Por Rubén Darío Zalazar
Las artes escénicas matanceras se miran unas a otras, viven en calles cercanas. Teatro Papalote y Teatro El Mirón Cubano, por ejemplo, están enclavados en los perímetros de un mismo barrio: La Marina, y ambos acumulan los mayores años de creados. En la zona céntrica, Teatro de Las Estaciones, Teatro El Portazo, Danza Espiral y Teatro Icarón, nacidos unos a finales del siglo XX y otros a inicios del XXI, distribuyen sus sedes desde la calle Río a la populosa calle del Medio, y de esta a la nombrada Ayuntamiento hasta llegar a Contreras. El único reducto profesional de la musa Thalía, fuera de las fronteras de la ciudad capital, es Teatro D´ Sur, liderado por Pedro Vera, y afincado desde sus inicios, en los años 70, en el municipio Unión de Reyes.
Los actores y directores artísticos pueden contarse con los dedos de las manos, por eso podemos ver a los histriones de René Fernández trabajando en espectáculos de Miriam Muñoz o Rocío Rodríguez, o los de mi propia agrupación (Teatro de Las Estaciones) trabajando en la de Pedro Franco (Teatro El Portazo) y viceversa. Hasta los danzarines de Liliam Padrón ya han hecho incursiones fuera de lo que se reconoce como su zona de confort. Son también los mismos actores quienes ofician en la radio y en la televisión matanceras, cual familia agigantada y laboriosa que tiene sus particularidades, por supuesto, como todas las familias.
En el caso de los directores artísticos, los experimentados y los noveles, también existen vasos comunicantes evidentes. De la gran escuela teatral de René Fernández, que ya cumple 56 años, emergí para crear Las Estaciones en 1994. Gilberto Subiaurt, quien también se afana en la labor directriz, viene de la cantera de Pedro Vera. De la otra escuela, esa que ha formado a niños y jóvenes aficionados al teatro —hablo del Teatro Icarón de Miriam Muñoz—, surgieron Pedro Franco y Lucrecia Estévez. En el Teatro El Mirón Cubano, que dirigía Francisco Rodríguez, está hoy su hija Rocío Rodríguez. En Danza Espiral, Yadiel Durán ha seguido las huellas de Liliam Padrón, hasta convertirse en un coreógrafo y director artístico con proyectos propios, llenos de inquietud.
Ese mano a mano creativo ha dado frutos, obras que vibran con una energía especial, nacida de los diálogos generacionales, directos e indirectos; conversaciones de linajes como árboles que echan ramas hacia arriba, en el centro y hacia abajo. Matanzas es una ciudad demasiado pequeña, es imposible acunar por mucho tiempo rencillas inmisericordes, que sobrevivan a lo que verdaderamente nos une a todos: la pasión compartida por el teatro, sea de adultos, de niños, callejero o compuesto por movimientos danzarios.
Definitivamente, ni los más experimentados, ni los nuevos somos una partida numerosa, por lo que a todos, más que empujes o correteos, lo que nos debiera marcar es el agradecimiento a nuestros mayores (los activos e inactivos), el optimismo en creer que los novísimos teatristas que lleguen, defiendan, respeten y amen el oficio de la representación como aquellos y nosotros. Desde Milanés, pasando por ilustres nombres contemporáneos —entre los que pudiera nombrar a Ulises Rodríguez Febles y María Laura Germán, por citar solo un par de autores teatrales en plena efervescencia—, hay una estirpe teatral de hondísima raíz, a la que se suman otros proyectos como la Casa de la Memoria Escénica, con su labor de archivo, documentación y promoción del arte escénico, junto a otras agrupaciones de una actividad teatral profesional intermitente, comunitaria o de corte comercial.
En lo que va de 2018, algunos estrenos se han sucedido, todos marcados por una contemporaneidad que habla de pasado y presente en un mismo haz: CCPC, la República Light, de Teatro El Portazo, en su segunda entrega; Club de clowns, de El Mirón, concebido para espacios abiertos; La consagración de la primavera, acercamiento danzario y espectacular de Espiral a las obras de Stravinski y Carpentier, y Retrato de un niño llamado Pablo, de Las Estaciones, psicoanálisis titiritero de un infante actual. Teatro Papalote prepara un nuevo montaje que verá la luz en noviembre.
Elencos mixtos, que integran a las huestes de nuestras agrupaciones escénicas para hablar de ayer y de hoy, de lo perdido y lo encontrado en Matanzas, la añeja urbe que celebra con aires de renovación arquitectónica, económica y sociocultural, su 325 aniversario.
Sigue y seguirá siendo la nombrada Ciudad de los puentes, también de los ríos, la poesía y los títeres, fortaleza de talentos dramáticos. La familia escénica, nacida y criada en la gentil San Carlos y San Severino de Matanzas, aunque parezca dispersa, teje raíces por encima y por debajo de la ciudad, entramados que pasan por el cerebro y por el alma de los que necesitan del teatro para ser.
Fuera quedan los resentidos, ignorantes de lo que verdaderamente hace cada quien en sus áreas de creación, islas que han sido violentadas sin ningún decreto oficial, como no sea el de pararse cada noche, cada tarde o mañana frente al respetable, para clamar por lo perdido, por lo que hace falta, y luego escuchar el sonido mágico de los aplausos, cumplidos que aprueban o desaprueban los días, meses y años de tanto esfuerzo y placer.
Tomado de La Jiribilla