Teatro Tuyo presentó Gris en La Habana, durante las jornadas de Traspasos Escénicos. La puesta en escena continúa emocionando a personas de todas las edades y nos hace reflexionar
Por Roberto Pérez León / Fotos Ernst Rudin
Teatro Tuyo es la prueba de lo axiomático de la invención teatral. Una puesta en escena de este colectivo permite una concreción concisa y con seso por parte del espectador. Esa posibilidad de concreción hace que cada vez que veo un montaje de los tuneros dejo a un lado los afanes de análisis y me siento a disfrutar, como si estuviera ante una puesta de sol que no tengo necesidad de encontrarle un por qué.
Por ser tan singulares en Teatro Tuyo, lo que importa de ellos siempre está en el futuro y no en lo que han hecho. Quiero decir que los veo como entusiastas obreros del teatro con expectativas indetenibles. Al terminar cada representación me pregunto qué vendrá ahora. Son hacedores de un universo tan propio que pese a la finitud espacio-temporal del hecho escénico, siempre queda la impresión de un suceso infinito en la producción de sentido desde lo estético y lo subjetivo.
Porque Teatro Tuyo estuvo entre los invitados al Traspaso Escénico 2019 pude ver Gris. Como corresponde al colectivo que dirige Ernesto Parra, este es un espectáculo donde compaginan reflexión, emoción y risa. Tres payasos espléndidos, vestidos de gris, ordenan la sobrenaturaleza de la imagen constituyente de una aventura creadora que saborea la excepción.
En las puestas en escena de Teatro Tuyo hay siempre un pulso que cuestiona suposiciones y conceptualizaciones dramatológicas. Otro modelo es un montaje de este colectivo. Otra configuración escénica los hace ser portadores de la singularidad de sus razones estéticas, de creación y de invención teatral, a través de una escueta dramaturgia como germinativa sustancia que liga la poesía y el poema.
No se producen crujidos en Gris; no hay en la puesta determinismos conceptuales ni desmayos narrativos; sin incertidumbres se sustantiviza un cuerpo escénico de estructura interna esférica que aprehende con potencia.
En Gris no hay grumos ni irregularidades; se conforma una dimensión extra –cuarta o quinta- que establece una particular unidad axiológica; la concepción escénica es plena en la voluntad de artificializar signos naturales.
En el tiempo y el espacio imaginarios que es el tiempo real y el espacio real de toda representación, Gris se expande, se expande sin cesar y no colapsa; la expansión espacio-temporal, pese a ser finita como suceso teatral, no tiene fronteras. Y entonces fallan las regularizaciones teóricas sobre la teatralidad. Sencillamente estamos ante un espectáculo soberano, sin bordes, sucesivo en su dimensión sémica.
Dentro de la poética de Teatro Tuyo está la superación de lo euclideano. Sin fronteras ni bordes Gris es una puesta en escena no autocontenida; durante la representación, como una contingencia vaporosa, se permiten y propician encadenamientos causales en la performance actoral; hay un ritmo que revela la incesante dialéctica participativa en vivo, en directo, en el mismo escenario donde cuentan payasos desde una perspectiva humana, originante.
Entre público y espectáculo no hay espacio; esa tan persistente cuarta pared, Teatro Tuyo la hace leña; nos metemos como espectadores entre ellos y ellos entre nosotros, y entre risas y enamoramientos nos juntamos y se llega al encanto de lo teatral.
¿Y de qué va Gris? Pues resulta que desde una zona gris entran tres extraterrestres a “nuestra querida, contaminada y única nave espacial”; nadie los advierte, andan sigilosos, quieren llevarse el cofre que guarda las estaciones que hacen de nuestro planeta el sitio en que tan bien se está; quieren borrar sus grises con nuestros colores; caminan con la cautela de los robadores de sueños, hasta que encuentran el cofre bendito y bendecido por la primavera, el verano, el otoño y el invierno. Cada vez que el cofre se abre se desata un encanto escénico.
Gris, sin didactismos ramplones ni tonterías, es una lección a cuidar el medioambiente y a vigilar nuestros tesoros. Los payasos cargan con maletas de palo llenas de cachivaches que nos van sorprendiendo, sacando risas y entusiasmos súbitos.
Gris es un ejemplo de dramaturgia avalada no por las exquisitas teorías y los teje manejes conceptuales. Gris tiene una factura dramática consecuencia de una inteligente revolución estética moderadora de los sistemas escénicos -proxémicos, espaciales. La estrategia discursiva de Gris se legitima en la perspectiva de la expresión corporal y en el uso de materiales escénicos insólitos, materiales sin los melindres de una confección de afectaciones formales buscando innovaciones de Bienal de Artes Plásticas.
En Gris hay pantomima, danza, hay acrobacia y todo en un torrente vertiginoso de consonancias donde fluye y permanece lo icónico como práctica teatral que vence al imperio logocéntrico, al sentido de la palabra.
Tres payasos esmerados en sus espontáneos razonamientos corporales, sin retruécanos, con fineza poco vista y unas sonoridades extraverbales, metaverbales; nada, que los payasos no hablan, no pronuncian palabra alguna; de manera natural, los silencios son intervenidos por el sonido de emociones que dan más luz para la distinción de un montaje homogéneo, sorprendente, sin fatigas.
La puesta en escena de Gris es de una sobriedad formal sobrecogedora. Los sistemas significantes que la componen tienen una factura técnico-artesanal que hay que alabar por su simplicidad: luces, escenografía, vestuario, banda sonora tienen las calidades de lo esencial que no es precisamente lo minimalista.
Teatro Tuyo es la reivindicación del mundo del clown –vaya palabrita esa que muchas veces se usa para no decir payaso. Es que se ha desnaturalizado entre nosotros el mundo de las narices rojas y redondas, los zapatones esperpénticos y los andares disparatados. Nos desarmaron los payasos en payasadas insignificantes. Y la técnica del payaso se simplificó e institucionalizó como animación de fiestas infantiles y quedó en el disfraz.
Los tres payasos extraterrestres de Gris repoblaron la memoria de mi niñez, cuando me extasiaba con la comedia silente que hacía sonar Armando Calderón en la televisión los domingos en la mañana; y, también, cuando anhelaba que Erdwin Fernández me tocara la cabeza con la mano del payaso Trompoloco.