Port Roberto Pérez León / Foto Buby Bode
“No puede haber verdad sin una conversión o una transformación del sujeto.”
Michel Foucault
Debo empezar confesando que nunca había visto un trabajo de Micompañía; tampoco conocía de la labor coreográfica que Susana Pous venía haciendo con el otrora colectivo DanzAbierta, fundado por Marianela Boán, así es que la última temporada de 2019 que Micompañía hizo en la sala Tito Junco fue mi primer encuentro con ellos. En las primeras semanas de diciembre pusieron Infinito pero “por pitos o por flautas” no llegué a hacer ningún comentario sobre esta obra.
Ahora acaban de dar a conocer los premios Villanueva 2019 de Artes Escénicas de la Uneac y es Infinito el único premio de danza. Más allá del reconocimiento, por parte de la crítica más especializada, no puedo dejar de explorar la pieza que sin afanes experimentales se dimensiona autoconsciente en cuanto a la atención al movimiento como registro y prolongación vital que desentraña, relaciona y enlaza vivencias compartidas.
La oportunidad de tener delante un acontecimiento estético es de agradecer. Infinito constituye, no por su novedad sino por su serenidad plástica, un pleno acontecimiento danzario; aunque no vi todo, ni siquiera gran parte de lo que se hizo en danza en el país, no tengo que dudar que esta pieza merece un luegar destacado en el año 2019 entre nosotros. ¿Por qué?
Por sus parámetros morfológicos y sus relaciones en el sistema global de la puesta en danza que hacen posible una narración de singulares recursos estilísticos, desencadenantes de la construcción argumental y la correspondiente reflexión crítica.
Por su pulso como acto que denota tener conciencia estética de la propuesta que sucede en el escenario; digo sucede porque como hecho escénico es susceptible de ser renovado dada la inmanente contingencia que corresponde a lo teatral; sí, digo teatral, y no estoy mezclando danza y teatro ni me refiero a la danza-teatro.
Infinito por su espesor de signos y sus consecuentes manifestaciones es un hecho teatral de fortaleza sémica.
Infinito no es de novedad radical. Pero al restaurar y transformar el movimiento contemporáneo inaugura un nuevo sentido danzario que reportea emociones recónditas que se nos extravían por el cuerpo.
Infinito no es una reflexión sobre la máxima délfica de “conócete a ti mismo”.
Infinito nos declara el carácter ininteligible del “sí mismo” y nos pone en bandeja de lujo la indómita ocurrencia de vivir.
Infinito es una hermenéutica de la transformación y la libertad.
Infinito es una visión de cómo podemos ser sujetos de lo infinito no como superación de lo finito, sino como sujetos constituyentes de lo múltiple de la existencia. Estos propósitos de tanto entrmado abstracto se logran por medio de una narrativa dancística con sentido de cuerpos y lenguajes que advienen en imágenes de consistencia semántica y semiótica, significación y dirección que es decir rumbo y orientación.
Sin desencanto ni pesimismo Infinito se tira de cabeza en procesos y poderes performativos que no sé si son conscientes en la partitura coreográfica; en términos de enunciación sus maniobras corporales trazan una renovación de la repetición para que no desaparezca del gesto la práctica del movimiento a veces bailado a veces no, pero siempre como libertad.
El adjetival dancístico debe estar comprometido con una constante evolución para que tenga desarrollo una “coreohermenéutica” del infinito.
Infinito es una presencia coreografiada de sujetos en escena que me resulta de armonía entre la danza y las artes visuales.
No hay representación, tampoco no-representación, y esto permite el desarrollo de una dinámica particular en el movimiento de la puesta en danza escénica; movimiento de calidad esmeradamente danzarío, eficaz en interpretación, hace evidente que los bailarines han somatizado estéticamente el gesto coreográfico y vemos cuerpos que saben danzar porque han comprendido la danza.
En Infinito se construye una espacialización certera, de animación, fuerza y amplitud que corresponde a la debida dinámica cenestésico / cinética no digamos de fuerzas, digamos de cualidad tensional espacio temporal.
Infinito tiene un carácter espacial de dimensiones lineales u horizontales, siempre cambiantes en la dinámica de cuerpo-en movimiento intrincado, a veces intensivo y a veces extensivo.
No sé si esta performancia de la danza es propia del estilo de Susana Pous, pues como ya he dicho no conozco su obra, esta es la primera vez que entro a su mundo coreográfico. Ahora bien, en Infinito existe una melodía del movimiento que tiene coordenadas espaciales que conjugan su dramaturgia con la dramaturgia del espacio escénico donde hay otros sistemas significantes de naturaleza diferentes a los del movimiento y sus trazos coréuticos.
En el espacio escénico se consigue una construcción sintáctica, como locución resultante entre las luces, la animación, los artefactos escenográficos que explayan un significado propio, composicional connotativo; hay una producción de sentido que demanda capacidad tanto adverbial como adjetival desde nuestra posición como espectadores.
El contorno de las dinámicas a veces tienen acentos y tonos que a veces se apresuran otras se ralentizan o se hacen repentinos o pueden balancearse y fluir en una rítmica del impulso y fricción que denotan una modalidad sensorial para llegar a relacionar emociones y movimientos de manera congruente, con una geometría diseñada entre intensidades que encarnan el movimiento.
Infinito es un constituido hecho danzario con vuelo performático; como puesta en escena es singular en su poética y estética; sin introspecciones elementales o enunciaciones retóricas carentes de la acuciante necesidad que debe tener el verdadero discurso artístico.
El movimiento es protoplasmático; las razones del cuerpo junto a los demás materiales de la puesta logran una tridimensionalidad; no hay tiranía del cuerpo pese a no dejar de ser nunca danza; existe una subversión estética de los demás materiales escénicos que tienen prevalencia, no son adiciones, no hay subordinación sino interacción audaz.
No hay territorios en Infinito, se trata de una propuesta de shock estético inconsútil, sostenido. Hay que agradecer a Eme Alfonso por la música, a Guido Gali por las luces y el diseño escénico concebido junto a Susana Pous, además a los ocho excelentes bailarines y bailarinas.
Infinito es estremecedor en su entereza, es un soberbio despliegue coréutico de sistemas significantes que no se sostienen en el oportunista eclecticismo contemporáneo tan llevado y traído cuando se carece de cultura, buen gusto y capacidad para componer.
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