Por Roberto Pérez León
José Milián escribió Vade Retro con quince años. Desde entonces ha sido uno de nuestros más importantes dramaturgos. Vade Retro es de 1961, luego llega La toma de La Habana por los ingleses en 1967 y en 1997 Si vas a comer, espera por Virgilio; estas tres obras pertenecen al grupo de textos dramáticos que integran lo más logrado en la dramaturgia nacional.
Hay que decir además que Milián en la década del ochenta fue director artístico del Teatro Musical de La Habana. Sí, disfrutamos de un teatro musical en La Habana donde se hicieron maravillas. Pero parece que hubo un maleficio y aquello que fue de esplendores se hizo polvo literalmente.
¿Y qué pasa que nadie habla de teatro musical? ¿Ya pasó de moda esa singularidad escénica? Hace poco en el Teatro Mella se puso como una cierta antología de espectáculos de cabaret, ¿es eso el nuevo teatro musical?
Aludo al teatro musical porque hay que decirle a las nuevas generaciones de espectadores que José Milián hizo mucho, pero mucho y muy buen teatro musical.
En estos últimos días de enero, en el Café Brecht comenzó la temporada de la obra La estrella de la balada. En 2001 Milián escribe Lo que le pasó a la cantante de baladas, que se estrena en 2005. La Estrella de la balada parte de esta obra.
No vi la puesta primigenia y no he leído la obra publicada, pero me ha bastado con esta puesta de Pequeño Teatro de La Habana para disfrutar de otro espléndido texto de Milián.
Sin embargo, el montaje me resultó por momentos saturado por el empleo de algunos materiales escénicos. Cuando digo saturado me refiero a la redundancia, por ejemplo de la banda sonora que se excede y alcanza un plano reiterativo y no sugerente; al no constituir un elemento verdaderamente diegético invade la diégesis en su acompañamiento y no se integra del todo en la enunciación actoral.
En cuanto a la escenografía hay que destacar que contribuye a la dinámica general de la puesta, huye de la mímesis, es una imagen generatriz, una fuerza emblemática que sustancia los vacíos que requiere la acción dramática a través de la cual evoluciona el trabajo actoral.
La estrella de la balada cuenta con cuatro actores: dos actrices y dos actores. Olimpia y Olimpo capitanean la concreción del espacio dramático; ellos son acompañados por una Pordiosera y un Pordiosero que se erigen en sombras indescifrables y persistentes, una cuasi presencia-ausencia.
La evolución corporal de los cuatro consigue un espacio gestual mesurado, en consonancia con el espacio escénico. La armonía espacial que se alcanza en la puesta denota el hilvanado de la certera dirección de Milián.
No obstante, en la función de estreno a la que asistí noté un desajuste notorio en la actuación de Lissete Soira en Olimpia. Y es que al lado la prudencia actoral de Falconerys Escobar, en el personaje de Olimpio, hay que tener un claro discernimiento enunciativo, el que no desarrolló Lissete Soria en el papel de Olimpia.
Ella apela de manera excesiva al público, se manifiesta en una frontalidad que hace que pierda el eje de los diálogos que son el motor de la acción dramática; y, si a eso le sumamos la propia enunciación verbal sostenidamente subida, resulta por momentos notable el desbalance actoral entre ella y su compañero.
Pero ese quebradizo ajuste entre Olimpia y Olimpo no hiere fuertemente la conjunción sígnica de la puesta. Carmen Pantoja y Gabriel Nieto en la Pordiosera y el Pordiosero, respectivamente, como entidades dramatúrgicas de presagio y sospecha, resuelven con admirable discreción, desde otro vector, la tensión dramática entre Olimpia y Olimpo.
El espacio escénico tiene autonomía enunciativa en su propia ludicidad, hace notar la capacidad de semiotización de todo el universo teatral que se está explayando en la puesta que queda equilibradamente homogeneizada durante toda la representación.
La estrella de la balada llega con buena luz y yo invito a aplaudirla porque de nuevo podemos seguir celebrando el trabajo de José Milián, que desde hace más de una década es uno de nuestros premios nacionales de teatro.
Foto Archivo