Por Roberto Pérez León
La literatura castellana pocas veces ha tenido en un mismo creador un desaforado dramaturgo y a la vez un depurado poeta. El teatro de Virgilio Piñera es fundacional en nuestro idioma y él está entre los poetas más atentos, punzantes y desobedientes por naturaleza y conciencia.
A la lucidez crítica de Virgilio Piñera debemos uno de los esfuerzos más sobresalientes en el ámbito literario por la identidad orgánica entre nación, pueblo y cultura.
En noviembre de 1936 llega a La Habana Juan Ramón Jiménez, venía invitado por Fernando Ortiz que presidía la Institución Hispanocubana de Cultura. Durante poco más de dos años tuvimos al hombre de Platero y yo, quien era uno de los pilares de la poesía española contemporánea, cuando en enero de 1939 se va definitivamente deja una marca en el desarrollo de nuestra cultura.
Juan Ramón desde su llegada se vinculó al quehacer poético cubano y llegó a organizar el histórico Festival de la Poesía Cubana producido durante 1936. El 20 de enero se convocó a los poetas de Cuba a este evento auspiciado por la Institución Hispanocubana de Cultura. El 14 de febrero de 1937 se hizo una lectura colectiva de los poetas en el teatro Campoamor de donde sale una antología que Juan Ramón Jiménez quiso llamar granero de la opulenta flor poética cubana que se está logrando por lado diverso en auténtico fruto, como anotaba en el prólogo y además declaraba:
Es evidente, y yo que lo había entrevisto de lejos, lo he visto ahora de cerca, que Cuba empieza a tocar lo universal (es decir, lo íntimo) en poesía, porque lo busca o lo siente, por los caminos ciertos y con plenitud, desde sí misma…
El poema El grito mudo de Virgilio Piñera aparece en La Poesía Cubana en 1936 prologada y con apéndice de Juan Ramón Jiménez, además tuvo la edición del Instituto Hispanocubano de Cultura un comentario final de José María Chacón y Calvo.
El grito mudo es un poema de visceral vértigo ante el escalón donde ya el poeta se sabía. No hay en toda la antología algo parecido a lo que se condensa en este. El poema debió haber sorprendido al cuidadoso autor de Platero, quien, no obstante, lo pone, porque cuando la poesía hace “tun tun”, que se abra paso.
En agosto de 1937 sale el “granero” de poetas y en octubre, en el Conservatorio Peyrellade de la ciudad de Camagüey, dicta la conferencia Vivencias poéticas. El diario El Camagüeyano al hacer la crónica de la velada destacó:
Pasa el doctor Pichardo a presentar al conferenciante de la noche, el poeta Virgilio Piñera Llera. Hace destacar la lírica personalidad que anima a este joven poeta y dice que Camagüey está de fiesta porque le ha nacido un acento fuerte ya valorizado por la opinión justísima del gran D. Juan Ramón Jiménez.
Ese octubre la familia Piñera se instala en La Habana. El propio Virgilio relata en sus memorias:
“Ya en La Habana empezó en forma mi eterno combate contra la escritura. Porque no se lucha por la escritura sino en su contra. Desconfiar de aquellos escritores que afirman encantarle la literatura. Llegar a dominar la escritura; obtener esa alquimia de entrarla en la corriente sanguínea de nuestro cuerpo, es el combate que todo escritor debe plantearse. Escribir simplemente es un oficio como otro cualquiera; en cambio escribirse uno, he ahí el secreto. Tanto el sacerdote como el escritor son depositarios de los secretos de sus confesados. El primero supone que los eleva hasta Dios; el segundo los lleva al libro donde siguen disfrutando su misterio, ya que la escritura los hace a todos irreconocibles. Para mí, escribir ha sido siempre una verdadera tortura. No conozco otra peor -y la vida, como a cualquier mortal, me las ha servido de todas formas y colores.”
