De 115 autores premiados, 14 son dramaturgos o la literatura dramática ha sido lo más relevante que se les reconoce
Por Roberto Pérez León
En octubre la Academia Sueca debería reunirse para otorgar los premios Nobel. Ojalá este año no se sume a los tiempos aciagos cuando los premios no fueron dados por las guerras mundiales.
Esperemos que el próximo diciembre, fecha del aniversario del fallecimiento de Nobel, que es cuando se entregan los premios, contemos con un nuevo Nobel a “escritores que sobresalen por sus contribuciones en el campo de la literatura”.
Desde 1901 y hasta 2019 el galardón de Literatura ha sido entregado a 115 personas, de ellas 15 han sido mujeres por lo que es el segundo Premio Nobel, después del de la Paz, con mayor número de mujeres galardonadas.
Si no me equivoco de 115 premiados, 14 son dramaturgos o la literatura dramática ha sido lo más relevante desde el punto de vista formal, conceptual y estético en el total de la obra literaria que se les reconoce.
Hagamos un recorrido por los premiados y en cada uno de ellos destaquemos una cita de la motivación que tuvo la Academia Sueca para entregar el Premio:
1904 – José Echegaray (España): “…en reconocimiento a las numerosas y brillantes composiciones que, en una manera individual y original, han revivido las grandiosas tradiciones del drama español”. En este año se compartió el premio con el poeta francés Frédéric Mistral.
1911 – Maurice Maeterlinck (Bélgica): “en reconocimiento a sus actividades literarias multilaterales, y especialmente de sus obras dramáticas, que se distinguen por una riqueza de imaginación y una fantasía poética, la cual revela, a veces con el aspecto de un cuento de hadas, una profunda inspiración, mientras atraen los propios sentimientos de los lectores y estimulan su imaginación de una forma misteriosa”.
1912 – Gerhart Hauptmann (Imperio Alemán): “principalmente en apreciación de su producción fructífera, variada y sobresaliente en el campo del arte dramático”.
1922 – Jacinto Benavente (España): “por la feliz manera en que ha continuado las tradiciones ilustres del drama español”.
1925 – George Bernard Shaw (Irlanda): “por su trabajo que está marcado tanto por idealismo como por humanidad y su sátira estimulante que a menudo se halla infundida con una singular belleza poética”. No se hace explícita su vertebral obra dramática entre las motivaciones para otorgar el Premio; Bernard Shaw además de un agudo polemista fue un dramaturgo de mucha influencia con más sesenta obra; además, en 1938 compartió el Óscar al mejor guion adaptado por la versión cinematográfica de Pigmalión, convirtiéndose en la primera persona en recibir el Premio Nobel y un Premio Óscar.
1934 – Luigi Pirandello (Italia): “por su reactivación audaz e ingeniosa del arte dramático y escénico”.
1936 – Eugene O’Neill (Estados Unidos de América): “por las poderosas, la honestas y profundas emociones percibidas en sus obras dramáticas, que representan un concepto original de tragedia”.
1969 – Samuel Beckett (Irlanda); “por su escritura, que -en las nuevas formas de la novela y el drama- en la miseria del hombre moderno adquiere su elevación”.
1986 – Wole Soyinka (Nigeria): “quien, en una perspectiva cultural amplia y con matices poéticos, innova el drama de la existencia”. No se destaca la persistente atención al teatro no solo escribiendo sino creando compañías teatrales, actuando, enseñando.
1997 – Dario Fo (Italia): “por emular a los bufones de la Edad Media en la autoridad flagelante y por defender la dignidad de los oprimidos”.
2000 – Gao Xingjian (China): “por una obra de validez universal, con puntos de vista penetrantes e ingenio lingüístico, ha abierto nuevos caminos para la novela y el teatro chinos”.
2004 – Elfriede Jelinek (Austria): “por su flujo musical de voces y contra-voces en novelas y obras teatrales que, con extraordinario celo lingüístico, revelan lo absurdo de los clichés de la sociedad y su poder subyugante”.
2005 – Harold Pinter (Reino Unido): “en sus obras se descubre el precipicio bajo la irrelevancia cotidiana y las fuerzas que entran en confrontación en las habitaciones cerradas”.
2019 – Peter Handke (Austria): “por un trabajo influyente que con ingenio lingüístico ha explorado la periferia y la especificidad de la experiencia humana”.
Podemos considerar que los premiados se agrupan en dos etapas del desarrollo del teatro. A partir de 1904 y hasta 1936; y desde 1969 hasta 2019, siete galardonados en cada período.
