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“Ferdydurke”: Donde Virgilio Piñera Convierte Una Novela Polaca

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Por Roberto Pérez León

En la versión argentina de Ferdydurke el español está forzado casi hasta la ruptura, crispado y artificial, parece una lengua futura.

Ricardo Piglia

En abril, pero de 1947, hace setenta y tres años, Virgilio Piñera se erigió como el artífice de la publicación en español de la novela Ferdydurke, obra del escritor polaco Witold Gombrowicz.

En Cuba, desde hace poco menos de cinco años, tenemos la única y muy tardía edición isleña; aunque hay que decir que fuimos los cubanos los primeros lectores de al menos un capítulo de esa desenfrenada novela.

Virgilio Piñera, desde su llegada a Buenos Aires, tuvo la certeza de lo que significaba Ferdydurke para la Literatura y pudo sensibilizar la cata del  mismísimo Lezama Lima, al punto de que la revista Orígenes publicó, en su número correspondiente al otoño de 1946,“Filimor Forrado de niño”, hecho sobresaliente dentro de la esmerada poética que mantuvo la publicación durante sus cuarenta números de existencia.

El entusiasmo de Virgilio por la novela fue notorio, lo demuestra la publicación del fragmento “Filimor Forrado de niño”, trozo que debió haber turbado de alguna forma al propio Lezama; creo que tal vez para aliviar la zozobra que podía producir el texto, pese a que no era habitual en la política editorial de la revista, fue ilustrado por Roberto Diago, pintor de ciertos enigmas, quien hizo un dibujo que desaloja lo convencional y nos inclina a pensar en un anhelo y no precisamente en un sucedido.

Aquella inaugural visita ferdydurquista a Cuba fue inadvertida por muchos; como suceso de inserción cultural de novedad plena hay que agradecérselo a Piñera, quien se debió valer de muchas artimañas para convencer a Lezama.

Tal vez no exista en Orígenes un texto tan antiorigenista como el de ese Filimor, que se forra de niño como muestra de una exhibición de “teatro grotesco y locamente humorístico” como califica Virgilio a la novela.

Severo Sarduy dijo en una oportunidad que “Piñera era un autor cubano y a la vez argentino, por la influencia que recibió de ese otro autor argentino, Gombrowicz, y por su larga estadía en Buenos Aires”.

Durante doce años, con algunas cortas estancias en La Habana y en algún que otro lugar, Virgilio estuvo en Buenos Aires. El polaco Gombrowicz llegó a la capital argentina por azar y se fue tras, más o menos, haber estado allí el mismo tiempo que el cubano. Gombrowicz no era argentino, eso bien lo sabía Sarduy. Pero existió un Ferdydurke argentino. La novela fue la cifra mayor de las estancias porteñas de Piñera y Gombrowicz.

Disfrutemos la celebración que hace Virgilio por la novela:

