Por Vivian Martínez Tabares
Hace muy poco tuve la suerte de presentar al público en la Sala Manuel Galich de la Casa de las Américas el estreno de una creación audiovisual que rezuma belleza, sensibilidad y compromiso para recrear y enaltecer la experiencia teatral sui generis que es la Cruzada Teatral Guantánamo-Baracoa. El lenguaje de la montaña, filme documental con guion y dirección de Isabel Cristina y Jorge Ricardo, da cuenta de la notable labor comunitaria desarrollada durante veintinueve años por este empeño, que cada 28 de enero sale a recorrer la zona montañosa del extremo oriental de la Isla, a lo largo de más de un mes y a través de seis municipios –Manuel Tames, Yateras, San Antonio del Sur, Imías, Baracoa y Maisí– y unas 210 comunidades seleccionadas, en las cuales llevan consigo teatro a más de 65 mil montañeses.
Isabel Cristina es teatróloga y Jorge Ricardo fotógrafo, y con este material debutan juntos en el audiovisual, fascinados con las impresiones de su primera visita a la Cruzada, que los hicieron volver al año siguiente, armados de una cámara, un micrófono y de muchas ganas de multiplicar las imágenes de la experiencia para compartirlas con otros.
En El lenguaje de la montaña las memorias de los teatreros se cruzan con emotivos testimonios de los espectadores de las localidades visitadas. De las palabras sencillas de los pobladores de las montañas y de los más entrenados artistas resalta el valor sociocultural y humano que representa para todos esta acción, al llevar arte, entretenimiento y diversión a lugares en extremo intrincados, donde no existen otras alternativas culturales y en algunos casos a donde ni siquiera llega la señal de la televisión.
Ciudadanos comunes, mujeres, hombres y niños revelan frente a la cámara sobre lo que es para ellos esta fiesta, en alternancia con el retrato múltiple de un paisaje agreste y hermoso que nos regala la mirada de Jorge Ricardo para traducirnos el lenguaje de la montaña: las infinitas gamas verdes de la vegetación, la inmensidad del mar desde lo alto de un barranco, o el faro de Maisí como símbolo de lejanía y confín de una isla.
Una señora se desvela y se ufana de ser cada año quien cocina para los artistas en su pueblo, explica cómo se esmera en hacerlo, y como buena creyente, le pide al señor que le dé fuerzas para seguir por mucho tiempo cumpliendo con esta tarea, en reconocimiento y muestra de gratitud a los artistas, a quienes considera como parte de su propia familia. Un joven de Yumurí que descubrió el teatro cuando niño gracias a los cruzados, hoy a sus 29 años es un ferviente admirador de los artistas, lamenta que el paso por su comunidad solo dure tres días y, como estudió masaje, ofrece sumarse a la tropa como masajista. Otro joven que fuera también en su infancia entusiasmado espectador teatral de los itinerantes, creció viendo varios modelos de teatro y decidió crear con los niños de su entorno comunitario, un grupo de teatro campesino llamado Monte Verde, que cada año espera a los visitantes con una creación nueva.
También están los testimonios de quienes han impulsado la Cruzada, entre otros: Emilio Vizcaíno, su actual director, quien con Tula su compañera engendró a una niña en las montañas, hoy la actriz más joven de la caravana. Maribel López, que sigue batallando como el primer día, cuando impulsaron la iniciativa en pleno período especial como respuesta a tantas carencias, aunque está dispuesta a entregarles el batón a los jóvenes que quieran renovar la Cruzada en caso de que esta envejezca. Eldy Cuba, el actor que es alma de la organización y que siempre lleva algo nuevo a los niños animando títeres con los brazos en alto, y cuenta cómo una vez hace muchos años, en un pueblo muy distante, cuando sacó con un muñeco que representaba al diablo, todos los menores salieron despavoridos desde su inédita experiencia como espectadores teatrales. Y Ury Rodríguez Urgellés, que compone el grupo La Barca con el músico Jorge Serpa de la Hera, y juntos han hecho del pueblito de Los Naranjos una de sus metas creativas más acariciadas.
Los dos choferes que conducen los camiones, Yoel y Robertico, cuentan de los inconvenientes del barro para subir los caminos y de las precauciones que deben tomar en los barrancos. Héroes anónimos de la gesta, siempre andando de un lugar a otro, aquí salen a la luz. Uno se muestra cauteloso mientras el otro asegura que, con cuidado, no hay camino que no pueda remontarse.
Comparten elogiosas opiniones, además, el historiador de Baracoa Alejandro Hartman, una investigadora social y, la promotora de cultura de Palma Clara, un pueblo que en los últimos años no ha podido hospedar a los artistas para que pernocten allí, y la mujer mira nostálgica a la cámara, y reclama para que se recupere lo que fuera una práctica de otros años.
Entre las palabras aflora el teatro, escenas de obras llevadas a escuelas, bateyes y descampados. La noche se reserva para los mayores espectáculos, y vemos a grupos como el Teatro de los Elementos, uno de cuyos actores, Vismel Barrios, es el músico del documental, al Teatro Andante sobre zancos, al Guiñol de Holguín, Teatro Ríos, Carpandilla, Palabras al Viento, Gigantería, a un grupo uruguayo de cómicos, Amares Social Clown, y a otro colombiano, Desensamble Teatro Cabaret, que ha llevado a lo alto de las montañas espectáculos transformistas que hablan de diferencias y abren las mentes a nuevas perspectivas.
Me llamó la atención cómo más de un artista entrevistado refiere que la regularidad de la práctica de la Cruzada les ha obligado a preguntarse cada vez qué teatro van a llevarles a los montañeses, porque de tanto que han visto, han elevado su exigencia y critican lo que no les gusta. Así, constato que la experiencia supera cualquier postura asistencialista o simple, e induce a la investigación y a las búsquedas formales y de soluciones de estilo.
Me consternó el respetable maestro de Cantillo, en Maisí, defendiendo a la Cruzada como un elemento fundamental de enriquecimiento espiritual para los niños y adultos campesinos, delante de una pizarra con una lección impartida por él, con primorosa caligrafía y ortografía impecable, verdadero modelo de educador. La realizadora explicó que en las comunidades montañosas a veces vive poca gente y el puesto médico puede estar hasta a siete kilómetros de distancia, pero el maestro es un ente fundamental para toda la comunidad, un aglutinador y un referente, entre los cuales alguno ha educado a tres generaciones en una misma familia.
Al final, me quedo con la imagen de la sonrisa de tantos niños, disfrutando de la magia de la escena, perfectamente atildados con sus uniformes escolares, casi siempre con acompañamiento de guitarra, instrumento campesino por excelencia en nuestra cultura musical. Cuando la obra termina, salen y se cambian medias y zapatos para proteger su atuendo escolar del barro del camino. Se van a la casa felices, remendando los tonos y las mañas de un personaje teatral, pensando quizás en el próximo encuentro con la Cruzada.
Dedicado al maestro titiritero Armando Morales, por muchas veces cruzado montañés, El lenguaje de la montaña dará que hablar como feliz conjunción entre las entrañas de un teatro singular y un discurso mediático creado con espontaneidad y empatía. Ojalá llegue hasta muchos espectadores.