Artículo a propósito de la puesta en escena de Ludi Teatro, que se mantiene en cartelera durante todos los fines de semana del verano
Por Roberto Pérez León / Fotos Sonia Almaguer
«Porque yo también tengo un dolor que ni siquiera puedes imaginar y que, a diferencia de ti, odio el dolor, ¡así que me gustaría deshacerme de él! Porque yo también hice una promesa y, por la más horrible de las coincidencias, resulta que tienes en tus manos la llave […] »
Douglas Dupontel, personaje de Bosques.
Ludi Teatro no se anda en juegos tontos. Ha puesto Bosques, del dramaturgo Wajdi Mouawad. También el colectivo ha subido a escena Litoral e Incendios que forman parte de la tetralogía La promesa de la sangre. La obra de Mouawad es un foro híbrido y pluritemporal de lo contemporáneo. Se ha dicho que es el Sófocles del siglo XXI. No se exagera. Cada obra suya es un acontecimiento emocional. Hacemos catarsis, hay purificación de sentimientos al compaginar la obra con nuestra intimidad.
Pero con Bosques de Ludi Teatro, no me sucedió nada. Es una puesta en escena que se vehicula entre un naturalismo a medias y un expresionismo desajustado, con los que se pretende hacer una transposición escénica de un texto que ilumina y mata.
Bosques necesita de relámpagos y no los hubo en el montaje habanero. Una puesta en escena tiene que exaltar lo teatral, como espesor de signos desde todas las dimensiones.
No pude conseguir un programa de mano para apoyarme y hacer este comentario. Me dijeron que como llevaban “cuatro o cinco semanas de funciones”, ya se les habían agotado. Y me quedé a la deriva. Entonces no podré hablar de nombres de actores ni de actrices, tampoco del equipo de realización que intervino en la conformación de la puesta (luces, música, adaptación del texto original, escenografía, dramaturgia.).
Wajdi Mouawad es un autor de culto. En los últimos años, que yo haya leído, no he encontrado un dramaturgo tan veedor de los tiempos que corren. El valor y el entusiasmo de sus textos hacen que el teatro contemporáneo tenga fortaleza y sea un reto. Entrar en su mundo es quedar retenido. Sus textos son una confesión de vivir lo cotidiano. En la existencia está la primigenia fuente de su inspiración y en Sófocles tiene un manual, la normatividad de mecanismos estéticos. Por Sófocles, Mouawad sabe que lo inimaginable se puede consumar. Aprovecha lo inseguro y erróneo que puede haber en cada héroe, para que suceda lo desmesurado. En su obra disfrutamos de una catarsis de identidad y evolución como seres humanos, pero sin deus ex machina ni oráculos.
Bosques puede ser cine, teatro, novela, también telenovela brasileña. El texto recorre tres grandes frescos: la caída del muro de Berlín y la entrada del siglo XXI; el siglo XIX con la llegada de la Gran Guerra; y, la ocupación nazi. Cada uno con su propia belleza y terror. Se entretejen asombros y épocas, épocas y pasmos, promesas y rosarios de nudos gordianos. Una mirada al presente desde un pasado que se trae a un espacio que trastorna el tiempo. Dos siglos de andanzas y el traspaso del dolor de generación en generación.
El extra texto somos nosotros: la resultante de esos sucesos que la obra actualiza estéticamente y recompone al recurrir a la realidad histórica. Bosques es un texto que exige revelación, una hermenéutica dramatúrgica que conduzca a una práctica significante vivencial, y también una concepción ideológica comprometidamente lúdica, para no caer en construcciones melodramáticas ni trágicas, sino para alcanzar el punto de interconexión de ambas categorías.
En cuanto a lo trágico y lo melodramático, en Latinoamérica estamos siempre al borde de un precipicio insondable. Alejo Carpentier recomendaba ante una situación melodramática: “Estilo notarial que consiste en no engolar la voz, en no alzar el tono, en no usar el signo de admiración: en no mutarse ante lo mostrado […]”
Y es que el melodrama tiene componentes cautivadores: acentuación, estímulo de la afectividad y de la subjetividad. Pero también la tragedia maneja lo afectivo y lo emocional con estrategias propias. Sucede que hay un vínculo interior muy contemporáneo, entre las estrategias de lo trágico y lo melodramático. Y no sale un engendro, sino que brota una estética de apropiación de las circunstancias socio culturales. Estos vasos comunicantes nutren a Bosques como texto.
En Ludi Teatro, Bosques, como puesta en escena ha tenido un tejido dramático no muy sustentable. Los dispositivos escénicos no resultaron energetizadores. Bosques adolece de deslumbres. Bosques necesita de relámpagos y no los hubo en el montaje habanero. Una puesta en escena tiene que exaltar lo teatral como espesor de signos de toda índole y desde todas las dimensiones. Por la dinámica de su conducta escénica vi la puesta muy inmóvil, demasiado previsible.
Bosques, por su caudal narrativo, requiere de una potencia actoral coral. La actuación es el componente más deficitario de este último trabajo de Ludi Teatro: Recitación, grandilocuencia, locuciones que persiguen lo emotivo, frontalidad para acentuar.
Actuar es artizar, quiero decir, condimentar, sustanciar artísticamente, buscar la dimensión estética y armónica de comportamientos humanos, no para mostrarlos y mucho menos si se lo hace de manera grandilocuente, a través del uso de recursos afectivo-emocionales típicos del melodrama. El texto de Bosques, por su lirismo y belleza, tienta, y más para nosotros que somos los paridores de “El derecho de nacer”. Para muestra doy un botón. Voy a destacar un parlamento que desde la primera vez que lo oí me persigue, por cierto no recuerdo haberlo escuchado en la puesta de Ludi Teatro:
“¡Sarah Cohen! ¿Ves el horizonte allá lejos? Yo te amo más lejos todavía. Cuanto más te amo, te amo más. ¡Comprendes! Amar es amar más. Decirte mi amor por ti es imposible porque en el mismo momento en que quiero decir ‘te amo’, te amo ya mucho más y tendría que volver a decirlo para estar a la altura de esta adición embriagadora. Quizá es en estos casos cuando decimos que las palabras no son bastante fuertes. De hecho, no es que no sean bastante fuertes, no son simplemente lo suficientemente rápidas.”
En Bosques, la abundancia de diálogos con una poderosa tensión dramática y conflictual no debe propiciar la reteatralización. No hay que olvidar la concepción lúdica del teatro. Al sobreteatralizar se estancan los intercambios con el texto, que por demás es de una exaltación y ternura que requiere de peripecias actorales muy concisas pero con sesos.
Bosques exige una gramática visual movilizadora para que no se estanque. Y la puesta que acabo de ver no progresa visualmente. Hay empobrecimiento sensual. Falla la sintaxis. Es muy elemental el uso de componentes tecno-perceptivos. La oralidad no se mueve desde ángulos incisivos, descansa solo en lo actoral. Es una lenta procesión tragediosa que dura casi dos horas.
Bosques es un texto travieso, embriagante, dionisíaco y a la vez apolíneo, inocente. Tiene desarrollos metafísicos mágicos que desencadenan vértigo y éxtasis. Bosques debe ser abordado con moderación emocional. Desde el punto de vista actoral con un texto como este, no se puede ser afectivamente excesivo.
Como toda obra de arte Bosques también es enigmática. Creo que faltó poesía en esta puesta de Ludi Teatro.