(…) desde ahora comeréis milanesas de ternera y peras en vainilla, desde hoy devoraréis Ferdydurke, arriba y abajo, oh porteños del más o menos, porteños inescrutables, medidos, correctos, helados y muertos. Galvanizados seréis con las aventuras de Ferdydurke, será vuestro libro de cabecera, a él acudiréis en procura de fuerza y no tomaréis más mate. El mate os mata, perdonadme, oh porteños este chiste malo, pero no puedo, no, no puedo dejar de hacerlo. Es el mate lo que os define, soy tomadores de mate y jugadores de ajedrez. Estáis amenazados por esas dos plagas de Egipto. El mate lleva al mate y el ajedrez da el mate y de estos dos mates todo lo que sale es de un espantoso color mate. Huid, pues del mate y refugiaos en Ferdydurke que no toma mate, Ferdydurke la sabrosa cañita añeja. Emborrachaos, oh porteños, caminad por Florida a las cinco pero hacedlo vivos, no muertos, como soléis hacerlo, que se os oiga hablar, gritar, desbarrar, jurar, sed pueblo, no seáis pasos ahogados. Dejaos de vuestra sombrías confiterías, de vuestras charlitas de café, sotto voce que hace a Buenos Aires una inmensa aldea; sed arrojados, hablad mal de vuestro amigo, no seáis tan educados, tan circunspectos, no os vistáis más a la inglesa porque no sois ingleses, ni produzcáis el arte a la francesa porque no sois franceses. Recibid en vuestras casas sin prevención y ofreced al visitante té con masitas, no lo abruméis con vuestra producción ni escondéis la cara de la cara, ni el ojo del ojo, ni la pierna de la pierna. Sacad la lengua que es el único modo de saber si se la tiene limpia o sucia. ¡Qué más da! ¡Oh, porteños, calorizad vuestra ciudad porque la pobrecita está amenazada de enfriamiento! No son las nieblas, el frío repentino, las lluvias persistentes lo que hacen de esta bella un cadáver. No, sois vosotros mismos con vuestros cuerpos y vuestras almas los que recubrís de norte a sur y de este a oeste el inmenso cementerio de Buenos Aires. Alegraos, arriesgaos, haced tres, diez mil ridículos al día y os salvaréis de la pan-conflagración que sobre vuestras cabezas se cierne. Devorad a Ferdydurke, Ferdydurke burlón, impiadoso, sensato y loco, loco y prudente, que prefiere un eructo a las potitesses de un triste salón de arte. Huid de las exposiciones, de los cuadros colgados, de la modestia de la hiena, de las mujeres sabias, de los filólogos muertos de filología, de las “tías culturales” -como dice el propio Ferdydurke, de los pasitos medidos, de los gestos comedidos, de las películas de arte, del último libro, del concierto sacro, del profano, de la canción a dos voces, del alma de los días, de los paseos sentimentales, de la buena educación, de los monstruos sagrados de la literatura porteña, de los laberintistas, de los tantálicos, de los policías literarios, de los viajes a Francia, de las telas importadas, de los biombos que nada ocultan, de las pantallas, de vuestra piel, de vuestro huesos. Salud.

Ni la publicación de Cuentos Fríos ni la de la novela La carne de René, ambos aparecidos en Buenos Aires, debieron haber excitado tanto a Virgilio como la salida de Ferdydurke. El libro del polaco fue la tempestad que “aciclonó” el ambiente intelectual porteño, tan aquietado y sereno que encontró Virgilio a su arribo a la Argentina, un ambiente parecido al habanero de entonces, y del cual había huido en busca de novedades y alarmas literarias.

La nada reencontrada fue revuelta y sacudida por un libro que había sido escrito en polaco, un idioma tan remoto para el castellano, y sin embargo fue capaz, por obra y gracia de una audaz traducción, de poner en jaque a quienes custodiaban la pureza del español en América.

Virgilio se había agenciado una de las becas para latinoamericanos que otorgaba cada año la Comisión Nacional de Cultura de Argentina. Llegó para realizar investigaciones sobre la poesía latinoamericana; y, como dice la guaracha-son: salió a buscar pollos y lo que encontró fue plumas. Hasta que intimó con el polaco.

A través de Adolfo de Obieta, el hijo de Macedornio Fernández, conoce a Witoldo Gombrowicz. Las fuerzas creacionales de estos dos seres confluyen en misteriosas inmediaciones y hospedan una aproximación reticente. No hay que dudar que fuera el polaco la mayor animosidad que tuvo Virgilio en su larga estancia porteña.

Ferdydurke tenía una atmósfera genésica que no escapó a la intuición del cubano. La obra del polaco fue un trance copioso y muy eficaz para el momento literario latinoamericano. La novela se presentó como un desafío y un ejercicio de expresión verbal. Lección clara, distinta y atropelladora. Virgilio se lanzó con orgiástica satisfacción a «disparar el primer tiro en la batalla que tarde o temprano van a librar los ferdydurkistas de Hispanoamérica», tal y como apuntó en la solapa de la edición príncipe.

Ferdydurke es un libro de choque, de combate. Estas humorísticas aventuras de un hombre infantilizado constituyen un escándalo literario, pero escándalo de la más alta seriedad. Atacando ¡y con qué audacia! ciertas básicas falsificaciones del mundo actual que hasta ahora se nos escapaban, Ferdydurke nos procura una especie de alivio psíquico, o dicho de otro modo, representa una descarga.

