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De Cuando José Milián Tomó La Habana Hace Medio Siglo

El 6 de junio de 1970, hace medio siglo ya, se estrenó en la sala Hubert de Blanck La Toma de La Habana por los ingleses de José Milián.
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Por Roberto Pérez León

El 6 de junio de 1970, hace medio siglo ya, se estrenó en la sala Hubert de Blanck La Toma de La Habana por los ingleses  de José Milián; entonces se cumplían, ese mismo día, 208 años de la contienda bélica sucedida en la bahía habanera en 1762.

La toma que entonces hizo Milián de La Habana registrada teatralmente, da razones de lo que sucedió cuando los ingleses llegaron, de eso trata la obra que para algunos, en el momento de su estreno, fue una puesta delirante y absurda; otros catalogaron a su autor de “pornográfico y obsceno” y fue “parametrado” por salirse de los parámetros, así de simple, en aquel tiempo en que se le pusieron parámetros a la creación artística.

La Toma de La Habana por los ingleses  ha tenido desde entonces dos puestas más, una en 1990 y la última en 2015; haré alusión al estreno que fue memorable para mi generación, entonces mis afanes eran más científicos que artísticos, pero llegado a La Habana para estudiar, por relaciones familiares tuve la dicha de haber visto la obra orientado por Ramiro Guerra. Así fue que entré al Hubert de Blanck listo y para la fiesta.

El sitio de La Habana duró dos meses, desde el 6 de junio de 1762 al amanecer que llegó la armada británica con medio centenar de navíos y miles de hombre; la villa fue tomada pese a los esfuerzos por resistir ante la superioridad del enemigo; hubo que ceder y tuvimos a la “Pérfida Albión” metida hasta mediados de 1763, cuando La Habana fue devuelta a los españoles a cambio de la Florida.

La posesión inglesa de La Habana ha sido objeto de estudio de historiadores y más de un escritor ha ficcionado alrededor del hecho.

La invasión y la instalación inglesa fueron un trance difícil de sobrellevar tanto para criollos como para ingleses y españoles. Claro, a la larga y a la corta, los ingleses se iban a ir porque entre las calles tan estrechas, el implacable sol y tantos “negros” de un lado para otro era mucho con demasiado para ellos, aunque la duda siempre cabía que se quedaran. Pero el negocio es el negocio y salieron campantes.

José MiIián parte de ese hecho histórico y escribe La Toma de La Habana por los ingleses que por su autonomía teatral resultó un acontecimiento de poderoso accionar escénico.

La acción de la obra transcurre mientras los ingleses se apropian de La Habana y  la máxima autoridad española, el gobernador Don Juan de Prado, Malleza Portocarrero y Luna, Cisneros, Girón, Bravo y Laguna, Mariscal de campo de los ejércitos de su majestad, Superintendente General de la Real Hacienda, Cruzada y Tavacos, Juez Conservador de la Real Compañía y Gobernador y Capitán General de la Isla de Cuba y de la ciudad de San Cristóbal de La Habana, y Director General de las Tropas y Milicias de la misma y de la Florida, en fin, todo eso junto no impedía que la tan suprema autoridad, se empeñaba en recoger, acompañado de Cucufate su criado, las coplas escritas en las paredes de los urinarios públicos para así preservar el valioso patrimonio folclórico de la villa.

Encima del agravio por la invasión, otra cosa más fue ver los soldados ocupantes uniformados con una elegancia rara para criollos y peninsulares que enseguida se dieron cuenta que esos andaban por la ruta del “machismo-mariquitismo”  con tantos lazos y sedas y sombreros.

De ese intenso período de nuestra historia surgieron definitivos “decires” que sazonan la idiosincrasia cubana: “de a Pepe”, de a porque sí, por mi fuerza, porque sí y porque sí, tal y como fue la resistencia del valiente miliciano José Antonio Gómez de Bullones, Pepe Antonio, quien al otro día de la invasión organizó la primera carga al machete de nuestras guerras independentistas y le ocasionó a los ingleses numerosas bajas y más de un centenar de prisioneros, no obstante fue destituido por el envidioso coronel español Francisco Caro.

