Por Noel Bonilla-Chongo
El cuerpo siempre está gobernado por la cabeza. Y la cabeza está gobernada por la cultura.
Y generalmente la cultura también está gobernada, en este caso por la religiosidad.
Y ella, se traduce en normas, normas restrictivas del poder.
El cuerpo silvestre y común ya es un cuerpo entrenado,
ya es un cuerpo codificado. Entonces, es un cuerpo que está sojuzgado,
porque la religión y la cultura en nuestra América Latina y diría que, en gran parte del mundo,
te enseña desde que naces a sojuzgarte a ti mismo, a tu cuerpo.
Klever Viera
Para el ecuatoriano Klever Viera, maestro sin igual, la convergencia entre cuerpo y espacio es lugar para la reinvención y renacimiento del ser. De ese ser-danza en el continente de toda la experiencia corpórea de los quebrantos personales que, por igual, atraviesan “el lenguaje del movimiento y se encarnan como dispositivos escénicos que más allá de volverse metáforas de sí mismos, se vuelven metáforas del sentir humano”. De ahí la necesidad expresiva del Klever bailarín y coreógrafo para liberarse de todo lo sojuzgado que nos impone la gobernanza cultural.
En estos tantos siglos de sometimiento, donde lo disciplinar sigue configurando miradas directrices y lineamientos de funcionamiento, ¿cómo hacer para subvertir la ancestral correspondencia entre el cuerpo que danza y el espacio que es danzado?
El cuerpo se presenta como un objeto que permite identificar un modelo de identidad social y cultural. Cualquier mínima capacidad de influencia tiene un efecto más o menos directo sobre lo corporal. El espacio, por su parte, se percibe, se edifica y demarca a través de lo que hacen los cuerpos en él. Y ahí, en esas confluencias, el contexto social y cultural desarrolla modelos, modelos que aplican reglas sociales, que constituyen un cuerpo integrado, que determina la integración en un grupo social; la visión de Klever sobre ese cuerpo que está sojuzgado lo tornan cuerpo codificado y sometido.
Aun así, bajo convenciones y preceptos, el cuerpo se manifiesta de manera dinámica, en función de las relaciones externas que recibe de las instituciones y de los agentes sociales dominantes. Como consecuencia, ha de integrarse en la propia estructura social y cultural que lo mira y clasifica. Viéndose afectado, modificado o valorado de forma muy concreta, se convierte así, en factor fundamental de un proceso impuesto de socialización.
Pero hoy, cuando la vida se ha vuelto otra, tras el azote pandémico, las migraciones, las fracturas y tantas pérdidas, cómo trasbordar en cuerpo y espacio las convenciones codificadas. Para danzar, coreografiar y visibilizar el quehacer cotidiano del cuerpo sobre el espacio escénico, se imponen dinámicas muy distintas. Asimismo, quebrantar el sentir de ese cuerpo pandémico encerrado, confinado en sí, en su soledad, danzando, cantando o aplaudiendo en un balcón, nos ha llevado a “la tentación de enlatar la danza y encerrarla en las casas, como se hizo con el cine”, hecho ingrato para las artes vivas y también en la construcción de la emoción estética que ella genera en hacedores y espectadores.
Cabe, en consecuencia, considerar la nueva (¿normalidad?) realidad como escenario de intervenciones activas, donde la experiencia de vida nos permitirá analizar con pleno derecho tanto el hoy como los caminos transitados por la danza en sus múltiples escenarios. Obvio, serán otros los desafíos, las demandas, las urgencias; aun así, el sentido responsable y comprometido, las confidencias entre misiones institucionales y obsesiones de las creadoras y creadores, deben encontrar puntos comunes de acción, pues queramos o no, acertado es repensar los relatos, los discursos, las realidades, los límites de esas danzalidades hegemónicas y la impronta de aquellos modos otros de presentar al cuerpo en su intervención espacio-temporal. Hoy el espacio, como el cuerpo, también ha cambiado; situarnos a metro y medio de distancia el uno del otro, vulneró las concebidas leyes del esfuerzo, el alcance del partenaire para sostener a su pareja, al tiempo que se amplifican los veintisiete puntos en la kinesfera labaniana. Trazar nuevas coordenadas para andar, en cuerpo y espacio, demandaría, al decir de la creadora Marianela Boán, volvernos “sangre, sudor y lágrimas”.