Y dice Piñera con su lucidez alarmante:

Artísticamente, es obra de una riqueza enorme. El lector mismo se dará cuenta de la calidad de esta poesía violenta y baja, del brillo y la profundidad de este teatro grotesco y locamente humorístico, de la amplitud y fuerza del estilo, y sobre todo, de tantos y tantos descubrimientos artísticos y psicológicos diseminados en sus páginas. El ultramodernismo de Gombrowicz, por juntarse con la sencillez de espíritu, espontaneidad y frescura de alma, se vuelve vital y natural. Nada de los estériles refinamientos que caracterizan al arte moderno. Aquí un hombre contemporáneo, realista y cuerdo, dotado de fuerte personalidad, busca y encuentra sus propios medios de expresión. Y esto le basta.

Mirado Ferdydurke por su lado intelectual constituye una revisión de todo nuestro modo de ser cultural. Se puede estar o no de acuerdo con las sorprendentes tesis de Gombrowicz, pero no cabe duda de que Ferdydurke apunta y acierta a uno de los más drásticos y sensibles nervios de nuestra cultura. Y es una revisión especialmente valiosa para Hispanoamérica —clásico continente de la inmadurez.

Tuve la suerte de haber podido conversar por intermedio del venerable Adolfo de Obieta con uno de los meseros del Café Rex, donde se reunían el grupo de traductores, y aquel señor, como autentico porteño, me dijo que cada tarde de encuentros era un verdadero quilombo.

Durante los días de la traducción de la novela, Gombrowicz llegaba al Café Rex en la calle Corrientes con lo que él mismo había traducido,al tum-tum,del polaco a su errático español, luego el Comité de Traducción se encargaba de reparar lo hecho «en busca de las palabras apropiadas, luchando con las deformaciones, locuras, excentricidades de mi idioma», como aseguró el propio Gombrowicz en su Diario.

Virgilio ostentó, según Gombrowicz, la “presidencia” del “consejo de traductores” donde había también otro escritor cubano, el sereno y encantador Humberto Rodríguez Tomeu, a quien conocí en su casa de Buenos Aires donde siempre me recibía con un sombrero puesto porque del techo caían pedazos de cemento, y además yo tenía que ponerme el de las visitas. Humberto y su hermana Julia me llenaron de encantamientos con sus historias sobre la estancia porteña de “el Virgilio” como siempre lo refería Julia.

No es difícil sospechar las ocasiones en que el Piñera debió haber intercalado su ánima en Ferdydurke. En la novela hay ciertos rasgos, una muestra impenitente, extrañas faenas entre lo real, lo poético y lo paródico, risibles ficciones, y las mismas absurdidades que hay en lo virgiliano más enternecido, estrafalario y liberador. Pudo Virgilio Piñera haber marcado con sus artificios, desenfreno  y ascetismo, la truculencia de Ferdydurke. Pegarle bien el oído a la novela y se sentirá la tentación literaria del cubano que desmanteló al polaco para extraerle nuevas variaciones y divergencias al español.

En una ocasión pude confrontar el texto original y el traducido con alguien que dominaba plenamente ambos idiomas. Nos dimos a la tarea de expurgar las novelas. Resultó que una podría ser versión de la otra o la otra versión de la que podría ser la traducción. Para los polacos, la mejor será la escrita en polaco. Los hispanoamericanos tenemos “la traducción”.

Pero se dijo desde el inicio que era una traducción ilegítima y trastornada. Eso es más cierto y contundente que una catedral gótica. ¿Ilegítima porque no se respetó lo que los gramáticos exigen que se respete?

Raimundo Lida, Arturo Capdevila y Ernesto Sábato consideraron “la traducción” “absolutamente mala”. Entre paréntesis, puedo decir que soy testigo de la reticencia o el rin tintín de Sábato a lo piñeriano. En varias y muy breves conversaciones telefónicas que tuvimos, siempre evadió mi intención de conseguir su testimonio sobre Virgilio en Buenos Aires, y la atmosfera literaria que se  tejido Borges-Gombrowicz.

En 1964, la Editorial Sudamericana entrega la segunda edición en nuestro idioma. Se maquilló, serenó y mesuró a Ferdydurke, que entonces apareció drogado por “el fuego graneado de los gramáticos”.  Sábato, en la introducción a esta nueva aparición no se da por enterado de la aventura inicial del primer Ferdydurke latinoamericano.

