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Clotilde Aguillón, una vida entre títeres

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Por Yelaine Martínez Herrera

El teatro guiñol Los Zahoríes, de Las Tunas, celebra este 14 de septiembre su 52 cumpleaños. Valiosos exponentes se han formado bajo su cobija, pero una de ellas, integrante del grupo fundacional, se mantiene activa dentro del arte de las tablas, la única en esa condición.

Con la alegría y la dulzura que suelen acompañarla, acepta gustosa al diálogo, allí, entre títeres, qué mejor lugar. Se trata de la actriz de primer nivel Clotilde Aguillón, miembro de honor de la Unión Internacional de la Marioneta (Unima) e integrante de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).

Ella ha obtenido numerosos lauros a lo largo de 52 años de carrera ininterrumpida, entre los que figuran el Premio Unima 1985, el “Juan Candela” (Mejor Cuento Teatralizado), el Gran Premio “Tito Junco”, el “Blanca Becerra” (Actuación en Teatro Dramático, Uneac, Las Tunas) y una mención en el festival Máscara de Caoba, 1991.

Conversar con Cloti, como la conocen, es un oasis. Y no es de extrañar que la emoción nos sorprenda de vez en cuando. Sobre todo, cuando los ojos se le humedecen con alguna anécdota y hacen resplandecer aún más su piel de ébano. La entrevista no se hace esperar…

Provienes de una familia de músicos. Se podría decir que la música forma parte de tu ADN. En qué medida eso influyó en tu amor por el arte.

Imagínate. Mi papá era profesor de violín (Carlos Aguillón Palacios), músico de la Banda Municipal de Las Tunas e integraba una charanga. Por su parte, mi mamá (Alma Rodríguez Véliz), era maestra de canto, piano y directora de coro, toda una personalidad de la cultura. Desde chiquita siempre me gustó cantar. De hecho, mi hermana Pilar y yo teníamos un dúo llamado Las Aguillones, con el que fuimos a varios festivales de pioneros, obteniendo premios. Como nací en una familia tan bella, mi casa era un foco cultural. Crecí rodeada de artistas.

Y cómo llegas entonces al teatro…  

De niña di clases de violín y, con 15 años, fui a la Escuela Nacional de Arte, en Cubanacán, pensando estudiar música. Mi hermano Gerardo, que tenía nueve años y había ido junto a papi y a mí sin intención de hacer la prueba, la hizo y aprobó, se convirtió en un gran violinista. Yo había aprobado los exámenes de aptitud e ingresaría en ese centro una vez acabada la Secundaria. Entonces sucedió el hecho que lo cambiaría todo.

Mi hermana Pilar llegó a casa diciendo que en La Habana había una escuela para estudiar teatro guiñol. Se refería a la Escuela Nacional de Formación de Grupos de Teatro Guiñol, en Siboney. Y nuestra madre, que tenía un carácter fuerte, nos dijo: “Ustedes se van para allá”. Recuerdo que lloré mucho, lo que quería estudiar era canto.

Aún no me gustaba el guiñol, aunque sí había participado de manera esporádica en algunas obras. Incluso, una vez quería hacer de Blanca Nieves para darle un beso al niño más lindo del aula, pero prejuicios raciales me lo impidieron y tuve que estar en el coro haciendo de mariposita. También en casa, con mi hermana Pilar y una tía, hacía teatro de sombras.

¿Cómo recuerdas tu transitar por la Escuela Nacional de Formación de Grupos de Teatro Guiñol?

Me fui para La Habana junto a trece tuneros más, entre los que destacaba Eloísa de Roble, maestra y destacada promotora cultural, que le asignaron ser la responsable del grupo. Pero no todo fue color rosa. Era muy tímida y tenía problemas de dicción, me daba mucho trabajo pronunciar la R. Tuve que crecerme.

