Por Yeilén Delgado Calvo
Martí como un estremecimiento. Martí como su palabra, dueña de la transparencia del arroyo en la montaña, ese que a veces apenas murmura y transcurre hermosamente sereno, y otras ensordece y horada la piedra, poderoso. Martí como dos certezas, la de la Patria y la de la humanidad.
Basta leerlo para sentir la energía que viene de su verbo abundante y descarnado, cómodo como el de nadie más en tal ambivalencia; para sumergirse en esa corriente que nos deja abiertos la mente y el pecho.
Él, que padecía de «fatal abundancia de corazón», y que, en su vocación apostólica, sufría por la maldad ajena como si esta le hurgase en las entrañas, se preguntaba: «¿qué habré escrito sin sangrar?», y con su sangre escribía, para que se le viera la verdad.
El bien hecho aspiración suprema, y la belleza que de él emana, lo obsesionaron. Creía vergonzoso confesar «que no estaba en nosotros la luz del sol». Había, hay, que iluminarse, aunque duela, aunque el cruel nos arranque.
A veces se nos aparece semidiós, otras sublime hombre común, también héroe mítico o estatura inalcanzable, pero jamás distante: es patrimonio de la Isla toda, de sus hijas e hijos, y también del universo que lo descubre maravillado, como Eduardo Galeano, que de él dijo: «Martí siempre escribe como escuchando, donde menos se espera, el llanto de un recién nacido».
Cada quien, si no se cierra a la bondad, tiene un Martí muy suyo; habrá quien lo haya leído y estudiado más, y también quienes posean las mínimas referencias escolares, pero nadie queda indiferente ante el contacto con su grandeza siempre cercana, con su estoica figura de blanco y negro, con su dulce y sencillo modo –como el de un niño– de conminarnos a cultivar rosas blancas.
Dice otro poeta nuestro, Roberto Manzano, que «el culto a Martí podría ser nuestra religión» y también que «el cubano José Martí fue de modo tan hondo y ancho, que cada cubano que sea en el amor a Cuba y a la dignidad plena del hombre, será siempre a partir de él».
Cuando Dos Ríos se hizo una tristeza infinita, y las balas rompieron la carne y apagaron la mente de aquel ser tremendo, no fue un sacrificio vano.
Martí, con su muerte, probaba la coherencia de aquella vida iniciada el 28 de enero de hace 170 años, y nos legaba la certeza del patriotismo como un destino de palabra y de acción. Cuba primero, Cuba ante todo, eso nos dice Martí desde entonces y hasta hoy. Privilegio y deber es honrarlo.
Fuente: Granma digital