En el ejemplar dedicado por Gombrowicz a Virgilio, el polaco, tan poco dado a reconocer algo más allá de él, no pudo dejar de declarar:

Virgilio, en este momento solemne declaro: tú me has descubierto en la Argentina. Tú me has tratado sin mezquindad, ni reserva, ni recelos, con amistad fraternal.  Tu inteligencia e intransigencia se debe este nacimiento de Ferdydurke. Te otorgo, pues, la dignidad de Jefe del Ferdydurkismo Sudamericano y ordeno que todos los ferdydurkistas te veneren como a mí mismo. ¡Sonó la hora hora! ¡Al combate!

Witoldo.

La complicidad  puede ser verificada en cuanto papel se encuentre de esa época en los archivos de Virgilio. Virgilio le corregía los textos a Gombrowicz, hay manuscritos de éste que están desbordados de enmiendas, retoques, tachaduras y reajustes de puño y letra del cubano.

Existen dos insólitas “revisticas” en sus únicas salidas:Aurora y Victrola. Desde la médula literaria que era entonces Buenos Aires,alrededor de la revista Sur y Borges, Gombrowicz y Piñera provocaron un escándalo y alarmaron a la serenidad letrada porteña.

Gracias a la desmesurada amabilidad de Fernando de Obieta pude consultar los originales de esas publicaciones y las reparaciones que Virgilio hacía a lo que Gombrowicz escribía en español; el mecanuscrito de Aurora, libelo hecho por el polaco, es una delicia en cuanto a tachaduras y añadiduras.

Mientras Gombvrowicz armaba Auroray Virgilio corregía y a la vez preparaba en secreto Victrola, la otra cara de Aurora, y circularon juntas las revisticas para redondear la postura cismática y divergente de sus editores.

Aurora tenía pretensiones reformuladoras, mientras que Victrola, pese a sus cuestionamientos éticos y estéticos, sigue siendo una de las bromas colosales de Piñera.  Según el escritor argentino Carlos Coldaroli, todos sabían de la salida de Aurora, pero nadie sospechó lo que Virgilio había tramado.

Tanto Aurora como Victrola tienen el mismo soplo desaforado del instinto de los dos escritores, a quienes debe pertenecer por igual el primer Ferdydurke en nuestra lengua.

En pleno fervor revolucionario Virgilio recibe, en La Habana, una carta de Gombrowicz, quien tenía ya un pleno reconocimiento internacional, pero recurre a Virgilio para pedirle que participara en el renacimiento de Ferdydurke.

Mi  estimado Virgilio:

¿Acaso Humberto recibió mi carta donde yo le preguntaba si alguno de ustedes no escribiría para Cuadernos sobre Ferdy? Ocurre que K. A. Jelenski (el regisseur como quien diría) habló con Gorkin, director de Cuadernos, y este le dijo que gustoso publicaría en Cuadernos un fragmento mío precedido de una nota sobre la historia de Ferdy en América Latina. Tiene importancia el asunto, pues esto me podría facilitar la reedición de Ferdy aquí y la traducción y publicación del Diario, lo que, imagínese, no dejará de provocar algún escándalo. Considero, Piñeyro, que nadie mejor como usted para cumplir tal tarea, ya que era el principal traductor y presidente del Comité. Naturalmente hay que escribir a la altura de mi actual situación, ya que abiertamente se habla de mi como de genio y de Ferdy como de obra cumbre. En passant podría mofarse algo de los incapaces que no supieron captar; y distribuir algunas pullas (¿o cómo se dice?) a diestra y siniestra. Si esto le resulta tentador (Cuadernos pagan bien, supongo) avíseme y yo escribiré a Gorkin o aún pueden hacerlo directamente con tal que no haya mucha demora. De todos modos contésteme enseguida…

¿Qué tal el embriagador aire de la libertad y el fervor patrio? Aprovechen para condenar a los infames y alabar al gran Jefe. Cuénteme cómo ocurrió y qué tal Humberto. Adiós, Piñeyro.

Witoldo Gombrowicz

27 Enero, 1959, Callao 70, Tandil FGR, Argentina.

Virgilio también conoce a Jorge Luis Borges y publica en la revista Anales de Buenos Aires; además, es uno de los escogidos para aparecer en la borgiana antología Cuentos breves y extraordinarios; también Borges le pidió, en mayo de 1946, recién llegado a Buenos Aires, una conferencia sobre «Cuba y la literatura», a dar en la Sociedad Argentina de Escritores.

