Roberto Gacio arriba hoy a su 80 cumpleaños, una vida dedicada al teatro, a la investigación y el magisterio lo hacen merecedor de múltiples reconocimientos. Las Artes Escénicas cubanas se honran con su presencia.
Por Omar Valiño
Roberto Gacio Suárez no es alguien que conozca todo el mundo, así sean sus esporádicas apariciones en el cine y la televisión. En el teatro, sin embargo, se dice Gacio y se señala, más que un nombre, una presencia.
Al triunfo de la Revolución se forma en la Academia Municipal de Artes Dramáticas y luego, como actor, estará en varios montajes a través de los fértiles años 60, entre ellos en el estreno de Aire frío, de Piñera, bajo la dirección de Humberto Arenal o, en el cine, a las órdenes de Gutiérrez Alea en La muerte de un burócrata.
Después pasa al Teatro Estudio de los hermanos Revuelta, y en los 70 estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad de La Habana, y también será de los primeros en cursar Teatrología en el recién fundado Instituto Superior de Arte. Se afianza su perfil como crítico e investigador, tareas que, a partir de los 80, ejerce desde el Centro Nacional de Investigaciones de las Artes Escénicas.
Por entonces, la recién fundada revista Tablas se convierte en el soporte principal de sus textos, y hasta hoy, a poco de las cuatro décadas de la revista, es quien más colaboraciones acumula en sus páginas. Ediciones Alarcos tiene preparada una concienzuda selección de estos textos y de muchos otros dispersos en publicaciones nacionales y extranjeras. A cargo de la teatróloga Indira Rodríguez Ruiz, deberá ver pronto la luz.
Testimonio de oficio, allí encontraremos su apasionada relación con el teatro, veedor como pocos de cuanto acontece en el panorama cubano, pendiente de todos los proyectos aquí y allá, acompañante fiel de una experiencia artística que, para él, es la vida misma.
Su trayectoria como actor le sirvió las vivencias que explican la solidez de sus análisis del arte de la actuación. He aprendido de él mucho del difícil e inapresable vocabulario para calificar los desempeños actorales, de las sucesivas tipologías de actuación desde que el teatro cubano asaltó la modernidad y de los magníficos retratos técnicos y expresivos de actrices y actores que no vimos. Es una lástima que no haya dedicado más tiempo a volcar todo ese conocimiento sobre el papel, de donde habría resultado un libro de imprescindible consulta.
Porque ese tiempo que roba a la escritura lo dedica a contar. He ahí su verdadero magisterio fuera del aula, transmitir la memoria viva de nuestro teatro. No solo como recuerdos dispersos, sino como integradora visión de un proceso. Más activo que muchos, a pesar de su edad y algunas dificultades de salud, se prodiga en numerosos eventos, jurados, en la sección de crítica de artes escénicas de la Uneac, en consultas y asesorías de trabajos docentes y tesis y, en fin, en cuanto coloquio le sirva un espacio y un tiempo. Por todo ello, y con total merecimiento, recibió en diciembre pasado el bello Premio Maestro de Juventudes, de la Asociación Hermanos Saíz.
A fines de los 90, el director de Teatro de la Luna, Raúl Martín, lo rescató como actor de manera sistemática y lo incluyó en el amplio repertorio piñeriano realizado por este grupo, con destaque para su unipersonal El Álbum, premio de actuación del primer Festival del Monólogo Cubano, organizado por el Teatro Terry, de Cienfuegos. A lo largo de este siglo lo hemos visto sobre el escenario con diferentes compañías y en osados proyectos.
Es un ser querible, como lo fue su compañero Oscar, científico de alta valía. Es nuestro Roberto Gacio, así, sencillamente, nuestro personaje Gacio, memoria y vida del teatro cubano allí donde aparezca.