Ludi Teatro presentará Ubú sin cuernos todos los fines de semana del mes de febrero…
Por Roberto Pérez León
“cada sentido tendrá su fiesta de resurrección”
Mijaíl Bajtín
Con el antecedente del controvertido estreno en París hace siglo y pico de Ubú Rey, de Alfred Jarry, el colectivo Ludi Teatro pone en escena Ubú sin cuernos, de Abel González Melo, que coloca al mítico Ubú esta vez en nuestras tierras.
Ubú es un personaje concebido en la Europa decimonónica pero encaja en cualquier parte porque el poder y sus estrategias campean donde quiera: el dominio y la mistificación de la realidad.
Alfred Jarry inauguró con Ubú Rey una tendencia y luego una época que aún dura: el absurdo y lo existencial, luego sazonado con dadaísmo y surrealismo. Desde que la obra se estrenó en París, aquel 10 de diciembre de 1896, no ha dejado de ser revisitada por músicos, dramaturgos, humoristas. Es una de las puestas que más me han impresionado de cuántas he visto fue precisamente Ubú presidente, de los españoles Els Joglars, allá por los noventa del pasado siglo.
Dicen que desde Ubú rey, Alfred Jarry se quedó pegado al personaje que había creado y que andaba por París encarnándolo, en bicicleta y con un revólver a la cintura, revolver que luego Pablo Picasso tuvo.
Además de Ubú y toda su cola, el autor creó una insólita ciencia o una pseudociencia que ha tenido muchos ilustres seguidores: Umberto Eco, Jean Genet, Joan Miró, Jacques Prévert, Fernando Arrabal, y otros; se trata de la Patafísica, dedicada “al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones”.
Ahora, en La Habana tenemos el estreno absoluto de Ubú sin cuernos, una puesta deslumbrante, absolutamente concluyente en cuanto a la capacidad de interrelacionar todos los posibles sistemas significantes en escena.
Ubú sin cuernos se conforma en un accionar de instalación plástico-teatral de dimensiones insaciables. Desde que empieza la obra, el registro de más y más imágenes de sólida consistencia estética hacen de la puesta un espectáculo de realidad propia, una realidad naturalizada en la carnavalización como ejercicio de desmantelamiento y jerarquización a través de la ironía y la veracidad de la risa, la parodia y la relativización de cualquier suceder.
Cuando digo carnavalización es para referirme a esa manera inagotable y compleja de hacer posible la asunción del carnaval acudiendo a lo grotesco hibridado con el andar, el bailar, el gritar, la fertilidad del gesto, la disolución y agonía de lo individual para hacerlo multitud o a la inversa, todo dentro del cosmos del cuerpo y su expresión con o sin máscara.
Miguel Abreu, director de Ludi Teatro, demuestra en este Ubú sin cuernos sus sólidos mecanismos para llegar a la teatralidad estableciendo una dialogicidad escena-público sin excentricidades, sin espavientos, con una sensorialidad concreta y sin fronteras.
Es esta puesta de Ubú sin cuernos la plena manifestación en un escenario de la sobrenaturaleza del carnaval, sus asimetrías y su intrínseca ritualidad cuajada en lo esencialmente teatral. También puedo decir que el montaje de esta obra tiene una latencia desde la perspectiva de lo Camp y la glorificación de la extravagancia y además lo demasiado serio de ella.
Sí, la puesta en escena que ha hecho Ludi Teatro de Ubú sin cuernos es dichosamente Camp, nos permite hacer un tejido conceptual entre la bajtiniana carnavalización y la lúcida teorización de Susan Sontag.
Ubú sin cuernos disfruta de una dichosa contaminación sígnica; no digo interrelación entre los diferentes sistemas significantes como ortodoxamente sería correcto en términos semiológicos; se trata de una contaminación, un sembrado, un toma y daca, una hibridación sostenida todo el tiempo por la imprevisibilidad del suceder escénico.
Celia Ledón ha diseñado el vestuario bajo una concepción grotescamente clásica donde la exageración y la hipertrofia dialogan con una fuerza teatral arrollante; el diseño es de una ludicidad despampanante, contribuye con sus suculentas realidades materiales a la euforia performativa que recorre al montaje.
La confección del vestuario lo ha hecho Inalvis Moya; no es usual que el trabajo de confección sea objeto de comentario, pero hay que decir que para Ubú sin cuernos la laboriosidad y meticulosidad en la realización deben ser aplaudidas; lo mismo sucede en el maquillaje que con esmerado equilibrio concibió Pavel Marrero.
Además de la puesta en escena, Miguel Abreu se ocupó del diseño escenográfico y de luces; aunque nunca he estado muy de acuerdo con el imperialismo de los directores hay casos en que para el desarrollo de una determinada conducta escénica es admisible, y así ha sido en esta puesta. La parquedad expresiva de la escenografía está acorde con unas luces deliberadamente estabilizadoras dentro de la singular instalación escénica del montaje.
Ubú sin cuernos tiene una banda sonora de Rommy Sánchez quien además como sonidista demuestra profesionalismo; la intermitencia en el uso de micrófonos inalámbricos tuvo que haber requerido de mucha dedicación. La música en esta puesta es para dejar sentado el carácter preclaro de la cartografía de una identidad sonora sin derivas, para acentuar la crucial performance de lo que sucede en escena.
Hay música gracias al trabajo preciso de Denis Peralta en la dirección, Llilena Barrientos en la composición de canciones, y por la maestra Johanne de la Torre Corpas.
En Ubú sin cuernos no se deja de cantar, bailar, actuar en un sostenido replanteamiento enunciativo; absolutos actores-performers en un ordenamiento de poética particular crean lo que define Jorge Dubatti como “espacio de alteridad”; el ritmo se hace expectante, los cuerpos ya no son los de la vida cotidiana y en esa alteridad hay una metaforización de espectacularidad sorprendente.
Quiero destacar dos presencias escénicas. El deslumbrante Vendedor de Abanicos y la consecuente parquedad del Rey. Francisco López Ruíz construye una espacialidad más allá del correspondiente espacio gestual y logra, en ocasiones acompañado de un abanico, operaciones de transformación de estados de pleno y absoluto performance. Por su parte, Giselle González contrasta con su comedimiento dentro de la realización escénica.
Ubú sin cuernos es una magnífica oportunidad para disfrutar del prestigio del artificio teatral y del encanto de una teatralidad que sabe destronar lo serio, como dice la Sontag respecto al Camp.
Fotos tomadas del perfil de Facebook de Ludi Teatro.