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Isabel Bustos, manías para reinventarse

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Por Noel Bonilla-Chongo

He ido dejando la vida en este tiempo,

Haciendo lo que me gusta

Isabel Bustos

Por estos días de abril cuando la danza sigue movilizando nuestros modos de asirnos a ella como elegante tabla de salvamento, volver a Isabel Bustos es inaplazable. Ella, artífice de tanto en la danza cubana toda, nos sigue convocando a seguirla, a que sintamos que, entre cuerpo y acción, solo gravita la disposición natural de volvernos danza. ¿Qué es sino la sonrisa que emana de este retrato del fotógrafo Néstor Martí y que nos sirve de pórtico a estas notas?

Se dice que, si un cuerpo es susceptible de conservar, a título de memoria figurativa, las marcas y vestigios de sus interacciones sensoriales con otros cuerpos, entonces conseguimos sustentar la premisa de que un sujeto de enunciación, ese cuerpo mismo, es testimonio surtidor de sus más diversas experiencias. Sí, esas habilidades que aun siendo cotidianas y casi que, hasta ordinarias, son capaces de hacer del sujeto de enunciación un cuerpo vívido en reportaje actualizado de sí, una carne sensible: él ha estado allí, en carne y hueso, él ha visto, escuchado y sentido, no ha parado de fundar. Ese es el cuerpo donde Isabel Bustos se ha parapetado para sostener sus más de cuarenta años de permanencia entre nosotros. Hoy la danza cubana celebra un nuevo aniversario de la fundación de la compañía Danza-Teatro Retazos, el campo de operaciones que la maestra, bailarina y coreógrafa se inventara para hacer de la creación una tabla eternal de salvamento.

Se cuenta que, Isabel Bustos llega a La Habana Vieja recomendada a Eusebio Leal por un poeta. No pidió un teatro para actuar y se fue a la calle, a la plaza, al patio de los museos, danzó en balcones, pozos y escaleras; desmontó el precepto del escenario ideal e hizo vibrar a toda la ciudad. La villa que ha acompañado a la creadora desde entonces, haciéndola parte del entorno y sus acciones protectoras y tremendamente humanas.

Cuba le abriría sus puertas. Y en La Habana, Isabel Bustos Romoleroux anclará sus raíces y el comienzo de todo. En el momento en que se funda su proyecto, ya se identificaba como una creadora interesada por el estudio y experimentación práctica de las posibilidades físicas y emotivas del gesto y el lenguaje corporal cavilado como generadores expresivos. Quizás influida por el movimiento de la danza moderna norteamericana, el acervo cultural latinoamericano y las tendencias estéticas, escénicas y compositivas de la danza-teatro, de sus exponentes internacionales más reconocidos. Pero, en su impronta artística se venía definiendo una línea de trabajo técnico-estético-formativa muy singular que ahora, con la nueva tropa, procuraría consolidar un camino de búsquedas permanentes.

La creación de Danza-Teatro Retazos situó inmediatamente al grupo a la vanguardia de la danza contemporánea cubana dentro del contexto escénico de la época. La inhabitual manera de concebir el hecho gestual, escénico, le permitía a su creadora defender preceptos sobre la poética coreográfica, ampliar las fronteras escénicas y fomentar la creatividad en función de lo individual y la colectividad. Le permite explorar y exponer cómo la danza-teatro era capaz de conjugar conceptos no recurrentes en nuestra técnica danzaria: la inmovilidad, la creación a partir del movimiento natural y cotidiano, la fragmentación o el uso de herramientas propias del lenguaje teatral. Un conglomerado que atomizaría el campo de la creación colaborativa, en comunidad; regresado el socorrido tema de lo identitario, desde el mejor de los compromisos con el desarrollo del arte y la sociedad cubanos. Con Isabel y su Retazos, la danza-teatro se instalará progresivamente como tendencia en la vanguardia de la escena cubana, generando debates, confrontaciones, nuevas búsquedas y muchos epígonos.

Danza-Teatro Retazos se convierte en laboratorio obsesivo, intencionado, de investigación por perfilar una poética y un lenguaje coreográfico que ya Bustos venía construyendo para expresar sus inquietudes artísticas, humanas y socioculturales en el contexto que habitaba. “Retazos, como su nombre lo indica, son fragmentos, pedazos, porque siempre he creído y pienso que sigue siendo igual, que vivimos momentos que siempre cambiarán, por lo que son retazos de sentimientos, de sensaciones, de emociones. De las pequeñas cosas que estamos hechos: de fragmentos, de situaciones, de vida”, hoy nos reafirma Isabel después de tanto tiempo.

