Por José Ramírez Pantoja / Fotos Carlos Rafael
La teoría de los seis grados de separación intenta probar que: “cualquiera en la tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos…”. Tal postulado del escritor húngaro Frigyes Karinthy, fue el punto de partida, quizás fuente de inspiración de la coreógrafa holguinera Vianki González Miranda, primera bailarina de la compañía Codanza, para llevar a buen término su más reciente estreno, 6 grados de separación.
Siete son los bailarines que con singular limpieza ejecutan esta propuesta de profundo lirismo, la cual pone al ser humano como centro de un universo desconocido a buscar su propio destino en un futuro inexplorado.
Leonardo Domínguez Rodríguez, uno de los más jóvenes talentos de la compañía, tiene a su cargo el rol protagónico de 6 grados de separación… Sus envidiables condiciones técnicas le permiten asumir el rigor de un personaje que no descansa ni un momento en los más de cuarenta y cinco minutos de la obra.
El primer gesto: Un hombre simula el ejercicio de remar. Para el cubano el hecho de remar tiene una significación especial, nos remite inmediatamente al complejo, y por qué no, incomprendido fenómeno de la emigración. Sin embargo, no es el centro de esta propuesta. Aquí la esencia está en ese hombre solo que se pone en marcha para destejer la madeja que lo llevará al encuentro de aquel que quizás solo su corazón conoce.
Otros cinco personajes pueden muy bien ser ese camino hacia el sexto que plantea la teoría de los seis grados. El primero, interpretado por Leonardo Fonseca Hernández, éste tiene la misión de abrir las puertas del mundo que comienza a explorar el solista de la puesta.
También destacan las jóvenes bailarinas Lisandra Cuenca González y Lianet Díaz Silva. Ellas saben encontrar la fórmula adecuada para expresar con su cuerpo lo que le exige el ser a quien dan vida sobre el escenario. Cuenca con alta dosis de erotismo y Díaz Silva, junto al protagonista, lo enfrenta al dolor.
Con la destreza de quien domina a la perfección los rigores de la danza contemporánea y con gran brillo, asume su jovial papel la primera bailarina y maestra Yamilka Delsalles Ortega. Su carisma natural le aporta notable frescura a esa muchacha que más adelante el espectador advierte dejará una huella indeleble en el camino del personaje protagónico.
Muy bien construido y simpático resulta el personaje que asume José A. Iglesias Cruz. Es la alegría personificada, capaz de contagiar a todos. Un personaje quizás con menos complejidad técnica, pero que requiere de la espontaneidad y versatilidad que le aporta el intérprete.
Son todos, en ese caminar apresurado que es la misma vida, los encargados de llevar y hasta interponerse entre el personaje protagónico y el que el destino le ha reservado, interpretado con exquisito dominio por Noel Díaz Labrada. Éste edifica un ser un tanto introvertido, gris, que cobra todo el esplendor y acento en ese abrazo final de la pareja gay o la pareja de amigos —lo dejo a su elección—.
Indiscutiblemente, Vianki González supo explotar las condiciones técnicas de Noel y Leonardo Domínguez, siendo justo reconocer el ingenio y la fuerza que ambos bailarines les aportan a sus personajes, contribuyendo al delineado y buen acabado de estos, el atractivo físico de los dos intérpretes.
Seis grados, patrocinada por el fotógrafo norteamericano Carl Moore, nos entrega una puesta en escena con una excelente concepción dramatúrgica, tanto de cada personaje como de la propia concepción del espectáculo como un todo. Un diseño de luces que si bien es sencillo, funciona perfectamente para la puesta.
La banda sonora, incluyendo hasta los silencios, deja de ser un elemento adyacente para convertirse en sujeto que contribuye sobremanera a esas emociones que recibe el espectador, mientras disfruta de una propuesta si bien contenida, no menos fuerte y polémica.
Desde un inicio el destino estaba reservado para ambos hombres. Es como si cada uno encontrara la mitad que necesita para vivir y así dar patente de credibilidad a la teoría de los seis grados de separación.
Después de explorarse cada rincón de su cuerpo viene tierno e intenso el inevitable acercamiento que pone al espectador en la encrucijada de varias lecturas, pero lo innegable es que sin apartarse de su virilidad, ambos personajes se funden en el más cálido de los abrazos que muy bien pudo haber sido un apasionado beso para romper con los cánones afianzados del machismo nacional. Pero sin dudas el abrazo funciona, e incluso da más riendas a la imaginación, lo dicen los aplausos.
Una vez más Codanza, bajo la dirección general de la maestra Maricel Godoy, vuelve con acierto a las complejas interioridades del ser humano, a sus miedos, sus alegrías y tristezas, a sus encuentros, desencuentros y reencuentros. Regresa a ese mundo que no se ve con los ojos, sino con los del alma, esta vez con una pieza que con seguridad dará mucho de qué hablar.
Apenas está iniciando un camino que abrió con buen despegue. Son muchos los grados y la fuerza que ahora unen a este colectivo para entregarnos una muy bien concebida e interpretada propuesta.
Tomado de http://www.codanzacuba.com