En 1938 ante la presencia de José María Chacón y Calvo, dicta una conferencia donde aborda diferentes temas. De esa conferencia habla en sus memorias y también de las resonancias que provocó otra, tres años después:
En 1938 dicté (esa palabra me encantaba por aquella época) una conferencia en la Sociedad Liceum. Pues el señor José María Chacón y Calvo me hizo el honor de asistir a ella. Como el tema de mi conferencia era, además de muchas otras cosas, el Pobrecito de Asís, el señor Chacón quedó encantado. «¡Caramba, qué muchacho inteligente, qué fino, qué agudo; cuánta poesía” (parece que me salía por todos los poros)! Pasados tres años las cosas cambiaron desgraciadamente para el señor Chacón. Me invitó a un ciclo denominado “Los poetas de ayer vistos por los poetas de hoy”. Elegí a la Avellaneda. La puse en su lugar. El señor Chacón enrojeció hasta la raíz del cabello; tronó contra mí, me acusó de irrespetuoso, y fui puesto inmediatamente en el Índex. Desde entonces soy un escritor irrespetuoso.
Pero me siento muy bien con mi falta de respeto. Es lo que me ha impedido en todo momento frecuentar la Embajada de España o irme a Palacio a dejarme condecorar por un presidente que ha sido el émulo del tirano Rosas y la negación de Alfonso X el Sabio. Porque, entendámonos, a esta literatura respetuosa le faltan dos cosas sin las cuales no es posible que un escritor sea reputado por tal y que se sobreviva: la primera, el respeto de sí mismo y de su propia obra; la segunda, valentía y coraje para arriesgar todo, incluso la propia vida. Y por ello no quiero decir que el escritor ande buscando su duelo bobo o salga a la calle a disparar tiros a la gente. El sacrificio de la vida radica en sufrir mil y una privaciones desde el hambre hasta el exilio voluntario, a fin de defender las ideas, de mantener una línea de conducta inquebrantable. Por el contrario, el escritor respetuoso nunca arriesga nada, como que su primera consigna es nada menos que el «espléndido aislacionismo y el magnífico silencio».
El ciclo de conferencias Los de ayer vistos por los poetas de hoy que se extendió del 14 de febrero al 13 de junio de 1941, tuvo lugar en el Ateneo de La Habana entonces en San José, entre Águila y Galiano.
José María Chacón y Calvo era una de las «vacas sagradas» de la intelectualidad cubana. Virgilio no había publicado libro alguno, solo tenía el crédito de haber formado parte de la antología decidida por Juan Ramón Jiménez. La mayoría de los invitados no tenía nada publicado, hecho este que denota una especial sensibilidad por parte del organizador del ciclo.
El 28 de febrero de 1941, hace ya 80 años, el veinteañero Virgilio Piñera diserta sobre e Gertrudis Gómez de Avellaneda y su tesis se contrapuso a la que tenía el organizador del ciclo sobre la escritora.
El tema escogido por Virgilio ya había sido abordado por otros con anterioridad. El propio Chacón y Calvo en 1914, al celebrarse el centenario de Gertrudis Gómez de Avellaneda, había exaltado los valores perpetuos de la lírica de la escritora deteniéndose en su poesía religiosa.
Virgilio entona una refutación al argumento de que la permanencia de la Avellaneda se basa en su lírica religiosa: «no hay que llamarse a engaño: La Avellaneda era cristiana a la manera de todo buen cristiano y su celo religioso estaba muy distante de una profunda ascesis. En esta modalidad temática de su lirismo hay que colocar a partes iguales de los platillos de la balanza su legítima aspiración de ensalzar a la divinidad y su acatamiento del gusto de la época.»
Así Piñera propone una revisión crítica de la Avellaneda, argumentando su tesis en lo que llamaba el vacío de la sensibilidad cuando el poeta, cansado o desgastado o mudo, vacía de contenido y de fervor al poema y lo rellena entonces con adjetivos.
