El 14 de marzo del año 1963 ocurre la materialización de un sueño que se venía gestando. Este día se funda el Teatro Nacional de Guiñol.
Carucha, Pepe Camejo y Pepe Carril son los precursores del teatro de títeres en Cuba, ya desde 1949 andaban retablo al hombro y plantando sus ilusiones en varias escuelas de la ciudad habanera. Por ese entonces nace un niño campesino que luego se convertiría en el títere nacional de Cuba. Dora Alonso da vida en 1956 a Pelusín del Monte, protagonista de todo un repertorio teatral que trascendió las salas, también llegó a la televisión.
A partir de la fundación del Guiñol Nacional en la salita del Focsa, comenzó un arduo trabajo por parte de este colectivo para honrar el título que se le había otorgado. Entre los objetivos trazados estaba el de difundir lo mejor del arte universal, la cultura y las tradiciones nacionales, reunir a todos los titiriteros cubanos para intercambiar técnicas, maneras y estéticas del teatro de títeres, como asumirlo como un arte capaz de sensibilizar no solo a los niños, sino llegar a todas las edades.
Los hermanos Camejo y Carril llevaron a la escena los cuentos del repertorio universal. La cucarachita Martina y el ratoncito Pérez, El gato con botas, Pinocho, La Cenicienta, La Caperucita Roja y otros títulos pertenecientes al repertorio teatral dedicado a los infantes. También algunos clásicos de la literatura como El Maleficio de la mariposa de Federico García Lorca, El cartero del rey de Rabindranth Tagore, El pequeño príncipe de Exupéry, La calle de los fantasmas del argentino Javier Villafañe fueron puestos a consideración del público infantil y juvenil. Obras como La Celestina, Ubú Rey, Asamblea de mujeres, Don Juan Tenorio entre otras, fueron concebidas y puestas en la escena para los adultos.
En este empeño no pocos se sumaron, entre los escritores y dramaturgos encontramos a Dora Alonso, Modesto Centeno, Abelardo Estorino y Freddy Artiles que trabajaron con los Camejo en la adaptación de algunas de las piezas, logrando que cada propuesta estuviera cernida por esa innegable cubanía que se imprimió en cada función.
…los Camejo y Carril develaron los mitos de las tradiciones afrocubanas, muy arraigadas entre los cubanos, y fue así como la escena se pobló de muñecos que adoptaban la forma y el lenguaje, los colores y el sentido filosófico de los orishas. La loma de Mambiala, Shangó de Ima o Ibeyi añá rompieron prejuicios sociales y raciales para instalarse definitivamente en el imaginario colectivo.
En estos 58 años de vida la compañía ha pasado por mucho, ha tenido momentos difíciles y de máximo esplendor, pérdidas irreparables y múltiples alegrías. Se han sumado otros tantos a esta gran familia titiritera, dramaturgos, actores y actrices, diseñadores y demás personal técnico que han continuado el alto linaje de sus iniciadores.
Esta decisión de Carucha y los Pepe de instituir un teatro de títeres luego se convertiría en faro para las posteriores generaciones. Fue el impulso para el afianzamiento de la tradición titiritera en Cuba que, aunque no es inherente a ellos, pues “los títeres son cosa muy antigua…”, decía un viejo titiritero cuyo nombre está enterrado en la memoria teatral de esta isla. A ellos les corresponde el mérito (entre tantos otros) de concebir un arte de excelente factura, responsable y comprometido, con ideales cubanísimos.
El Teatro Nacional de Guiñol sentó las bases para el posterior desarrollo del teatro de títeres en Cuba. A lo largo de toda la isla comenzaron a surgir iniciativas, grupos, obras, personajes tocados ineludiblemente por los Camejo y Carril. Comenzaron a ser, también los títeres y el teatro para niños en general, un asunto de vital importancia y una manifestación que está inscrita como un estandarte en las artes escénicas cubanas.
Redacción Cubaescena
Foto de Portada tomada del Perfil de Facebook del Teatro Nacional de Guiñol.
Referencia:
Garbey, Marilyn. La isla de los títeres. Revista de estudios sobre Teatro de Formas Animadas. (2013)