Por Roberto Pérez León
No escribo sobre personajes en el sentido tradicional de la palabra. Escribo sobre la humanidad.
Jon Fosse
El Premio Nobel de Literatura es uno de los que genera mayores controversias. Se desatan las quinielas una vez que se dan a conocer los nominados. Se arma el teje y maneje entre especialistas. Diversos análisis críticos azuzan polémicas mientras la ilustre Academia Sueca se muestra casi siempre impávida.
Los expertos en literatura empiezan a tejer dimes y diretes. Aparecen argumentos por inconsistencias e inequidades de toda índole. No dejan de reiterarse cada año interrogantes tales como quiénes son los excluidos y desde qué bando literario son mirados; y, además, si esa mirada está dimensionada desde el amplísimo acontecer socio cultural planetario.
La Academia Sueca tiene entre sus lineamientos que la obra de un escritor para merecer el Nobel tiene que haber generado un impacto en la sociedad. Pero cómo medir ese impacto no está entre los lineamientos. Alrededor del Premio se configura una atmósfera mediática que durante semanas contribuye a canonizar de una u otra forma la decisión que tomará la Academia Sueca que ha decidido esta vez otorgar el Premio Nobel 2023 al noruego Jon Fosse, novelista, poeta, ensayista y dramaturgo.
Para mí está muy bien dado ese Premio. Debo confesar que no soy un buen conocedor de su obra, pero lo poco que he leído de ella me ha dejado encantadoramente abismado.
Sabemos que hoy el Teatro no desecha al texto lingüístico, pero este ya no domina, es un elemento más. El teatro es un sistema significante donde cada uno de sus componentes ejerce su propio poderío en la producción de sentido de la puesta en escena. Esto evidencia la autonomización del lenguaje escénico con su diapasón de ejecuciones.
Pero los premios literarios consideran al texto lingüístico dramático como el punto de distinción-indistinción dentro de lo literario. No obstante, resultan escasos los dramaturgos en la nómina de los Premios Nobel cuando se trata de “escritores que sobresalen por sus contribuciones en el campo de la literatura”, tal y como reza en los propósitos de la Academia Sueca para otorgar el Premio Nobel de Literatura.
Si preguntáramos entre la gente que hace teatro entre nosotros quiénes han leído a Fosse no creo que la cifra sea significativa. Es más, muchos confesarán que no conocían de su existencia.
Sin embargo, aquí en La Habana en 2010 el fervor por Fosse fue encendido y, bajo el patrocinio de la Embajada de Reino de Noruega, un grupo de jóvenes creadores hizo una muy sustancial inmersión en la dramaturgia del hoy Premio Nobel 2023.
En la Fundación Ludwig durante el ciclo de puestas en espacio Variaciones de Jon Fosse el colectivo teatral Tubo de ensayo hizo lecturas dramatizadas de obras del escritor.
De esas jornadas salió Romper el hielo: teatro noruego a la habanera, documental de 23 minutos donde jóvenes teatreros cubanos dialogan con la recua de inasibles personajes de un dramaturgo que desata tormentas íntimas.
Vemos en el modesto film la experiencia de un puñado de jóvenes al enfrentarse a un autor que devuelve sensaciones inéditas.
Por otra parte, tenemos en la revista Tablas que en el número 4 de 2010 aparece el trabajo: “Romper el hielo: Jon Fosse en la escena cubana” donde se testimonia aquellos tiempos habaneros cuando se produjo un acercamiento al agudo expresionismo escénico de un dramaturgo del que se ha dicho que Ibsen hubiera escrito como él de haber vivido en el magma social del siglo XX donde la obra de Becket es ineludible .
Jon Fosse hace lazos, establece una mecánica asfixiante que lo hace ser provocador, subversivo. Destila una dramaturgia que como forma literaria incomoda y exaspera. Pero exorciza. Es la encarnación de una realidad que nos asiste como un continuo que no reconocemos por lo que tiene de liebre.
Lo que desconocemos y nos condiciona la existencia: nuestras decisiones, en la obra de Fosse tiene pausas y reiteraciones. El tinte existencial problematiza a los personajes de manera que los incapacita para dirimir y articularse en la hondura donde habitan.
Fosse ha dicho acerca de su escritura:
Lo esencial es lo que está «entre», en los intersticios, en las fallas de los personajes, entre los diferentes elementos del texto. Los personajes surgen sin rostro. Son voces. Se trata de llegar a una forma en la que todo se trama desde el interior.
Por otra parte, hay un vaso comunicante de este escritor con el mundo hispano. Fosse admira a Federico García Lorca.
Me apasiona su trabajo, pero no recuerdo cómo lo descubrí. Es uno de mis autores favoritos de todos los tiempos. Cuando leo las traducciones de sus versos siempre acabo añadiendo mis notas. Aunque no sé español, he adaptado Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba usando diccionarios en distintos idiomas. Hay un sonido muy particular en su obra y yo traté de capturar la poesía y el ritmo tan claro de su escritura. Lorca escribe una música literaria parecida a la que yo trato de plasmar.
Sí. Se trata de música literaria la obra de este Premio Nobel. Apoderamiento de la música por la escritura. Ordenamiento del espectáculo de la literatura que se adentra en el enigma del ser y provoca una vislumbre:
Puede que lleve a la página mi bagaje de mal músico. Para mí escribir es escuchar, es un acto más musical que intelectual. En un texto la forma debe ser extremadamente exacta, cada coma, cada cambio está medido para que al leer puedas sentir las olas, un latido, y el cambio de ritmo según avanza la trama. Esta unidad entre forma y contenido es necesaria. Con la escritura ocurre igual que con un ser humano: no se puede separar el alma del cuerpo, un cadáver no es una persona.
Foto de portada: The New Statesman. Foto David Levene/Eyevine