Nunca olvidaré cuando un profesor me rompió mi primer títere. Lo había mandado a hacer de un día para otro, me había pasado horas en la carpintería. Era una liebre de pleibo y el profe le arrancó todos los bigotes. Pero, como soy emprendedora, lo hice y me fue gustando. Me dije: ´si esta es mi carrera, voy a ser buena´. Y aprendí, aprendí mucho. Además, tuve un claustro de lujo: Antonio (Bebo) Ruiz, Pedro Valdés Piña, Manolo Gómez, Julio Cordero, y otros.  Todos grandes maestros en la especialidad titiritera.

Allí preparamos dos espectáculos: El lindo ruiseñor, donde hacía la cocinerita, y Juanito y la semilla, donde interpretaba a la mamá de Juanito, con títeres de guante. Ya le iba cogiendo cariño al teatro. Me gradué el 14 de septiembre de 1971, muy integral.

Una vez graduada, cuéntanos sobre el surgimiento del guiñol Los Zahoríes, tu desenvolvimiento en su seno y esos primeros años.

El guiñol surge por idea de las direcciones municipales de Cultura y Educación. También son fundadores Raúl Velázquez, José Chelala, Dulce María Rodríguez y Pilar Aguillón. Éramos once varones y tres hembras, los mismos que nos fuimos para La Habana, junto a Eloísa de Roble. Juan José Rodríguez, aunque no se fue con nosotros a La Capital, también se considera fundador, pues ayudó a formar el grupo. Pero no fue algo así como así, respondimos también a una prueba de aptitud, en la que yo hice al cerdito violinista de Los tres cerditos y el lobo. 

Fue una etapa linda. Al principio no teníamos sede y nos presentábamos en la casa de la cultura Tomasa Varona. También hacíamos teatro para adultos y actuábamos en la biblioteca provincial José Martí, entre libros. Allí presentamos -por ejemplo- la obra Aguado La Cabra. Igual nos acogieron en el espacio donde está el Archivo Histórico Provincial. Y así estuvimos hasta que entramos a la sala Raúl Gómez García, inmueble que antes tenía otras funciones.

Ya en la salita, nuestra sede, pudimos presentar El lindo ruiseñor y Juanito y la semilla. Me fascinaba cómo se llenaba el teatro, hubo veces de dar dos funciones seguidas. Sin embargo, no teníamos conocimientos de actuación como tal, la escuela solamente duró seis meses, de cierta forma éramos empíricos. Allí más bien recibimos clases de animación de títeres. Ese fue un tiempo muy lindo de búsqueda y descubrimiento. Fuimos aprendiendo sobre el camino. Yo estudié mucho, trataba de pasar todos los cursos posibles.

Aunque eres de las artistas que no trabajas para premio, has obtenido varios. ¿Cuál es el más significativo para ti? 

Uno trabaja, trabaja, trabaja, y no se da cuenta de la calidad del trabajo, simplemente lo haces con amor, te entregas. El mayor premio es cuando un niño ríe, reflexiona, te pregunta sobre lo que haces. El mayor regalo es la carita sonriente de un niño.

Sin embargo, ciertamente he obtenido varios lauros. Recién graduada, fui junto a mis compañeros, al Festival de Grupos de Teatro Guiñol, realizado en Topes de Collantes, con la puesta Juanito y la semilla. La obra impactó allí, pues era con retablo humano, o sea, el retablo éramos nosotros mismos. Nos elogiaron, fue algo muy bonito.

Después fuimos a un taller a Santiago de Cuba y allá surgió la puesta Zahoriada Primera, versión del cuento El canto de la cigarra, de Onelio Jorge Cardoso. No sabía que darían premio en ese evento, pero la obra fue escogida para cerrar la cita y yo fui reconocida con el Premio de interpretación en actuación en vivo y Premio de actuación con títeres, animando una cigarra. Curiosamente, la música me perseguía, pues -además del certificado- me obsequiaron una guitarra de concierto. Solo que no la aprendí a tocar por el mero capricho de no querer cortarme las uñas.

Para entonces, nuestro guiñol ya tenía los tres primeros espectáculos de su repertorio: Juanito y la semilla, El lindo ruiseñor y Zahoriada Primera.

Has dejado tu huella en una cifra superior a las 300 obras. Con cuáles te has identificado más y por qué.

