Por Roberto Pérez León
Hoy podemos ser espectadores sin asombro de un teatro donde las acciones escénicas inciden de manera relevante en nuestra receptividad y determinan la experiencia estética como suceso viviente y vivible.
A la estética de la teatralidad se suma la de la performatividad que hace de una puesta en escena un proceso y no solo un resultado cuando el actor se hace creador y su aura interviene en la concreción del espectador.
Los conceptos de teatralidad, performatividad, posmodernidad, posdrama son difíciles de mantener sin una sólida determinación teórica pues llegan revueltos por el dispositivo formal y fenomenológico de las artes escénicas en la actualidad.
Cuando el actor convierte el texto en una imagen actuante, que acontece, que sucede y no representa, entonces estamos ante una puesta de naturaleza esencialmente distinta. Podemos percibir, en su inmanencia, una dinámica estética particular a través de las acciones visibles, condicionantes que guían formal e ideológicamente la escritura escénica.
El cuento del zoológico es una obra que cada cual podrá ver desde el mundo de la propia obra o desde los recursos que cada cual tiene para estar en el mundo de la vida. Este “desde” apela a la experiencia sin modelado conceptual alguno.
Así, fenomenológicamente podemos reparar en El cuento del zoológico obviando todo tipo de acercamiento a través de la teatralidad, la performatividad, la posmodernidad, el posdrama, etc. Cada cual con su experiencia y sus estructuras individuales y sociales podrá tomar partido en el duelo entre los dos únicos personajes de este clásico del teatro.
El Espacio Teatral Aldaba con dirección general de Irene Borges y la dirección artística de Linet Rivero, pone en la sala Adolfo Llauradó El cuento del zoológico del dramaturgo norteamericano Edward Albee, autor de ¿Quién le teme a Virginia Woolf? (1962), pavorosa obra sobre las soledades de una pareja. Existe una versión cinematográfica muy popular protagonizada por Richard Burton y Elizabeth Taylor en 1966. Pero antes de escribir esta magnífica pieza ya existía El cuento del zoológico (1958) con la que arranca Albee como dramaturgo.
El cuento del zoológico tiene entre nosotros el prestigio de haber sido estrenada por Vicente Revuelta en los sesenta y luego en los ochenta regresó a Teatro Estudio. Recuerdo perfectamente la reposición de El cuento del zoológico en Teatro Estudio con Vicente Revuelta allá por los inicios de los ochenta. Desde ese momento, la obra del dramaturgo norteamericano empezó a ser para mi un objeto de culto teatral. Los dos únicos personajes del drama no han dejado de galopar en mi memoria con mucha satisfacción.
He visto muchas veces El cuento del zoológico y en todas las propuestas ha predominado ese rasgo de alterada absurdidad que la distingue y que tanto me fascina. Ahora en la sala Llauradó me encuentro con la pieza de manera inesperada y por un colectivo teatral que desconocía.
Linet Rivero, coreógrafa que hace algunos años estrenó Nadar en seco, ha dirigido la puesta en escena de El cuento del zoológico con una rotunda precisión textual. Creo que en casos como este, ante un texto literario de tal presencia, es muy difícil ponerse a inventar tibiezas con versiones y adaptaciones o etcéteras. En El cuento del zoológico por el Espacio Teatral Aldaba se superponen significados que resignifican el acontecimiento escénico sin abandonar el corazón de la historia.
Edward Albee supo contar una historia de tal manera que al pasar el tiempo y el cambio de percepción de la realidad esa historia se empapó de las nuevas singularidades. En El cuento del Zoológico dos hombre: Peter y Jerry se encuentran en el Parque Central de Nueva York un domingo en la tarde. Peter tiene la costumbre de ir a sentarse en un banco para relajarse. Jerry aparece y sacude toda la tranquilidad de Peter al confrontarlo con una perspectiva de la vida insólita para él.
Jerry tiene una historia que pesa y la carga desde que terminó su bachillerato: su madre los abandonó a él y a su padre; al tiempo ella apareció muerta en un bar. Jerry confiesa haber tenido devaneos homosexuales pero que no deja de gustar de las mujeres bellas solo que con ellas tiene sexo solo una vez y nada más. Jerry se enfrasca y se esmera en hacer la historia de un perro que no es más que una muy fuerte metáfora sobre la condición humana.
Jerry y Peter son un contraste de existencias entre la vida reflexiva, la vida rebelde con causa y la vida acomodada que obedece cómodamente las reglas sociales. Esta disparidad de puntos de vista desata una pelea que tiene como detonador el banco donde se sienta Peter. Jerry, durante la hora y media que dura la puesta, paraliza a Peter con sus enormes monólogos atravesados por un sostenido absurdo: presenciamos un duelo entre teatralidad, diálogo y unipersonal asistido por Peter. Peter tiene dos hijas, periquitos, gatos, un hogar, un matrimonio pero su vida tan reglada es amenazada por la verborrea de un desconocido que lo coloca en una extrañeza inquietante.
Yasmany Guerrero es Jerry y Peter es Asdrúbal Ortiz. El balance entre estos actores es una lucha libre que es el nutriente del ceremonial de acciones en que se convierte la puesta encodificada por renovados códigos dramáticos. Las pulsiones enérgicas de Yasmany Guerrero hacen que su Jerry tenga un horizonte de expectativas que sobrepasan la narración y la representación. Nos enfrentamos a una conducta humana latente, no exhibida.
Hubo momentos en que Yasmany Guerrero me sobresaltó: Jerry hecho de palabras que en la práctica artística se hacen imágenes conseguidas por una corporalidad y una gestualidad de calidades dancísticas que no disocian la enunciación verbal; su hacer proyecta un sentido inquietante, simpático y conmovedor. Yasmany Guerrero sabe jugar, construye y deconstruye, su presencia fluye de manera enigmática, arma para desarmar significados y sentidos de una ludicidad gozosa.
El Peter de Asdrubal Ortiz es icónico, sentado en el banco no espera a nadie e insiste, con la misma tozudez del mulo lezamiano, en que alguien tiene que llegar. Y llega Jerry para que suceda la escandalosa transformación de una encadenada profundidad en la existencia de un hombre que se sentía estable.
Llegué a ver este cuento del zoológico con referencias tan contundentes por las veces que había visto la obra que entré cargado de exigencias, pero a los 15 minutos quedé convencido que estaba ante una sólida puesta en escena sin devaneos formales ni trastazos ideo-estéticos.
Foto tomada del perfil de Facebook del actor Yasma Guerrero