“¿Tú no estarás trabajando para el inglés?” es otro dicho surgido de la toma de La Habana, empleado cuando queremos decir que se está trabajando por gusto sin resultado alguno o cuando de alguien se sospecha que es un traidor; y el más famoso y enigmático es “llegó la hora de los mameyes”, cuando se arma lo que se arma y es preciso tener conciencia de lo tremendo y ponerse para las cosas, los mameyes eran los ingleses con sus casacas colorados y pantalones negros.

La Toma de La Habana por los ingleses  es una farsa histórico-carnavalesca. La contienda pudo haber conducido a la Isla por otro destino; al carnavalizar los sucesos se sobrepasa la lógica formal y se desmantela la discursividad del orden normal facilitando el enmascaramiento y el desenmascaramiento que reconecta y potencia el sentido.

Me adhiero a la concepción bajtiniana del carnaval para ver la obra de Milián como un ejercicio de subversión del texto histórico y de todo el culto que corresponde al pasado institucionalizado.

El carnaval materializa performativamente lo contingente de la realidad social, la realidad se convierte en un recurso de significación a través de lo paródico como práctica humorística. Pero no debemos ver siempre el humor como subversión por definición pues el humor puede perpetuar el discurso hegemónico histórico-político-cultural.

La Toma de La Habana por los ingleses  produce subjetividad desde la transgresión sin abandonar la dialogicidad congruente con lo sucedido, así forma parte de una operación identitaria donde el humor es instrumento ideológico-discursivo.

La unanimidad espacio-temporal del carnaval es plena en la obra, no hay un instante donde se pierda la atmósfera que propicia y es propia de la risa que relativiza y trajina la seriedad de un hecho histórico de polifonía novelesca y plenamente colonial.

Milian construye deconstruye la tan referida Toma de La Habana; lo histórico parodiado, imitado, transformado mediante la ironía envuelve la puesta que resultó por su singularidad todo un acontecimiento como praxis teatral.

La Toma de La Habana por los ingleses  fue una mágica ocasión del “convivio” entre el pasado, el presente, el futuro dentro de la materialidad de una representación que como toda representación podía esconder muchas cosas más de las que se hacían ver.

La Toma de La Habana por los ingleses fue de una abundancia semiológica estruendosa. El proceso de semiotización correspondiente a la concreción espectatorial tuvo una sorprendente producción de sentido en todas las vertientes temporales y espaciales.

Hoy veo la puesta en escena aquella, arquetipal en su concepción rizomática por la intervención, las alternativas, la convergencia en un convite de signos como pocas veces hemos tenido en la escena nacional.

El rizoma como concepto filosófico (Deleuze-Guattari), nos ayuda a concebir la organización de una puesta en escena donde los sistemas significantes deben quedar interconectados en su heterogeneidad y multiplicidad; el esquema rizomático tendrá que funcionar en la organización interna, sin jerarquizaciones de los significantes, cada componente es axial en la producción de sentido.

El montaje que yo vi en 1970 de La Toma… tuvo una consistente mixtura entre los signos correspondientes a la dramaturgia a la interpretación y enunciación global, al diseño de luces, vestuario, escenografía; el texto escénico fue de una grafía no mimética, estaba constituido por imagen y acción cuando aún no era lo performativo, el acontecer del accionar un recurso para concebir el trabajo escénico.

La Toma de La Habana por los ingleses  parte de un hecho histórico pero es autónoma como acontecimiento teatral, al ser un acto de significación performativa de representación del poder colonial y del poder del suceder de la representación de sentido.

La Toma de La Habana por los ingleses  fue una representación desatada, escandalosa, divergente, disonante, se le escapó a la seriedad, como simulacro en el escenario hizo lo que quiso. El simulacro, de acuerdo a Deleuze en su Lógica del sentido, no es una copia degradada, en su potencia es un fundamento como acontecimiento positivo y gozoso.

Solo al final hay un momento en que se detiene la fuerza iconoclasta de la obra y es cuando el ex­-gobernador de vuelta a España va con el criado en un barco y del mar brotan tumbas, ante tan desconsolador paisaje, los personajes van leyendo las lápidas: “Virgilio… Abelardo… Héctor…”; y hay una lápida que no distinguen leer y se preguntan: “¿Qué dice? ¿Qué nombre es ese?…”

La puesta resultó una forma social de conocimiento. Conocimiento a través del teatro que abre resquicios por donde entran y salen las bromas, el choteo, la burla, el ridículo como recursos de la fantasía que nutre el imaginario, la cosmovisión de los sujetos de la historia cotidiana, de la gente tutelada por la Nación, el Estado, la Religión, la Economía como procederes a veces inamovibles; el teatro tiene el poder de fertilizar reflexivamente las necesidades sociales y dar opciones.