A raíz de la situación del país y lo difícil de los aseguramientos para eventos, se tomó como iniciativa hacer unipersonales. Me marcó el primero que realicé, pero lo deseché por una opinión de un niño. Luego hice una versión de El cangrejo volador, llamada Rocío de la mañana, y triunfé. Me marcó porque tuve que hacer mis títeres. Utilicé como parte de la escenografía una concha que salía del fondo del mar y usé la técnica de la luz negra.

Otra alegría es que andaba una comisión nacional por toda Cuba, escogiendo los espectáculos que iban al Festival Internacional de Teatro de La Habana, y lo escogieron. Así representé al guiñol en ese evento y con dicha obra también obtuve un Premio de Actuación que daba la Uneac.

También amo la lechuza de Corazón de sapito. Me marcó mucho La liebre y el erizo, un unipersonal al que incorporé un cuervo que era jodedor y tenía muchos defectos. Me costó mucho trabajo, porque la directora Emelia González me exigía mucho, pero a mí me gusta que me exijan, porque eso es señal de que uno da más. También me dio mucho trabajo hacer Sencillamente X, donde hacía una conserje, una ancianita que limpiaba la escuela. Asimismo, amo El caballito enano, una versión del cuento de Dora Alonso, un caballito de una obra que se quitó de escena, porque cuanto títere veía que desechaban, lo rescataba para otra obra.

También hice el unipersonal La fábula de la abuela, una versión del cuento Las orejas del conejo, donde asumía seis voces. Con ello fui a una Feria Titiritera en La Habana y obtuve segundo lugar, e igualmente lo presenté en la Cruzada Teatral Guantánamo – Baracoa, con buenos resultados.

 Siempre has afirmado no estar de acuerdo con eso de que los niños son un público difícil. ¿Por qué?

Respeto mucho a los niños. No son difíciles, sino sinceros y espontáneos. A medida que pasa el tiempo, la tecnología avanza y ellos están viendo la televisión, internet y otras cosas, pero nunca esas plataformas le van a quitar el lugar a los títeres. Nada sustituye la magia de un títere. El actor en vivo es energía y esa conexión con el público no se puede cambiar. Aunque haya tres niños de auditorio, debes actuar con la misma calidad. Merecen tu respeto, porque están ahí para verte.

También he impulsado proyectos con niños que tienen necesidades educativas especiales como Canturía a lo Guillén, perteneciente a la Fundación Nicolás Guillén. Eso es muy importante para mí. Incluso estudié lenguaje de señas y he investigado mucho para desempeñarme mejor. Hasta fui a un Congreso de Cultura y Desarrollo con la ponencia Los títeres en el lenguaje del silencio.

Me imagino que atesores vivencias inolvidables junto a los pequeños…

Sí, muchas. Un día, al terminar de actuar en la escuela Jesús Arguelles, un niño se me acercó y preguntó: “¿Tú eres de carne y hueso?”. En otra ocasión fui a un campo de Majibacoa y, al finalizar la presentación, otro vino a mí con una flor y me dijo: “Tú eres linda”. Una vez en el guiñol hice el cuento de El caballito enano y, como parte de la obra, el caballito le dice a su mamá que está triste porque se burlan de él. Entonces, un pequeño del público corre a escena, le toma la carita al caballo y lo besa. Eso es indescriptible.

¿Cuán difícil es ser titiritero? 

Es difícil porque existe una variedad de técnicas. Están los de varillas, los de sombras, los de guante, los parlantes… A veces se combinan las técnicas. Es algo mágico darle vida a algo que no lo tiene. Tienes que sentir primero al títere para luego, a través del brazo, darle vida. Pero el personaje nace antes de que llegues a escena, desde que dejas de ser tú, para ser él. No puedes entrar a escena y decir: “Ay, me toca”. La escena es sagrada, el teatro es sagrado. No lo puedes violentar. Hay que tener respeto por el escenario.

Entre todos los títeres, siempre has preferido a Caramelo…

Porque es un títere marote muy simpático y lindo, un niño que hace travesuras. Desde que nació en un cumpleaños siempre me ha acompañado. Ha ido conmigo a varias provincias, pues es adaptable a cualquier circunstancia.