Para la bailarina y coreógrafa cubana, radicada actualmente en República Dominicana, esas nociones protésicas en las relaciones cuerpo-espacio, son axioma de la cinta métrica que irrumpe con todas sus fuerzas acentuando la cultura de no contacto. Los sensores detectan el peligro de la proximidad de otro cuerpo a un metro de distancia, se disparan y suenan en nuestro interior. La cinta métrica es una valla que saltar para salir al mundo nuevamente. Y en él, el cuerpo redefine el espacio para subsistir en el encierro. El viaje recurrente por la misma geografía supone un re-acomodamiento del cuerpo que transforma el mismo objeto en múltiples objetos. Quién sabe, a lo mejor el cuerpo recobra su sitial de ser espacio para todas las celebraciones, como nos dijera Roxana Galand. Quién sabe, si en su apostura, cuerpo y espacio quieren/beben abrazar modelos alternativos a las antiguas corrientes (adiestramiento mediante la interiorización y reproducción del gesto y desde la visión de la antropometría, la fisiología y la anatomía) y de a poco, buscar apoyo de la comunidad educativa, en las prácticas artísticas y sus modos pensantes.
Sí, cuenta la Boán que el cuerpo vive en otra dimensión, la dimensión de lo vivido y de lo deseado, mientras se llena de marcas provenientes del peso que se apoya en la tela, la madera, el cristal. El cuerpo vuelto peso que se apoya o corre en el mismo punto. Correr y saltar sin avanzar mientras imaginamos que el bosque avanza bajo nuestros pies en la caminadora eléctrica, y animales salvajes, flores, aves y árboles nos rodean en el estatismo repetitivo del no paisaje. La imagen virtual nos toca y la soledad se vuelve imaginaria. Tocamos otros cuerpos al tocar el cristal de la pantalla. El cuerpo de los otros se vuelve plano, frio y cristalino pero la fuerza del afecto trasciende la imagen y calma la falta de abrazos, la cercanía del aliento, la vida compartida. Los cuerpos y sus voces en las vidrieras virtuales se tocan conceptualmente.
Cuerpo en espacio, espacio en cuerpo. Pantallas y proyecciones para la danza escénica que crean una suerte de escenografía audiovisual que, al tiempo esclarecen las zonas de intercambio e iluminan conceptos y prácticas singularizadas por el paradójico y deslimitado territorio de experimentación que nutre el campo de interrelaciones para la generación de obras de videodanza, danza para la cámara, danza teletransmitida, (tele)danza y en su (tele)paso, transferencia, transmisión, traducción, etc., y así facilitar su percepción o desarrollo creativo.
Quizás una “danza-otra / danza tecnomediatizada y esos cuerpos offline / online. Y con ello el problema no estriba en que la danza actual habite dos mundos (dos espacialidades), el mundo del aquí y ahora y el mundo tecnológico, sino que lo que está en cuestión es la jerarquía entre esos mundos”.
Es más seguro bailar o hacer el amor con un cuerpo virtual; no entra en tu vida, no habita tu espacio, lo puedes apagar y encender, no hay compromiso, no hay peligro, no hay invasión. Un simulacro de afecto es más seguro que el afecto real. Afecto a distancia, que no te tira la saliva encima, no te toca con sus gérmenes o derrama sus lágrimas en tu ropa; afecto que no te embarra con su semen, que no comparte su sudor. Las vidrieras virtuales nos salvan de los fluidos peligrosos que emanan de otros cuerpos. Sangre, sudor y lágrimas, ¡qué peligro!, dice Marianela. Tu imagen virtual te legaliza. Sin tu alter ego virtual no existes. Una bailarina real baila conmigo; bailarina virtual. Ella me escoge como única opción. Estoy enlatada, libre de contagio, no presento peligro para un cuerpo vivo y vulnerable. Ella entra y sale de mí, me toca, se agiganta y se achica, nos fragmentamos, superamos las leyes de la velocidad y el espacio. Poetizamos el campo magnético que vibra en el colapso de dos mundos.
Sí, maestro Klever, mientras el cuerpo siga siempre gobernado por la cabeza, sigamos la ruta creativa que su obra ha marcado entre las danzas del mundo: desdibujemos, vulneremos, quebrantemos las normas, solo así el cuerpo será espacio para todas las celebraciones.
Referencias:
Testimonios de Susana Tambutti y Carolina Posadas en Dossier “DamasDanza(s)”, en Danzar.Cu, número 2, 2021.
Testimonios de Roxana Galand, Marianela Boán y Klever Viera, en Dossier “Cuerpo & Danza”, en Danzar.Cu, número 2, 2022.
En portada: Marianela Boán en Lifting. Foto: Cortesía del autor.