Desde los primeros años, el arrojo creativo de Isabel por una danza sensorial y emotiva, con fuerte apoyo en la imagen y la gestualidad, generaría una franja oportuna de ruptura en la composición coreográfica más ortodoxa, proponiendo un marcado sentido itinerante, nómada, que les permitió a ella y a sus retazos, adaptarse a múltiples espacios de trabajo, presentación y a los avatares por ubicarse en lugar fijo para ensayar, investigar, componer. “El tiempo de coreografiar, de montar, de ensayar, de aprender un movimiento nuevo era breve. Se ensayaba de noche, después de clases, cada vez que se podía. En espacios prestados, espacios que tomábamos por asalto. Se ensayó en el noveno piso del Teatro Nacional de Cuba, en el lobby de la sala Avellaneda, bajo el escenario de Teatro Estudio, en la Casa de María, o en las calles, plazas, parques y casonas de la Habana Vieja…”, nos recordaría Guillermo Márquez, atento acompañante de Isabel.

Y es en ese deambular físico espacial, artístico, conceptual, gestual, visual y dancístico, donde Isabel, sus credos creativos y su trazo coreográfico dejarán colocar nuestras miradas de felicitación hoy. Gravita en este tiempo transcurrido, un tejido permanente alrededor del espacio, la ciudad, sus gentes, hechos que construyen un hacer poético transido por el fértil itinerario cartográfico. Y en esa movimentalidad tal de ella para argumentar el valor del cuerpo en el espacio escénico. Por igual, una y otra vez emerge su vocación de eterna formadora de jóvenes, ver cómo hoy se levanta esa capacidad ante las huidas, los cambios, el ir y volver de los cuerpos. Aun así, Isabel apuesta por la esperanza, el forjar sentimientos y afectos multiplicadores al centro de una ciudad que hace de su entorno urbanístico y social, el móvil diario de su día a día en la danza cubana. Ella insiste que no puede ser de otro modo, ahí está su voto por la permanencia y gratitud a Leal.

Isabel es ante todo una creadora de ambientes, una evocadora de atmósferas. Sus principios constructivos en la danza, aun sólidos y constatables, no han conducido a una “teoría” argumentada en manuales del “deber-ser” o del “haber-sido”. Es una intuitiva y visionaria, quizás guiada por la irrenunciable voluntad de buscar esos modos hermosos que suscitan nuevas formas, grafías corporales, ensueños. En sus puestas en escena, los cuerpos se desmaterializan para convertirse en beneficiarios de una idea en progreso, en símbolos fronterizos desdibujados. En ese espacio-en-movimiento creado, donde sonoridad, iluminación y tensión visual, dejan si acaso apreciar al cuerpo danzante como una especie de deslizadizo dispositivo visual, con movimentalidad propia, tras ese hálito de envoltura lírica donde se inscriben sus grandes piezas. Sí, en esa mística narrante, característica recurrente de sus entramados. Desde una marca escénica legible y útil para sus propósitos, resguardada en su cuartel general en la calle Amargura número 61, en el centro histórico de la Habana Vieja para ser parte, aun discreta, de la vida teatral de la ciudad, del país.

Como parte de los festejos por el aniversario, la coreógrafa recién estrenó Pecados Capitales, nueva estación creativa que une el tránsito fundacional de las primeras piezas de la compañía con el presente. Acaso, al paso de estos primeros treinta y siete años, nuestra dama danza desafía un teatro/danza que no es todavía de estos tiempos o al menos del que comúnmente presenciamos. Pero, en contraste con esta visión intimista especulativa que su obra coreográfica me provoca, alejando de ella la parte onírica y la búsqueda experimental fundacional de Danza-Teatro Retazos en el ya distante 1987, Isabel se siente responsable de una “misión” mayor y ha logrado comprender como ningún otro creador de su tiempo, que “el arte más noble, es el de hacer felices a los demás” como bien a expresado el famoso economista T. B. Baumer. Y ahí su utopía fundante de crear un evento donde la danza se vuelve espacio público, convivio, comuna, todo y más: el Festival Internacional de Danza en paisajes urbanos: Habana Vieja, ciudad en movimiento. Suerte de contagioso baile inseparable del cuerpo y del espacio a través del tiempo; las resonancias que el uno provoca en el otro han forjado esta mágica simbiosis que impide entender al otro sin el uno. Cuerpo danzante y espacio arquitectónico. Danza-Teatro Retazos y nuestra vieja Habana. Cuerpo y adoquines. Baile y comunidad en su imparable danzar callejero, ya próximo entre el 26 y el 28 de este intenso abril. Sigamos atentos, desde ya nuevas temporalidades nos aguardan, la danza seguirá de fiesta, pues Isabel asegura que “solo la creación salva”.

Fotos Néstor Martí