La Toma de La Habana por los ingleses no clausura territorialidades, podemos disfrutar lo histórico en la ficción y la ficción en lo histórico; el híbrido entre la invención teatral y la historia conforman un lazo entre lo diégetico y lo pragmático a través del dónde, el cómo, el quién, el qué, el cuándo; la puesta en escena niega, ironiza y reafirma mediante estrategias enunciativas de choque donde una interrogante solo podrá tener respuesta con una nueva pregunta.

Lo cómico banaliza sin desustancializar las prácticas de significación que persigue la obra. La parodia, el humor tiene una intención subversiva al desmitificar lo normativo y son una herramienta de construcción de otros espacios.

Y es que la risa diluye esencias. La interacción enunciativa como proceso significante de la puesta mediante la parodia y la subversión genera sentidos heterogéneos: contaminaciones, refutaciones, bamboleo.

Al asumir la parodia se deconstruye el hecho originario y se desestabiliza reinventándolo. Pero no lo trastorna, lo deja intacto en su inmanencia, solo que muestra una cara ridícula.

La Toma de La Habana por los ingleses trastocando o revolviendo la historia, haciéndola contemporánea, actualizándola al reformularla desde la risa.

La Toma de La Habana por los ingleses impugna con atrevimientos simpáticos mediante un lenguaje vívido, estrafalario, productivo, lúcido por su ludicidad profunda y hasta pedestre; puede resultar grotesca porque desarregla los hechos y turba al articular vectores de la polivalencia e hibridez de la realidad, deslialogiza la formalidad trituradora.

Esto fue posible por una tropa de artistas que este junio de 2020 es preciso homenajear porque hace 50 años nos revolcaron de la risa y nos confirmaron que el teatro es la vida:

Reparto (por orden de aparición):

Juan de Padro Portocarrero: Zenaida Elizalde; Cucufate, su criado: Elio Mesa; Sir George Pockoc: Luis Brunet; Conde de Albermale: Orestes Rodríguez; Comodoro Keppel: Roberto Gacio; Comandante del Morro: Elier Amat; Doña Ángela: Eva Pedroso o Aida Busto; Don Hernando de Hevia, Marqués del Real Transporte: Luis Otaño; Obispo José Agustín Morel de Sta. Cruz: Mario Aguirre; Conde de Superunda: Alberto Oliva; Madre Superiora: Luis Otaño.

Puesta en escena: José Milián / Dramaturgia: José Ernesto Pérez / Asistente de Dirección: Carlos Repilado / Asesora musical: Marta Valdés / Jefe de escena: Guillermo Cernada / Luces: Lázaro Valdés / Tramoya: Guillermo Cernada, Norberto Hernández / Vestuaristas: Clotilde Navea y Silvia Franco / Maquillaje: Clara Gómez / Peluquería: María González / Utilería: Víctor Gotti / Producción: Alfredo Tornquist / Coordinación: Bernardo Sánchez.

Dirección general del grupo Teatro Estudio: Raquel Revuelta.

El teatro es acontecimiento porque participa en su ejecución desde una imagen y un accionar de resistencia y creatividad, media la relación entre los espectadores y la visión del mundo con que se entra a una sala y luego se sale de ella.

La Toma de La Habana por los ingleses  cada vez que ha subido a escena coincide con períodos de escozor y ardor socio-político: en 1970 como antesala del quinquenio gris de la cultura cubana; en 1990 bajo el estruendo del desplome de la Unión Soviética; en 2015, se prepara el terreno de resignificación de las relaciones cubano-americanas.

No creo que exista en nuestra historiografía teatral tanta concurrencia político-estética donde una puesta en escena haya sido, por su calidad reformuladora, el ojo del huracán a veces advertido y a veces pasado por debajo de la mesa.

Los públicos son los verdaderos e irreductibles espacios sociales del teatro.

¿Cuál habrá sido el posicionamiento y la apropiación crítica frente a las distintas puestas en escena de  La Toma de La Habana por los ingleses por parte del público?

En portada: Programa de mano del estreno de  La Toma de La Habana por los ingleses, en 1970. Cortesía de José Milián.