Publicado originalmente en Revista Tablas Anuario 2020 como parte del dossier La crítica teatral hoy
Por Indira R. Ruiz
Quisimos contar en este dossier con la opinión de Norge Espinosa, conocido ensayista, asesor dramático, dramaturgo, cuyo desempeño como creador y crítico teatral lo convierten en una de las voces más eficaces a la vez que reconocidas en los diferentes medios culturales. Esta conversación fue como muchas sostenidas en tiempos de aislamiento: virtual, desde el confinamiento del hogar, a través del correo. Nunca nos vimos, ni siquiera conversamos por teléfono, así que quiero imaginarme a Norge tomando quizá un café y haciendo breves pausas, antes de contestar cada una de estas preguntas-provocaciones.
¿A qué le atribuye la crisis de fe que hay alrededor de la crítica? Hace poco un crítico decía: “El problema es que los teatrólogos de ahora no quieren ser críticos, quieren ser artistas, hacen documentales, son performeros y la crítica y lo teatrológico está en un último lugar”. ¿El fracaso o poca atención a la crítica tiene que ver con que los teatrólogos de hoy quieren ser artistas? ¿Qué ha ocurrido con la crítica en estos últimos años en su opinión?
Francamente, me resulta difícil entender la asociación de elementos que propone la pregunta. Podría adjudicarse la misma problemática al arte de la dirección y al hecho de cuántos directores se autotitulan o pretenden hacerse pasar por dramaturgos, diseñadores, compositores, etcétera, y viceversa. ¿Fracaso o poca atención? Me pregunto exactamente a qué se refieren al poner en una confrontación tan extrema una realidad que ocurre en muchos contextos, con una determinada amplitud de variables, no solo el de las artes escénicas y mucho menos el cubano, y que en modo alguno ha dejado de mantener, desde la perspectiva de la crítica que mira hacia las tablas, su razón de ser: una memoria lúcida del arte teatral, de la praxis teatral, capaz de ubicarla en un contexto determinado y de aportar, desde la visión y la preparación en muchos órdenes de quien la suscribe, un síntoma, un estado de ánimo y una provocación que prolongue o delimite los alcances o defectos de la puesta en escena analizada. Me gustaría saber quién es ese crítico aludido, y en qué artículo, texto o espacio público, compartió esa, digamos, preocupación. No creo que haya poca atención sobre la crítica, baste ver las reacciones de los aludidos en ella cuando aparece alguna publicada. Tampoco considero, eso sí que haya toda la crítica que necesitáramos. Y eso que hoy, como bien se sabe, ha crecido el número de sitios donde difundirla. Una cosa sería delimitar entre una crítica, escrita a conciencia, y con el componente cultural y ético que el oficio demanda, y una opinión, por no decir una impresión, que es lo que abunda. Nuestra prensa acoge con mayor gusto impresiones antes que críticas fundamentadas, escasean en los espacios de mayor alcance para el lector y el espectador los criterios emitidos por figuras entrenadas para ello. Y eso sí es dañino, y habla de cómo se hacen pasar por críticos personas que no han sabido diferenciar entre criterios y primeras impresiones. Eso ha contaminado un espacio siempre cargado de tensiones y neuralgias, donde el ego rara vez cede sitio al pensamiento propio de la crítica, y los efectos de tal cosa se hacen sentir absolutamente en todas las zonas de la creación teatral. Que un crítico quiera presentarse ante los espectadores como perfomero, documentalista, etcétera, es, en primer lugar, un acontecimiento no generalizado, aunque la cita que desencadena la pregunta haga creer lo contrario, y de ahí mi incomodidad ante su uso como provocación. Quien lo haga, tendrá que exponerse exactamente a lo que un artista, un actor, un intérprete, un director de audiovisuales o un creador de las artes plásticas ha asumido como parte de sus vidas, y será su talento, inteligencia o sagacidad lo que le permita salir ileso de semejante fogueo. En otros países, donde el teatro recibe más respeto por parte de las instituciones de la cultura, y donde quienes hacen teatro (y crítica) se respetan más, el valor de la crítica misma, la investigación, el diálogo entre creadores y críticos, sigue siendo un recurso útil y solicitado. Creo que la pregunta peca de una ingenuidad que puede ser definitivamente peligrosa, que mira al fenómeno de la crítica desde una sola perspectiva, y que, incluso, ataca tendenciosamente a lo que hoy, en términos conceptuales, puede arriesgarse a hacer quien se reconozca como crítico, en un estado de intercambios que no debe tampoco circunscribirse a lo que entendíamos como “crítico” hace cuarenta, treinta o veinte años atrás. El teatro, para sobrevivir, cambia, se transmuta, se alía a otras expresiones, a las nuevas tecnologías. ¿Por qué no podría hacerlo también un representante de la crítica? ¿Crisis de fe alrededor de la crítica? Quizá. Pero, ¿expresada por quién, por quiénes, dónde? Generalizar no ayuda cuando pasan a debatirse cuestiones como estas. Creo más quien que respondo al desasosiego o al desconcierto de quienes me formulan la pregunta, antes que a una contingencia concreta a partir de la cual podamos sintetizar y diseccionar, debidamente, los rostros, perfiles, gestos, vacíos y silencios que harían más sólido este tipo de cuestionamientos.
