Por Roberto Pérez León
Malditas o no, esas criadas son unos monstruos, como nosotros mismos cuando soñamos esto o aquello.
Jean Genet
Jean Genet fue un genial provocador que siempre anduvo al borde del abismo. No hay una sola de sus obras ya sea poesía, novela, teatro o prosa reflexiva que no sea impactante por el nivel de turbulencia moral que contienen.
Genet fue un marginal social e intelectualmente, su obra está entre las más rabiosas parábolas del siglo XX, es un estimable heredero de Lautréamont, Baudelaire, Rimbaud y Sade.
El 19 de abril de 1947 se estreno en París Las Criadas, la ópera prima de Jean Genet como dramaturgo. Todo parece indicar que fue inspirada en un atroz crimen que sucedió en 1933 en Francia: dos criadas en complicidad asesinan, sin motivo aparente, a la señora a quien servían y a su hija.
Tal vez la pieza de Genet puede tener la atmosfera que provocó el crimen de las hermanas Papin, pero en verdad la obra no tiene la desmesura en la crueldad y el salvajismo con que se ejecutó el doble homicidio, que además nunca negaron las culpables.
Las Criadas de Genet plantea como texto un sugerente rejuego de superficies reflectantes conscientes e inconscientes, como espejos -esta imagen de los espejos ha sido advertida por Sartre en su modélico ensayo sobre Genet- pero unas veces rotos, otras relucientes o colocados en oblicuidad o en escorzo, espejos que deniegan la realidad de dos criadas rabiosas, asustadas o contentas que se burlan de la Señora.
La obra comienza con una de las criadas haciendo de Señora y la otra hace de sirvienta, de la criada que hay en la que está precisamente imitando a la Señora: Solange y Clara, Clara y Solange alternan sus escondidas ansias, rencores, represiones, y ensayan a matar a La Señora.
Tres mujeres ciertamente “al borde de un ataque de nervios”: La Señora abatida por el esposo preso por falsas acusaciones a través de cartas anónimas; y, las domésticas que como mosquitas muertas preparan el envenenamiento de la patrona.
Dramatúrgicamente Las Criadas es una pieza armada a través de vasos comunicantes entre los tres personajes que se transustancian, entre los roles teñidos por las ambiciones y posiciones sociales.
Los personajes huyen de sus realidades y se disfrazan, incluso La Señora es víctima de su condición de clase; entre apariencias de un lado y otro se palpan las perturbaciones de la condición humana.
Las Criadas no es una crónica teatral ni de un testimonio, es una obra que consigue la representación del poder y sus intrincadas y mistéricas manifestaciones que provocan inefables sentimientos y emociones tanto en quien lo ostenta como en quien lo percibe y lo sufre.
Esta es una obra que por sus implícitas y variadas propuestas textuales y escénicas exige de un montaje de poderosa invención; no trata de un tema sino de un problema de muchas aristas, y esto demanda de la puesta en escena una argumentación crítica; por otro lado, desde la dirección de actores las posibilidades de enunciación son de una latencia tremenda pues la obra desarrolla una particular ludicidad que incentiva un trabajo actoral de esmeros.
Genet, en Cómo interpretar a Las Criadas, dejó claro cómo veía a las actrices que encarnaran a sus criadas y hasta la expresión anímica de ellas:
“Estas criadas no son unas malvadas; han envejecido, han adelgazado en la dulzura de la señora”.
“No conviene que sean guapas, que muestren su belleza nada más alzarse el telón. (…) Ellas no tienen ni glúteos ni senos provocativos y muy bien podrían dar clases de piedad en una institución cristiana. (…) Ambas tienen una tez pálida y llena de encanto. Están, pues, marchitas, pero con elegancia. No están podridas. Las actrices no deben subir al escenario con su erotismo natural a cuestas, no deben imitar a las actrices de cine”.
Pese a lo que se dice en esas notas, de manera muy recurrente, la obra ha sido representada por hombres.
