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Mi Cuerpo, Respondo, Mi Cuerpo

Identidades era el nombre del estreno de Retazos. Sobre linóleo banco, líneas negras. Un ajedrez. Sobre cuerpos dominados, cuerpos dominantes.
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Por Edgar Ariel

Me pasaba unos días junto a una amiga en su casa. Nos acompañamos en nuestras soledades. Lo hacemos a veces, y aparte de cocinar, y comer, y todas las otras prótesis tecno-hogareño-administrativas, conversamos. Para decirlo con Chul Han, nuestra relación es vinculante.

Ahora escribo, 5:56 de la tarde, en un cuarto en la beca del ISA. Mi hogar desde hace nueve meses. Estoy solo en el Country Club. Todos se han ido a sus casas. De vacaciones. Desde mi ventana veo par de cúpulas de la Facultad de Artes Visuales, veo un framboyán florecido y un “barrunto” en lontananza. Se aproxima la lluvia y se aproxima la noche.

Hoy, al llegar, estaba clausurada la puerta de entrada del piso en la beca. Estaba clausurada con esos papeles que ponen en las escuelas cubanas para vacaciones. Unos papeles con unas firmas y unos cuños y unas fechas. Todos protegen su territorio, me digo. Y me pregunto, ¿cuál es mi territorio, cuál es mi identidad? Mi cuerpo, respondo, mi cuerpo. Mi territorio es mi identidad.

Mi amiga y yo valoramos opciones para salir, digamos a pasear, la noche del sábado. Cualquier decisión era un pretexto, el incentivo, para salir de la casa y caminar, conversar, perder el tiempo.

OPCIONES (el orden numérico es aleatorio)

  • La boda en el Brecht.
  • Monólogo en Ludi Teatro (no recordábamos el nombre).
  • Las criadas asesinas en el Brecht.
  • Estreno de Retazos.

Como es de suponer escogimos el estreno. Lo escogimos, ciertamente, por el paseo que constituía la caminata desde Galiano hasta Las Carolinas. Porque un estreno puede ser una sorpresa, y nos encantan las sorpresas, pero un estreno de Retazos, de Isabel Bustos, no nos iba a sorprender. Aun así, lo escogimos. Por el estreno, por Retazos, por Galiano, por Las Carolinas, por Isabel Bustos, por el paseo, por Obispo, por La Habana Vieja, por Amargura y por un encuentro fortuito con la poeta S. R., hija de Obbatalá, en la calle Oficios, y por un rato sentados en la Alameda.

Desde hace unos días solo leo un libro. Ese y no otro. Hecho extraño en mí, que leo, al unísono, El tambor de hojalata de Günter Grass, Talismanes, de Olga Orozco y El Postmoderno, el postmodernismo y su crítica en Criterios, selección de Desiderio Navarro. El libro que leo, ese y no otro, es Un apartamento en Urano, de Paul B. Preciado. Desde hace unos días no hablo de otra cosa. Casi no pienso en otra cosa, y a partir de ahí las mixturas correspondientes.

Antes de llegar a Las Carolinas hago que mi amiga repare en unas inscripciones en el cristal de la librería Fayad Jamís, donde están colocados varios nombres de grandes escritores. Todos hombres, excepto uno, el de Margarite Yourcenar. Es la resistencia de los mapas a cambiar, dice Paul Beatriz, es el alma de un perro, es la heterosexualidad normativa, es el cuerpo deseante, es el tecnopatriarcado, es el sistema binario sexo-género, es un lugar de incertidumbre, es el cuerpo que imaginas pero no tienes. Mi cuerpo, respondo, mi cuerpo que creo tener y no tengo.

Llegamos tarde, como también es de suponer, a Las Carolinas. Par de minutos tarde, no nos perdimos nada. Nada de nada. Molestamos a los espectadores con las linternas de los celulares encendidas para buscar puesto. Las llegadas tarde siempre molestan en los teatros. Deberían prohibirse. Y si son las llegadas tarde en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, que la gente llega con turbante y falar y exige su butaca que está en el medio de la fila, y la gente se va parando y sentando de una en una como una ola… Deberían prohibirse. Como también deberían poner una canasta a la entrada de los teatros donde se dejaran los teléfonos celulares a la llegada y se recogieran a la salida. También deberían prohibirse los teléfonos celulares en el teatro.

Ahora que lo pienso bien, creo que he cometido un crimen de lesa libertad al sugerir estas prohibiciones. No debería prohibirse nada. No se debería censurar nada. Las aguas, por sí solas, tomarán su nivel.

Identidades era el nombre del estreno. Sobre linóleo banco, líneas negras. Un ajedrez. Sobre cuerpos dominados, cuerpos dominantes. Sobre ciervos, dictadores. Ciervos (ciervas) (ciervxs) que luchan por su servidumbre como si se tratara de su salvación. Dictadores que luchan por su mandato como si se tratara de su salvación. Cuerpos (cuerpas) (cuerpxs) anti-edípicos (a) (x) con Deleuze y Wattari.

Estas eran las ideas esenciales que se fabricaban en mi imaginario mientras veía la pieza. Después supimos, en conversación con una bailarina, que se trataba, más específicamente, de la protección de nuestro territorio nacional, de la Ley Helms-Burton, de nuestras identidades como cubanos… de los cruceros que ya no hay en la bahía, de los extranjeros que ya no llegan hasta Las Carolinas, de las usurpaciones.

También nos dijo que en el proceso de construcción coreográfica no trabajaron con textos teóricos. Sugerí El cuerpo como territorio de la rebeldía, de Julie Barnsley. Por sugerir algo. Pero en Identidades el territorio que se protegía era otro, no el corporal. Los espacios que se enmarcaban eran otros, no los corporales. Esto es en lo aparente. Porque quizá, sin saberlo conscientemente, la episteme principal en Identidades es el cuerpo. Cuerpo país. Cuerpo nación. Cuerpo-territorio. Cuerpo-identidad. El cuerpo, respondo, el cuerpo que creemos tener y no tenemos. Sin territorio y sin identidad. Ojos que te vieron ir.

Foto Archivo Danza Teatro Retazos