La narración oral escénica es otra de las vertientes que has cultivado. Cuánto ha aportado a tu profesión.

Me ha aportado mucho. Agradeceré siempre a la colega Verónica Hinojosa, que fue quien me impulsó por ese camino. Lo que, en mi caso, narro con títeres, y en esa condición he sido participado en Palabras de invierno (Matanzas), Cuentos para una añeja ciudad (La Habana) y otros eventos.

Veo en ti un interés marcado por llevar el arte a la comunidad. Cuán importante crees que es esta labor y qué gratificación te despierta.

Hay muchas personas que no asisten a los teatros. Me gusta ir a los barrios, en estos escenarios crece la cultura. Es otro público. A través de mi actuación les transmito enseñanzas. Suelo preguntar, por ejemplo, cuál es el problema más latente de ese lugar, y en dependencia de eso enfoco parte de mi presentación.

Compartiste con tu hermana Pilar el amor por el teatro y el guiñol, en particular. Cuánto aprendiste de ella y en qué medida la has seguido honrando con tu trabajo, aunque ya no esté físicamente.

Mi hermana era muy buena, mucho mejor que yo. Aprendí de ella a amar el teatro, la entrega que amerita, que debemos atrevernos a hacer cosas y preparar nuestro cuerpo para desempeñarnos con calidad. Me inspiró su compañerismo y me ayudó a desinhibirme. He hecho en ocasiones Los chivitos porfiados, unipersonal con que ella brilló. Siempre trato de honrarla.

Has formado y evaluado a varios actores. ¿En qué parámetros enfatizas?

El actor debe tener oído para escuchar lo que le dice el profesor, ser receptivo. Que no termina nunca de crear y estudiar. Debe creer en lo que está haciendo, respetar al público y a sí mismo. Tener sentido de pertenencia hacia el trabajo y estudiar bien el personaje que va a interpretar, porque dejamos de ser lo que somos para convertirnos en otra persona. El actor no se repite, pues una función no se parece a la otra. Nunca debe cansarte ni estar conforme. Y siempre dar más.

Trabajaste en el guiñol por más de cuatro décadas y luego formaste parte del grupo Teatro Tuyo. ¿Cuánto te aportó esta última cofradía?

Esos siete años que estuve junto a la tropa liderada por Ernesto Parra fueron un regalo. Siempre estaré agradecida del colectivo por acogerme. Cuando integré este elenco, sentía que el guiñol no pasaba por un buen momento, que estaba en decadencia. Llegar hasta la sede de “los tuyos” fue un renacer. Allí seguí siendo actriz, pero no propiamente clown, sino titiritera. Me presentaba en la sala alternativa y en las comunidades. Además, impartí clases en la Escuela Nacional de Clown de Animación de Objetos y fui tutora.

A partir de tu experiencia en el guiñol, ¿cómo valores el desempeño actual de Los Zahoríes?

Es emocionante observar a esta nueva hornada de jóvenes. Veo que el guiñol está vivo (llora), que no está muriendo como tiempo atrás. Ellos no son saben la alegría que me produce cuando los veo ensayando, preparándose… Siento nostalgia de aquel tiempo que viví. Aunque la sede esté cerrada por problemas infraestructurales, ellos buscan alternativas y no se detienen.

¿Cómo logras mantenerte con esa energía y vitalidad a pesar de los años?

El tiempo pasa y no me percato, porque sigo interpretando, sigo haciendo.

¿Qué es el teatro para ti?

Mi vida. De hecho, me jubilé y me reincorporé. Ahora sí pienso retirarme próximamente de las tablas, pues estoy en un buen momento de mi carrera. El guiñol resume mi pasión por el teatro. En su seno crecí y maduré. Siento orgullo de ser titiritera.

Y así culmina Clotilde la entrevista, emocionada de haber compartido pedazos valiosos de su vida. “En el teatro encontré todos mis anhelos como artista, porque es la más completa de las artes”, resume justo antes de la despedida.  Y yo, más feliz aún, no sé si llorar o reír de tanta dicha.

Fotos Reynaldo López Peña