Es decir que Virgilio hacía equilibrios entre un bando y otro, o mejor decir entre Gombrowicz y los borgianos.

En Anales de Buenos Aires, Virgilio publica “Nota sobre literatura argentina de hoy”. Esa publicación produjo un cierto corre-corre en los círculos literarios porteños. El recién llegado instauraba categorías resonantes para calificar el hacer de los literatos argentinos.

Yo me encontré en Buenos Aires gente tan culta, tan informada y brillante como la de Europa. Hombres como Borges, Mallea, Macedonio Fernández, Martínez Estrada, Girondo, los dos Romero, Bioy Casares, Fattone, Devoto, Sábato y muchos más pueden ofrecerse sin duda alguna como típicos casos de home de lettres. Sin embargo, de tantas excelencias todos ellos padecían de un mal común: ninguno lograba expresar realmente su propio ser. ¿Qué pasaba con todos esos hombres que con la cultura metida en el puño no podían expresarse?

Para contestar esta pregunta me veo obligado a referirme a un artículo mío que, en parte, aclara la cuestión. El artículo se titula «Nota sobre literatura argentina de hoy», y allí observo yo que la literatura argentina más representativa es de carácter tantálico.

Pero antes de seguir más adelante con el tantalismo, debo explicar la reacción de dos escritores que leyeron dicha Nota antes de su publicación. Fueron estos escritores Borges y Sábato. Borges reaccionó rogándome le cediera el ensayo para publicarlo en Anales de Buenos Aires —revista de la que es director; al mismo tiempo, me hizo saber que aceptaba lo del tantalismo en lo que a él se refería, y por último, a manera de confirmación y soberanía insertaba en dicho número de Anales, y junto a mi Nota, uno de sus relatos más tantálicos -«Los Inmortales».

Sábato me expresó que negaba lo del tantalismo si referido a la literatura argentina en pleno. Que el hecho de existir media docena de tantalizadores no sentaba jurisprudencia, y que la literatura argentina contaba con algo más que Borges, Macedonio, Girondo y Mallea. Me dijo enseguida algo muy significativo: que esa generación nada tenía que ver con lo que, según su juicio, constituía la Argentina más prometedora, es decir, la formada por los hijos de la inmigración; que eran éstos los que iban perfilando la verdadera cara de la Argentina y que, en su momento, pondrían sobre un plano artístico las distintas realidades del país. A renglón seguido me confió algo que sólo a su persona concernía: «Ellos (se refería a Borges y Sur) creen que voy a seguir sus pasos, que mi novela será lo mismo que ellos escriben, pero no saben qué sorpresa les aguarda». Aclaro enseguida por qué Sábato se ponía el parche tan a tiempo. Dos años atrás había publicado un librito, Uno y el Universo, en  donde, y a pesar de sus tesis y de su propia personalidad, estaba escrito desde A hasta Z con el espíritu de Borges que flota sobre las aguas…

Me parecieron evidentes los argumentos de Sábato y los acepté de buen grado. Sin embargo, le confié que, a mi modo de ver, su generación y la que le iba a la zaga adolecía de los mismos vicios del borgismo a pesar de tener una apreciación más realista de las cosas.

Definitivo el criterio piñeriano. La verdad que habrá tenido sus “vicios” pero pocos entre nosotros han podido desarrollar tan tremenda sagacidad literaria, tan feroz clarividencia para ver lo contemporáneo desde el “escándalo de la más alta seriedad” que entre tantos borgismo llegó a descargar el ferdydurkismo.

Y bien, Piñera sigue mereciendo “la dignidad de Jefe del Ferdydurkismo Sudamericano”, por sus intuiciones e invenciones de creador que vislumbra sin propósitos premonitorios, el absurdo no como técnica ni estilo ni gesto literario, el absurdo como estamento social, como sustrato condicionante del disparate.

Son pocos los autores que tienen la lucidez extrema de colocarse en la insensatez y asumir un compromiso incisivo, sacrificial, constitutivo y esencial de la identidad literaria latinoamericana tan deudora del imaginario de la cotidianidad.

Nota:

Todas las referencias aparecidas en este texto pertenecen a mi libro Virgilio Piñera: Vitalidad de una paradoja, publicado en CELCI Centro de Estudios de Teatro Latinoamericano, Caracas, 1990.