¿Tendrá que ver con el oficio de un espectador especializado, con el talento para mirar y descubrir lo que no está funcionando, con la valentía de decir aquello que todos piensan y no se atreven a decir sin medias tintas…?
Un crítico que no sea capaz de entender un hecho estético como espectador entrenado, especializado, no es tal, sino un observador y portador de una impresión, no de una voluntad exactamente crítica. Un crítico que no asuma, desde el primer momento, la valentía necesaria para decir lo que piensa, y argumentarlo, y hacer de ello una propuesta interpretativa sólida al tiempo que debatible, no es tal. Un crítico que hable a medias tintas, que no posea el arrojo, y tampoco la capacidad de enunciar con firmeza y recursos tanto estéticos como verbales, su aporte a la visión de una obra, no es tal. Un crítico que no tenga compromiso ético con su verdad, no es tal. Una sociedad que no contenga activamente esos elementos, en pos de una crítica que vaya más allá de lo que genera como refleja consciente de sí misma, no es tal, sino un amago inconcluso, incompleto, borroso, de la lucidez a la que debería aspirar y expresar.
¿Es posible decir la verdad sin ser cruel? ¿Importa la crueldad o hacer sentir mal a alguien si está en riesgo la calidad de lo que está haciendo como creador?
Vuelvo al estupor de la respuesta inicial. No entiendo qué enlace quiere establecerse desde la pregunta entre verdad, crítica y crueldad. O podría entenderlos, pero si sigo esa línea de pensamiento, terminaría por ser cómplice de algo que, como crítico y como creador, hace mucho que no me interesa. Hablemos de honestidad, por dura que esta sea. Hablemos de un crítico que encuentre los recursos culturales suficientes como para decir, en términos claros y respetuosos, lo que considera acerca de una puesta en escena. Inducir que en esa actitud se esconde la de “hacer sentir mal a alguien”, está fuera del rango ético que debe ser entendido como parte de la acción misma de la crítica. Personalizar discursos, ejercer como jueces o víctimas, pretender leer ese tipo de toma y daca que debe generar la crítica en posicionamientos de agresión y lesión, desdibuja peligrosamente la esencia de aquello que el crítico debe entender como sus armas, dicho esto no en términos de batalla, sino de recursos mediante los cuales pueda compartir su visión con el lector o los espectadores. La crítica es un complemento de aquello que analiza, puede y debe fundirse con lo que estudia en pos de abrir sus potencialidades hacia nuevas relecturas. Colocar de antemano esos valores y prejuicios de orden moral ante el rol de la crítica, es síntoma de una vieja serie de recelos y resquemores que de ninguna manera, en este punto del debate, añaden señales de progresión ni de verdadero diálogo.
Como crítico ¿cómo es su relación con los creadores?
Como creador, ¿cómo es su relación con la crítica?
A estas alturas, sudadas ya muchas fiebres, broncas, demandas (una a cargo de un célebre dramaturgo y de la cual, valga contar, salí completamente ileso), no entiendo al supuesto movimiento teatral cubano desde tales dicotomías. Comparto con los creadores las inquietudes e incomodidades que puede generar la crítica. Comparto, con mis colegas de la creación, mis incomodidades e inquietudes acerca de la crítica. Porque se trata de vasos comunicantes, de un intercambio que mientras persista en ver zonas separadas dentro de ese cuerpo, no va a progresar, no va a cambiar intrínsecamente las posturas a la defensiva de un segmento ante el otro. Durante mucho tiempo nos hemos desgastado en ese círculo vicioso, que culpa a unos de las carencias de lo otro, y que se convierte, hacia ambos lados del asunto, en una excusa para no ir más allá. Creo que es hora de cambiar las dinámicas del diálogo, de entender a la crítica como un espejo útil (y por supuesto, como todo espejo, deformante y cambiante) de aquello que se mira en su superficie, desde una actitud menos complaciente, narcisista y pasiva. Se trata de una tensión que demanda acuerdos, protocolos, cultura de diálogo, y muchas otras formas de cultura. Cultura cívica, dicho sea de paso. Y ya se sabe que eso implica a críticos y a creadores. A toda una sociedad. A todo un país.
Foto de Portada: Tomada del sitio Latin American Literature Today