Virgilio es absoluto y desborda de juicio inteligente cada vez que decide ejercer el criterio. Su perspicacia crítica fue punzante, no tuvo límites. Tiene su crítica el valor de una autonomía sin precedentes entre nosotros. No debe existir en nuestra literatura un escritor con tanta fe iconoclasta. Su trabajo crítico siempre queda centrado en lo más encrespado de la creación literaria.
Para muestra un botón:
La Habana, marzo 2 de 1941
Sr. Don José María Chacón y Calvo.
Presidente del Ateneo de La Habana
Ciudad.
Distinguido señor, habiendo sido designado por usted para consumir un turno en el ciclo conferencial «Los poetas de ayer vistos por los poetas de hoy», agradecido acepté el alto honor que se me confería y desarrollé en su oportunidad el tema por mí elegido, o sea, la lírica de Gertrudis Gómez de Avellaneda.
Pues bien, señor, diferencias críticas acerca del mencionado ensayo movieron y mueven vuestra voz (primero ante mi persona, más tarde ante otras), para declarar (y cito textualmente) que mi juicio o enfoque de la Sra. Avellaneda “obedecía a mis veinte años y a fuerte sarampión literario por mí padecido…”
Así, me importa sobremanera analizar tan pintoresca declaración, que sólo por dicho análisis sabremos si la verdad va de vuestro lado o del mío.
De suerte, señor, que me adjudica usted dos calificativos sinónimos de tantas cosas peyorativas, entre otras, ligereza, improvisación, inexactitudes… Por mi parte no procederá a desvirtuarlos ni por declaración de edad y mucho menos por enumeración de obra literaria.
Sí las desvirtuaré apoyándome únicamente en el susodicho ensayo porque por elemental honradez debemos verificar la prueba del fuego con la prenda más querida y difícil.
En consecuencia, os hago saber, que el ensayo acerca de la lírica de la Avellaneda ha sido realizado bajo el control del más riguroso método histórico y lo someto a la crítica más severa. Que no existe en el mismo concepto alguno que no esté respaldado por correspondientes comprobaciones. Que la crítica literaria exigía en el caso particular de la poetisa una revisión de su lirismo y el establecimiento de sus verdaderos valores. Que mi ensayo salva ampliamente la exigencia de la crítica literaria e incorpora a las letras cubanas un juicio de valor respecto de dicho poeta. Que, para un poeta, ser en vigilancia y rigor (recordad mi alusión a la divisa de Leonardo: Hostinato rigore) no sobra tiempo para lujosas erupciones o snobistas ascensiones a la cultura. Que en Cuba, afortunadamente, participa una joven generación en profunda vigilancia y que no ejerce ni la boutade de los veinte años ni el «literario sarampión» de los confundidores.
Reciba, señor, la expresión de mi más alta consideración.
Virgilio Piñera
Nos corresponde este 28 de febrero celebrar aquel de 1941, hace ya 80 años, cuando se inicia una inteligente, vigilante y sensible manifestación del ejercicio del criterio ideo-estético que puso en marcha, en aquella Habana frecuentada por Hemingway y agujereada por el presidente Gerardo Machado, el ritmo que vehicularía lo por venir en Cuentos Fríos, Las Furias, El Conflicto, Electra Garrigó, Dos Viejos Pánicos, El No, Una caja de zapatos vacía, La carne de René, y más…
Meticulosamente Virgilio Piñera refiere con signos vernáculos, cotidianos, toda una simbólica cultural que puede paralizarnos ante la constatación de ciertas imágenes en estado de pureza.
Ficción, invención literaria, un ver y un decir la realidad que abrió entre nosotros un existencialismo literario que operaba con razones escapadas de la ortodoxia, desencadenándose una corriente dadora de contenidos nuevos para la literatura cubana.
La ineluctable convivencia con una realidad específica indujo a Piñera, más allá del problema estético, a lo escuetamente existencial particularmente útil para ensalivar casualidades y causalidades obsequiosas para una obra de la angustia, la libertad, el absurdo, la autenticidad y la nada, como nunca habíamos tenido no sólo en Cuba sino en el resto de América Latina.
Foto de Portada Archivo Cubaescena