Por Frank Padrón
Aun con la pandemia, el teatro y sus hacedores como ya hemos visto, no han estado cruzados de brazos, y hace poco se aproximó bastante a su “escenario natural”, literalmente hablando, cuando en la Fundación Ludwing pudo apreciarse, aunque con público limitado por las circunstancias de todos conocida, cuatro lecturas dramatizadas sobre obras alemanas por sendos grupos del patio.
En puridad más que lecturas fueron verdaderas puestas, lo cual ya anuncia la reapertura de las salas, ojalá más temprano que tarde.
Coordinadas por el dramaturgo Reynaldo Montero, fue otra muestra, la continuidad aun modesta pero significativa de una verdadera tradición que se materializa año tras año durante la Semana de Teatro Alemán.
Esta vez pudimos disfrutar de autores contemporáneos que abordan lo mismo temas recientes que históricos.
El viaje de los perdidos, de Daniel Kehlmann, llegó en versión de Ludi Teatro. Con experiencia en este tipo de montaje que referencian el nazismo y la Segunda Guerra Mundial, Miguel Abreu, director del colectivo, se acercó a un texto que vincula un navío de emigrantes con Cuba y el traslado de judíos que intentaban escapar del ya orquestado holocausto: espionaje, dobles agentes, intereses industriales y mercantiles de todas las partes por encima del humanismo, xenofobia y falta de escrúpulos laten en esta desgarradora obra que recibió el auditorio en toda su fuerza, gracias sobre todo a una bien encauzada ironía que desemboca en el más ácido cinismo y que la traducción de Adriana Jácome conservó en su versión al castellano.
Prácticamente desprovista de elementos escenográficos, todo se resolvió sobre la base de un espacio racionalmente empleado y unas actuaciones incisivas, a cargo de Arianna Delgado, Yoelbis Lobaina, Evelio Ferrer y Januel Hernández.
Compañía del Cuartel puso una breve y muy actual pieza que ya tuvo su montaje en las redes gracias también a la anterior traductora, partiendo de un diálogo de Roland Schimmelpfennig, todo un enamorado de Cuba : La última función, nada menos que la huella del Covid-19 en el mundo del teatro, la tragedia para gente del medio que se ha visto inevitablemente interrupta al tratarse del arte de relación, de contacto por excelencia, a diferencia de otros (el cine, las artes plásticas, la literatura…). A pesar del dolor y la fisura que implica la pausa, el cierre, el confinamiento que no sustituyen clases virtuales, revisión y ensayo de libretos y otros sucedáneos, el texto trasunta esperanza, la certeza de que el teatro volverá, y ese actor que tose en escena, sin público ni obra regresará saludable y pleno cuando pase todo.
Escrito como sangrando, pletórico de vuelo y sensibilidad, con modulaciones y provechosos recursos iterativos, el intercambio entre los dos actores (Yeney Bejerano e Ignacio Reyes), en el caso de él incorporando la guitarra y ciertos cantos, resultó no solo un extraordinario desempeño histriónico sino un ejercicio de sólida intersección con el espacio, devenido teatro pleno que trasmitió tanta emoción como optimismo.