En el paradigmático ensayo de Sartre “San Genet, comediante y mártir”, el filósofo cita al dramaturgo:
«Si tuviera que hacer representar alguna pieza teatral en la que actuaran mujeres, exigiría que ese papel estuviera a cargo de adolescentes, y se lo advertiría al público por medio de un cartel que permanecería clavado a la derecha o izquierda del escenario durante toda la representación».
Bueno, ¿se representa Las Criadas tomando como partida esta declaración o simplemente bajo la influencia de la ardorosa homosexualidad de Genet? Como quiera que sea podrá hacerse un análisis más detallado, pero lo cierto es que con insistencia, las criadas son representadas por actores.
El hecho de que los personajes sean asumidos por hombres adiciona obligadamente un juicioso componente expresivo a la representación; la densidad que la corporalidad masculina contiene debe adquirir una especial elasticidad cuando se le superpone una feminidad de tácita agresividad.
Un texto lingüístico de un lirismo terso enunciado verbal y gestualmente por hombres agrega a Las Criadas una imagen de fuerte identificación y a la vez distanciación mediante una dialéctica entre el efecto real y el efecto teatral.
Esto, por supuesto, crea un riesgo en la representación de Las Criadas porque se puede caer en situaciones paródicas que desestructurarían los efectos teatrales tratando de conseguir un efecto real, no la artificialidad adecuada que el mismo Genet perseguía como componentes de su dramaturgia; podría caerse en un sin sentido si se buscara el travestismo carnavalero o la manifestación de un ambiente homosexual.
Dicho todo lo anterior quiero comentar que en el Café Brecht, Pequeño Teatro de La Habana ha puesto Las Criadas Asesinas, de Milián-Genet; no encuentro justificadas razones para incluir en el título tal adjetivo, tampoco en la explícita conjunción autoral; toda puesta en escena es la resultante de la interpretación, valoración y consideración estética e ideológica del texto que el director asume para su debida expresión a través de los varios sistemas significantes que conforman la representación.
No obstante, Pequeño Teatro de La Habana nos ha dado una equilibrada puesta en escena de Las Criadas de Jean Genet, con dirección de José Milián.
Las Criadas Asesinas de Milián-Genet no es propiamente una adaptación ni una versión, se trata de un eficiente y nada arbitrario acercamiento a la obra del francés, desde la particularidad de un buen director que a su vez es uno de nuestros grandes dramaturgos.
También Milián sigue la tradición de que los intérpretes sean hombres; los tres personajes son de una complejidad sin fondo pero la puesta de Pequeño Teatro de La Habana cuenta con jóvenes actores que conforman una dinámica y un ritmo sostenido y consecuente durante toda la representación.
Falconerys Escobar en La Señora, Gabriel Nieto en Solange y Misael Álvarez en Clara, entre los tres actores se desarrolla un convivo teatral equilibrado, incluso con el público que durante la representación participa de las pulsiones escénicas.
Actoralmente no hay afectaciones gestuales, ni excesos, prima una controlada mesura en las exageraciones, las construcciones kinésicas y las relaciones proxémicas estructuran una templada presencia escénica. Por momentos podría haber más moderación, pero no se afecta la imagen global de la performance actoral; cierto que podría haber una sintaxis de los gestos delicados con una pragmática que diera más ambigüedad en la manifestación de la delicadeza y la virilidad. Pero no hay en ningún momento una explícita sobreactuación ni sub-actuación, no hay desvanecimientos significativos.
El diseño de la banda sonora consigue la expectativa correspondiente. La escenografía en su aridez y funcionalidad ayuda a la conformación de las proporciones espaciales que precisa el texto y viabiliza el diseño de un espacio escénico gestor de sentido para el juego teatral que se desarrolla. El vestuario es simple y en su simpleza inquieta. Todos estos sistemas significantes conjuntamente con la actuación están en función de la expresividad particular que requiere un texto como el de Genet.
Ya sea por el extrañamiento brechtiano o por la intención de acentuar lo ficcional de la representación se logra, sin grandes ambiciones, una puesta en escena que nos permite estar una hora en nuestra butaca disfrutando de buen teatro.