Search
Close this search box.

La generación romántica del teatro cubano

En la generación romántica están los que en la década del 60 comenzaron en el teatro y que se volvieron actores de la transformación que vivió Cuba.
image_pdfimage_print

Por Valia Valdés

Como miembros de una generación romántica se reconocen muchos de los que en la década del 60 del siglo pasado comenzaron en el teatro y que, desde distintas ramas de la creación escénica, se volvieron actores de la transformación que vivió Cuba en todos los ámbitos.

El nuevo sistema político ofreció a los artistas la posibilidad de tener un amparo económico, esquivar prejuicios raciales, defender nuevas temáticas, estudiar, ensayar mañana y tarde, ofrecer funciones de martes a domingo, creer en la trascendencia social del hecho artístico. Ese era el credo, así lo transmitieron.
Se transformaron de aprendices en maestros. Formaron, a su vez, generaciones de creyentes en el sacrificio personal, en la postergación de otros deberes. En no pocos casos, vieron desintegradas sus familias debido a diferencias ideológicas, pero apostaron al socialismo y al teatro.
Sufrieron momentos confusos y difíciles como la parametración, la cual afectó a quienes, expulsados de sus puestos de trabajo sin derecho a salario, padecieron el escarnio público de una sociedad profundamente machista y vieron violados sus derechos individuales, aislados del mundo que les daba sentido. Aquellos que no alzaron la voz ante la injusticia resultaron cómplices callados, víctimas de sus propios prejuicios, del miedo a represalias o de una equívoca incondicionalidad a la revolución. No de manera fácil, se ganó esa batalla que emprendieron los más justos, entre ellos Lázaro Peña y Tania Castellanos. Los excluidos regresaron al arte, siempre el arte.

Teatro Estudio en Madre Coraje. En la imagen: Raquel Revuelta, Berta Martínez y Eduardo Vergara.

La introducción del realismo socialista, la temática marginal, el Teatro nuevo o la validación del teatro experimental, fueron algunas de las peleas importantes que entablaron nuestros teatristas, a veces intentando prevalecer unos sobre otros, ignorando la utilidad de cada experiencia.

A principios de los 90, la creación de nuevos proyectos teatrales a partir de la desintegración de los grupos establecidos se convirtió en un debate que llega a nuestros días. Esta medida fraccionó agrupaciones, algunas disfuncionales, para dar paso a la autonomía de directores e integrantes afines a sus estéticas. Es imprescindible mencionar el teatro musical, expresión artística que, después de 30 años, no ha logrado la excelencia que llegó a alcanzar en décadas anteriores. No podemos obviar cómo se desmanteló toda una infraestructura y se perdieron espacios y públicos ganados a base de trabajo.

La fuerte crisis económica del período especial lastimó también la producción teatral, disminuyendo los recursos, pero no las ganas de hacer teatro. Menos estrenos, actuar con nuestras propias ropas o transformar vestuario de almacén, mayor austeridad escenográfica, cumplir con dificultad los horarios de ensayo debido a la carencia de transporte, ver tronchadas funciones por los periódicos apagones, fueron algunas de las afectaciones que enfrentamos, hambrientos pero soñadores.

La partición en fincas inaccesibles dentro del espectro escénico, la subestimación de los medios audiovisuales e ignorar la preservación de nuestro patrimonio artístico, obstaculizaron que quedara testimonio de tantas buenas puestas y actuaciones rotundas. Sin embargo, el público fiel acompañó a los teatristas y nos toca a nosotros recordar sus nombres.

¿Cómo reconocer a los miembros de esta generación romántica?
Por la alegría, el entusiasmo, el deseo de trabajar. No es un sentimiento privilegiado solo en ellos, pero cuando vemos que personas de 70 y más de 80 años, conservan el anhelo de actuar, escribir, dirigir, diseñar, es justo identificar almas que nunca envejecieron.

Como ha expresado el maestro José Milián, Premio Nacional de Teatro:

Si no fuera por mi adicción a la esperanza, probablemente no hubiera podido llegar hasta aquí, escribiendo y dirigiendo teatro desde los años 60. Creo que ha sido un largo camino, obstáculos aparte. Vuelvo a soñar una y otra vez, no pierdo la fe.

En Portada: Adria Santana y Adolfo Llauradó en Santa Camila de la Habana Vieja de José Ramón Brene.

Fotos tomadas del sitio Cubava.cu