo de ser bailarina justo cuando me embarazo de mi hija Vida. Al dejar de bailar siento la necesidad de contar todo lo que estoy experimentando. Ahí empiezo con mi interés, con mi inquietud como creadora, porque hasta entonces realmente yo bailaba”.
Durante todos estos años en que han visto la luz sus creaciones más representativas, “casi siempre he sido una observadora de lo que había alrededor. De transmitir lo que yo veía, lo que sentía que sucedía. A tiempo, muy real, de mis inquietudes pero además de mi verdad, de mi vida, de lo que me rodeaba. Y en Infinito me voy para adentro”, cuenta la otrora bailarina, coreógrafa y directora de la entonces compañía DanzAbierta.
“Infinito viaja, por supuesto. Es un viaje interior, no solo mío porque en el proceso de investigación involucré también a todos mis bailarines, e hicimos un viaje interior a nuestro árbol genealógico, a nuestros antepasados, a la información que arrastramos, a los traumas, a los recuerdos, a las vivencias. Y todo eso, claro, va dejando una huella de todo lo que yo soy, de lo que yo siento y de lo que es la memoria también: un poco de lo que uno sabe de su vida; lo que uno conoce de su gente, de su clan. Eso es lo que ha diferenciado el hecho de que Infinito venga desde dentro. Y yo creo que es lo que ha hecho que se conecte con el público.
“Cuando veía MalSon, ShowRoom, Welcome, mis obras anteriores, todo el mundo las veía como algo que reconocía, que sucedía a su alrededor. Pero aquí se sienten conectados porque estás hablando de cosas internas que los conectan. Creo que, de alguna manera, todos estamos conectados en una red humana y espiritual e Infinito habla de todo eso: del perdón, del amor, del dolor…”, comenta.
Acerca del Villanueva 2019 que se llevaron a casa, subraya: “muy importante el premio de la crítica porque se hacen muchos espectáculos en Cuba y a un nivel muy alto de danza, mucha labor creativa. Entonces, que te reconozcan como mejor espectáculo de danza del año pues, imagínate, es extraordinario. Uno no trabaja para que lo premien, pero si lo premian es súper agradable, claro”.
“Lo más importante de haber hecho estas funciones es reconectarse otra vez con el futuro. Como dice la palabra ‘infinito’, el quehacer de un bailarín, de un artista, es infinito en el tiempo. Constantemente siento que estoy pensando más allá, en los proyectos futuros, en el seguir moviéndome. El movimiento en sí es lo que genera la vida y ha habido una especie de pausa. La pausa para nosotros, más allá de lo que pueda significar para todo el mundo, además ha sido como esa especie de palabra prohibida que tiene que ver con la falta de movimiento, de avance, la falta de danza.
“Por una parte, nos hemos dado cuenta de que también uno puede crear, pensar, dedicarse a generar ideas artísticas y a pensar en el movimiento justo desde la falta de este. Y, segundo, que evidentemente hemos echado de menos toda la parte física de nuestro entrenamiento, del sentido que tiene para nosotros reunirnos todos los días, poner a punto nuestros cuerpos. Eso ha sido duro.
“Siempre se dice que los bailarines, cuando paran de entrenarse, después el tiempo que necesitan para ponerse a punto es el doble del que han estado parados. Por lo tanto, eso ha sido impensable en nosotros: no hemos podido ni plantearnos esa idea. Realmente ha sido un ponernos a punto: no solamente el cuerpo, sino las emociones, la mente”, confiesa Susana.
De acuerdo con la reconocida artista radicada en Cuba desde hace más de dos décadas, “pensar que las funciones eran como una meta cercana, nos hacía vivir con un poco de esperanza y darle sentido a todo: a volver a reconectarnos con el público, a reconectarnos con nuestro cuerpo. Era importante hacer estas funciones y no quedarnos solamente con nuestro entrenamiento personal, sino decir “sí, sí se puede, y antes de acabar el año vamos a subir a un escenario y vamos a compartir con el público, que también necesita reactivarse como tal y venir al teatro a disfrutar. Para mí han sido muy importantes estas funciones: todo un reto y, como me gustan los retos, pues estoy muy contenta”.
Infinito, el grito de fe a la vuelta de un viaje
Desde la primera vez delante de MiCompañía en un teatro, he vivido Infinito desde nuevas emociones. Quizás por la entrega a flor de piel, por la energía que se encarna y cobra alas encima del escenario y por la energía que se vive, se disfruta, desde el asiento de público.
Y es que, cuando a veces muchos deciden seguir la rueda de la rutina, hay quienes se atreven a hacer el viaje. Un viaje que se dibuja árbol, para buscar esencias, y esencias que se tornan raíz para rescatar identidades. Porque, definitivamente, hay retrospecciones tan necesarias y búsquedas que –para encontrar respuestas en el presente– tienen que remitirse al pasado.
Viajar para (re)descubrirse. Viajar para no conformarse. Para luchar contra los demonios cotidianos. Mil y una motivaciones para replantearnos la vida que nos dieron y la vida a la que aspiramos.
Todo se mueve, se transforma, se complementa. Hay esencias sobreviviendo en las venas generacionales. Infinito es la certeza de que hay ocasiones en que, para poder seguir adelante, apenas basta detenerse y volver a encontrarse. Habla también de la resistencia, de saber dar guerra aun si los conflictos prometen cansarnos.
Y con esa fuerza sobrenatural de la danza por lenguaje, va revelando realidades. En la risa contundente y desenfadada que se apaga cuando los problemas vencen y la alegría muta en llanto; en el “cuadro social” donde muchos luchan, desde sus adentros, por sostener el “ramo”. En la rebeldía y el quietismo que se trenzan en ese mismo retrato; en la fe, los miedos, la esperanza, la rabia y el sueño; en el grito y el silencio; en el amor y el desencanto.
Infinito hace posible el sortilegio de una noche al regalarnos la magia otra que viene del talento sobre y detrás de las tablas, la pasión y el extra que tanto se agradece de sus bailarines. Y el pedazo de piel y de sí mismo que ha dejado –en nombre del arte– cada uno de quienes han justificado, desde su aporte individual, los merecidos y dilatados aplausos.
Viajar para detener los coros que nos repiten “No”. Porque a veces lo único que necesitamos es un grito de “Sí”, fuerte y esperanzador, que nos arranque las cadenas y los frenos; que se vuelva el resorte para relanzarnos. Un grito de fe, una irreverencia fértil. Un estallido de liberación para recordarnos que vale la pena, por lo menos, intentar el viaje.
Viajar para resistir, para autodesafiarnos. Viajar a destiempo hacia el infinito, donde no hay fronteras para reinventarse.
Foto de portada: Buby Bode / Tomado de Cubadebate
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