Por Kenny Ortigas Guerrero
La cultura cubana en su formación no solo encontró sus esencias en la llamada «alta cultura» que practicaban los colonizadores y que nos impusieron a su llegada. Parte fundamental de la identidad cultural de los cubanos nació en el monte y en los barracones.
Una cultura que se construyó y transformó al pie de los estratos más humildes de la sociedad, pero que tuvo tanta fuerza que sus cimientos sirvieron de sostén al gran abanico de matices que nos caracteriza hoy. Puedo decir con total seguridad, que lo popular nos hizo universales.
Hago esta referencia porque se hace imprescindible no olvidar que un gran sector de la población no tiene la posibilidad de tener en cada barrio un gran teatro o una agrupación de las llamadas «de primer nivel», que les permita disfrutar sistemáticamente de sus obras.
Hoy, a muchos de estos colectivos artísticos posicionados en la «élite» no se proyectan hacia las comunidades y deciden quedarse en sus aposentos para brindar su obra a los que tienen la garantía de estar cerca de los principales circuitos de presentación.
Es real que las condiciones logísticas y técnicas de cada lugar no ofrecen los recursos necesarios para poder presentarse «con todas la de la ley». También en muchos casos se resquebraja la calidad en las atenciones al talento visitante por parte de directivos, promotores culturales… en fin, de todos los factores que contribuyen a la organización comunal, pero, la «intención y las ganas de hacerlo» es lo que no puede perderse.
Recordemos que esta Revolución se hizo con los humildes y para los humildes. Además, de qué manera podemos desarrollar el intelecto, el imaginario y las capacidades apreciativas si no les acercamos el hecho artístico. El ser humano se construye a partir de las referencias que le llegan a lo largo de toda la vida. Si estas son escasas y de poca calidad, su cosmovisión del mundo será incompleta e insulsa.
Hablo directamente del sector profesional de artistas que, aunque indudablemente constituyen un baluarte del país, deben ponderar siempre la sensibilidad y calidad antes de la comercialización y la banalidad.
Planteo estas ideas porque me sentí reconfortado al asistir a una función del grupo de narración oral Oral lo Propio, que tiene su sede en una esquinita del Casino Campestre en Camagüey, y a la que no asistieron muchas personas por lo difícil que se hace la promoción y el acceso al lugar.
No obstante, el equipo de esta agrupación se preocupa por revitalizar el espacio, y sí, lo han logrado. No influyó que se fuera la corriente y que tuvieran que improvisar en un escenario al aire libre como lo hicieron ese día, lo importante fue el momento vivido y cuánto ganaron niños y niñas –muchos de ellos de la casa sin amparo filial– que recibieron un golpe de amor y afecto.
Por otra parte, es de resaltar la presencia de Teatro del Viento en una gira por casi todos los municipios de la provincia, con funciones en comunidades distantes, en parques y sitios de difícil acceso.
Qué satisfacción para cualquier persona tener en su pueblito a unos actores que pueden regalar una función, tanto en Austria –como lo hicieron hace poco– o debajo de un árbol en una zona rural de Cuba. Mención especial también para la Campaña de Luz Teatral, que lidera Teatro D’ Luz bajo la dirección de Jesús Rueda. Todos los años en la etapa estival estos artistas organizan funciones en comunidades de la periferia de la ciudad, visitan municipios y traen grupos invitados de otras provincias a los cuales albergan en su propia sala.
Así, el teatro Guiñol, el Circo Areito y el Teatro Cubano de la Magia –por solo destacar los que más se enfocan al trabajo comunitario en Camagüey– tributan con su arte al crecimiento espiritual de quienes quizás más lo agradecen.
Cito solo algunos ejemplos en el campo de las artes escénicas en el territorio, pero de igual manera pudiera hacer alusión a músicos, poetas y artistas de la plástica de toda la isla. Es un orgullo para todos ver a Silvio Rodríguez en sus giras por los barrios y cómo un pueblo entero corea cada frase de sus temas antológicos.
Conozco muchos ejemplos e imagino hay otros tantos, pero tampoco se dan a conocer en toda su dimensión y los medios solo mencionan a unos pocos, esto me parece negativo pues las experiencias tienen que socializarse para quienes se muestran escépticos se motiven a llevarlas a cabo.
La grandeza de un artista más allá de la calidad de su creación, radica en su sensibilidad como ser humano, en lo profundo de su pensamiento traducido en quehacer social. Un artista que toca el cielo con sus manos y adentra sus pies en la tierra es un hombre íntegro y su obra trasciende en el tiempo y la memoria.
Tenemos la dicha de vivir en un país donde su política cultural intenta privilegiar a todos por igual sin distinciones a “pesar de los pesares”, pero no solo es una tarea de la institución, tiene que existir la voluntad y el querer hacer del movimiento artístico, recordando siempre que lo sublime a veces se esconde en las pequeñas grandes cosas.