Por Roberto Pérez León
Ha estado en la sala El Sótano Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra, pieza de Taimí Diéguez que sube a escena por Estudio Teatral La Chinche con dirección de Lizette Silverio.
De nuevo tengo que llamar la atención a las gerencias de las salas teatrales. Me refiero a la ausencia de un programa de mano ya sea físico o digital. A la función que asistí no alcancé, así es que no puedo dar detalles de la producción en general ni tampoco quedé enterado de los pormenores que tal vez se anoten y den información sobre la obra y la puesta en escena.
Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra es la primera publicación de Taimí Diéguez y su primer premio literario. Pareciera que esta obra es depositaria de las memorias de la infancia y adolescencia de la autora. Sin llegar a ser un biodrama podemos decir que se siente el aliento de una autorreferencialidad y autoficcionalización como recursos que pueden constituir estrategias sicológicas de introspección y proyección.
Quiero decir que Con la ropa de mi madre… está sazonada con los primeros enigmas, encuentros y tropiezos de una existencia temprana. La dirección de Lizette Silverio logra una escritura escénica equilibrada. Las actuaciones están concebidas desde una discreta y efectiva corporalidad que dinamiza la atmósfera teatral donde predomina el logocentrismo, pues estamos ante una obra de la palabra y por la palabra.
La preeminencia de la energía, vitalidad y expresividad actoral en esta puesta atraen. Pero el texto literario nos ocupa todo el tiempo en un compulsivo esfuerzo por hilvanar una historia; y, esto, disminuye la fruición estética como gozo por la contemplación y la emocionalidad libre más allá de la aprobación o inconformidad.
Forma y contenido rivalizan y hacen de la puesta un escrupuloso vehículo de ideas y sentimientos. Chocan y se agolpan. La voracidad de las cadencias de sensaciones abstractas, vertiginosas y febriles pautan el ritmo del suceder escénico.
Con la ropa de mi madre… se desborda en borrosas metaforizaciones. El paisaje de motivaciones sicológicas, que sospecho subyace en el texto literario, subordina la dramaturgia a la expresión de una práctica no precisamente teatral.
La puesta no nos libera del ansia por interpretar. Los sistemas significantes (vestuario, escenografía, enunciación corporal, enunciación verbal) desarrollan formas plásticas que no alcanza el núcleo de turbaciones que comportan la rumbosa aclamación surrealista del texto literario. Texto que muestra un afán experimental que se desliga del control lógico y se alía a procedimientos, en el ámbito ideológico, técnico y temático, de un expresionismo desconcertante por el lenguaje que grita arrebatadamente.
En Con la ropa de mi madre… quedan las palabras como palabras y no actos. Palabras, series de palabras, meras palabras en ejercicio gramatical. Pero el teatro no debería dejarnos la impresión de ser solo eso.
Claro, la necesidad de la palabra en el teatro es un componente estructurante para que nos convenza y nos rinda como experiencia estética. Recordemos en Hamlet, Acto V, Escena I: “¡Ay, pobre Yorick! Yo lo conocía bien, Horacio”.
En esa única frase existe un personaje de la obra. En un renglón cupo Yorick que jamás estuvo en escena; sin embargo, técnicamente la frase alcanzó para fundarlo en un cementero mientras Hamlet sostiene una calavera.
Debo decir que mis artefactos reflexivos fueron insuficientes en Con la ropa de mi madre. Obra para ser dicha por el perro hembra. Y no es que yo llegue al teatro para interpretar y buscar las cuatro patas que tiene el gato o inventarle una quinta. Tampoco quiero quedarme cómodamente con el significado literal y no ser impelido a excavar en lo que denota el ejercicio escénico. Pero sí reclamo la organización de un contenido manifiesto para orientarme en el rumbo hacia el contenido latente de la puesta en escena.
Con la ropa de mi madre… como texto literario no considera un funcionamiento extraliterario, el requerido para el teatro. Su carácter connotativo y de sugestión emocional requiere un nivel de invención teatral con situaciones de enunciación que generen un campo semántico escénico propio que en esta puesta no queda declarado del todo.
Estas consideraciones responden a que disfruto más el cuento que al cuentista. El vanguardismo programático lleno de experimentaciones me resulta impenetrable. No sufro la ansiedad por interpretar el arte. Pero tampoco me gusta quedarme en la evidencia del verde y con putas, guanábana.
Puede que esta obra requiera ser percibida desde el encuentro de un contenido mayor del que tiene. Entonces habría que atender la demanda de Susan Sontag requiriendo más que una hermenéutica, una erótica del arte.
Foto de portada: Maite Fernández Barroso