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Cuerpo como pintura que baila

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A propósito del Premio Nacional de Artes Plásticas otorgado a la pintora cubana Zaida del Río, artista de amplia y variada obra

Por Noel Bonilla-Chongo

Hoy cuando nos ha alegrado la decisión del jurado de otorgarle el Premio Nacional de Artes Plástica 2023 a la creadora Zaida del Río, al repasar su amplia y variada obra, vemos cómo la danza también atraviesa sus anchos universos creativos. Recordarla en escena como performer del ballet Terriblemente inocente, de Lídice Núñez, desempolva la memoria y esos lazos tejidos entre la pintora y la coreógrafa.

Hace solo escasos días, hacía notar que en raras ocasiones una pieza de danza contemporánea sobrevive triunfalmente en el imaginario y recuerdos de los espectadores, el paso del tiempo y de las circunstancias en que fuera creada. Pero, no suele ser habitual en el repertorio de nuestra danza mantener activas creaciones, incluso, ni aquellas que alguna vez gozaran de notorio impacto, trascendencia y que fueran verdaderos catalizadores, movilizadores o marcaran tendencias.

De ahí la importancia de procurar burlar el tiempo, los límites, los olvidos para retener la “actualidad” o el poder de seducción que coreógrafas y coreógrafos de esta tierra aportan al catálogo razonado de lo mejor de la danza contemporánea cubana. Y sí, retener aquellas piezas que, como Terriblemente inocente (1994), podían mostrar la anchura de todo lo posible que podía exhibir la danza escénica del momento. De la autoría de la Primera Bailarina y coreógrafa Lídice Núñez, la obra colocó a Zaida y a sus pinturas al centro de las atenciones.

Pieza de gran formato donde los personajes de Zaida (sus mujeres pájaros), suerte de alter ego dibujado, imaginado y físico, se transforman en vectores elocuentes del esquema movimental y diseños plásticos, visuales, corporales y emotivos de los cuales Lídice se apropia para ajustar su escritura coreográfica. Contiene Terriblemente inocente ese sello muy íntimo que Núñez les imprimiera a sus mejores creaciones: teatralidad, fisicalidad, despliegue técnico, danza y cuerpo como escenarios de transformación. Mítico seguirá en nuestros recuerdos la bruma envolvente de Trastornados como la abstinencia incólume de su Cuida de no caer; piezas de alta estima de los públicos y de los profesionales de la danza.

De izquierda a derecha: Ana Beatriz Pérez y Maray Gutiérrez en el dúo de Las mujeres pájaros. Foto Archivo Cubaescena.

En Terriblemente inocente la Zaida hoy premiada, la de cabezas de aves que se volvían embozos para enmascarar el dibujo de su propio cuerpo desnudo, nos recuerda el trazo decisivo de Lídice Núñez en la compañía Danza Contemporánea de Cuba, pero también, la de ella joven en Danza-Teatro Retazos. Y ahí la necesidad de seguir recuperando el quehacer de coreógrafas y coreógrafos nuestros que han marcado los itinerarios de la danza contemporánea cubana. Dejemos escuchar la voz de Lídice en este viaje a través del tiempo.

Núñez certifica que ser parte de Danza-Teatro Retazos ha sido una oportunidad de inmenso valor en su andar con su cuerpo y alma. Etapa que le despertó cualidades creativas, instintos para guiar su gestualidad personal y que marcaría el inicio de su estilo como creadora, le abriera nuevos canales expresivos en la estética y proyección que emprenderá como coreógrafa en lo sucesivo. Isabel Bustos (directora y fundadora de Danza-Teatro Retazos), advierte Lídice, me dejó volar e inspiró para hacer poesía con el cuerpo, para descubrir verdades que atesoraba mi cuerpo y expandir mis capacidades expresivas más allá de los códigos y lenguajes de danza convencionales, enfocándome en las sensaciones y calidades del movimiento, esto activaba el cuerpo auténtico y virtuoso en cada bailarín del grupo.

Nos permitía diariamente, ir ampliando las habilidades y conciencia del propio cuerpo, pero desde nuestra individualidad y maneras distintas de asumir la danza. Retazos era un espacio para la iniciativa del cuerpo en la improvisación, para encontrar esa actitud desde lo corporal, que permitía sorprenderte, era crear confianza en uno mismo y en el otro en cada intercambio, roce, cargada, mirada, gesto.

Cada creación, cada clase era una lección para sentir el cuerpo como un fluido continuo de movimiento con la conciencia de la conexión con todo y con los otros cuerpos. Era mover el alma y los cuerpos diversos, explorando movimientos, sensaciones, a partir del mapa corporal individual. Nos enseñó el valor de la improvisación, como una forma de expresarnos más libremente con el cuerpo y como forma de investigación, de descubrimiento de nuevas y más auténticas gestualidades.

Expandíamos nuestra capacidad expresiva más allá del vocabulario performático habitual y esta inclusión/expansión influyó profundamente en la naturaleza y estilo artístico de cada uno de los que fuimos Retazos. Isabel fue esa puerta abierta que nos permitió ver qué tanto nos atrevíamos y hacia dónde llevaríamos nuestros impulsos y energías a través de formas distintas de movimiento. Nos llevó al encuentro con nuevas poéticas del cuerpo.

Ahora que recordamos el dúo de las Mujeres pájaros, interpretado por Maray Gutiérrez y Ana Beatriz Pérez en Terriblemente inocentes, los roles como performer y artista visual de Zaida del Río en la pieza de Lídice, celebremos esas marcas que estas dos mujeres nuestras han impreso en el cuerpo como pintura que baila.

(algunas piezas del repertorio de Lídice Núñez para la danza cubana)

Tócame / Niebla / Si te mueres …, te mato / Trastornados / Cuida de no caer (Cave ne cade) / La Tempestad / La cueva de cristal / Fabio / La eternidad y un día / El violín Descalzo / Mercaderes 1800 / Alas de agua (para el Ballet Nacional de Cuba) / Nureyev (para el Centro Prodanza)