En los inicios del siglo XX fueron la pintura y la literatura donde mayores atrevimientos hubo, luego de los prodigiosos sesenta el teatro se convirtió en un hecho performativo por excelencia y cada vez más ha sido un arte en acción por el poder de generar realidad a través de transformar la existente. Por otra parte, en el Teatro se hace más evidente el entrecruzamiento de todas las manifestaciones.
El Teatro por la autonomización que arranca en los sesenta del pasado siglo ya hoy es uno de los acontecimientos artísticos más abarcadores, indagadores y de germinativo diálogo con el paisaje socio-cultural.
La autoreferencialidad, la autotematización y la autorreflexión alcanzada por el Teatro lo emancipan de la Literatura.
Hoy el Teatro no desecha al texto lingüístico, pero este ya no domina, es un elemento análogo a los demás que componen los sistemas significantes que evidencian la autonomización del lenguaje escénico con su diapasón de ejecuciones.
Incluso el Teatro ha desarrollado una estética posdramática donde la estratificación de los lenguajes en diálogo sobrepasa lo verbal; y, entonces, el consabido texto dramático adquiere dimensiones sin fronteras y aparece el perplejo de una estructura dramatúrgica diferenciada, donde se desterritorializa la expresión enunciativa verbal y arribamos a planos que puede resultar hasta errantes pero que hacen del Teatro un acontecimiento radical.
El DRAE que supuestamente es la máxima autoridad controladora en nuestra lengua, si es posible tener autoridad en el territorio de una lengua o un idioma, al hablar sobre las obras destinadas a la representación escénica les llama dramáticas, pero a su vez define el drama y lo dramático fuera de la literatura; cuando define el teatro lo reduce más bien al espacio donde se produce la representación, pero también lo refiere a las producciones dramáticas y la literatura dramática.
¿Es el texto dramático literatura? ¿Hasta dónde la labor de los escritores para teatro ha sido relevante en el panorama de la literatura planetaria? ¿Qué diferencia en el orden literario hay entre una obra de teatro y una novela? ¿Es el teatro un género literario y si es así porque es tan poco considerado a la hora de conceder un premio literario?
Como quiera que respondamos estas y otras preguntas lo concreto es que en el suceso teatral se suman una serie de discursos que dan lugar a lo que se le ha llamado “texto espectacular” con absoluta independencia de la Literatura.
Pero los Premios literarios tienen que seguir considerando al texto lingüístico dramático como el punto de distinción-indistinción dentro de lo literario. Siendo así, me resultan escasos los dramaturgos en la nómina cuando se trata de “escritores que sobresalen por sus contribuciones en el campo de la literatura”.
El texto lingüístico dramático debe contener una invención literaria que visione el camino del espesor semiológico propio del Teatro. Creo que esto se ha tenido en cuenta para el otorgamiento de los Nobel en las diferentes etapas en consonancia con el desarrollo de la teatralidad. También ha sucedido así entre nosotros, pues desde 1983 se entrega el Premio Nacional de Literatura y dos dramaturgos han sido distinguidos con el galardón: Humberto Arenal en el 2007 y Abelardo Estorino en 1992.
Una puesta en escena es un sistema donde se funde una serie indeterminada de códigos y lenguajes alternativos que se hacen connaturales: escenografía, luces, actuación, sonido, diseños tecnológicos específicos conforman una presencia de textualidades a través de las cuales se alcanza la plenitud de la exterioridad que significa el teatro como fenómeno intertextual.
La literatura dramática a que aluden los guardianes de la pureza de nuestro idioma, ya no es lo medular de una puesta en escena; el texto escrito como estructura literaria admite combinatorias, posee intersticios, se sustancia en potencialidades, no precisa serle leal, en su inmanencia laten mutaciones y disyuntivas como parte constitutiva de sus fundamentos.
La sacrosanta unidad aristotélica es quebrantada por abordajes transgresores que pueden resultar escabrosas promiscuidades estéticas, miradas imprudentes y a veces irreflexivas de Romeo o Julieta o de Electra Garrigó en desenfrenadas propuestas escénicas.
¡Ah! Pero todo no vale. Los caprichos y las perretas autorreferenciales no pueden ser procedimientos. Sí las metamorfosis y simbiosis ideo-estéticas críticas, creadoras y reflexivas.
Debe ser un trance fuerte pertenecer a la Academia Sueca o al jurado del Premio Nacional de Literatura y poder llegar al meollo de la alquimia entre Teatro y Literatura.
En portada: El dramaturgo Luigi Pirandello, Premio Nobel de Literatura en 1934. Foto tomada de Internet.