Roberto Pérez León
Tengamos el sexo en paz es un texto de Darío Fo y su esposa Franca Rame compuesto a partir de un manual de sexología escrito por Jacopo Fo, el hijo del matrimonio; en la traducción española el manual tiene un título sin equívocos: El Zen o el arte de follar; el libro tuvo en los 90 un estruendoso éxito entre la juventud italiana, hecho que motivó a la familia Fo hacer una conversión escénica y el resultado fue un paquete de monólogos interpretados por la Rame; con la tutela de la excelencia teatral de Darío y la agudeza intelectual de Jacopo la obra resultó poliédrica y no ha tenido fronteras desde su estreno.
Aquello fue un escándalo en los noventa italianos, hasta el mismo Gobierno se molestó y expresó su preocupación por el atentado que era a las correctas esferas de la decencia.
Que yo conozca al menos tres versiones se han hecho de Tengamos el sexo en paz además de Sexo sentido, una puesta que acabo de ver.
Recuerdo con mucho agrado haber visto por los alrededores del verano de 2008 Sex-teando con Darío Fo, la puesta pinareña de Teatro de La Utopía en la Sala El Sótano acá en La Habana, luego por Santiago de Cuba y en Cienfuegos volvió a ser el texto de Darío Fo objeto de interés.
Tengamos el sexo en paz, estrenada en los inicios de los noventa, por lo general cada vez que sube a escena es abordado desde de versiones con más o menos apego al texto del original Lo zen o l’arte di scopare.
El amor como encuentro entre cuerpos, el sexo de un lado y de otro, en la cama y en los sentimientos, y entre esos dos amores encontrar las claves del placer sexual en toda su desmesura. De eso trata Tengamos el sexo en paz que se erige como sustancial y total espectáculo de teatralidad hilarante, consoladora y efervescente al mirar para el escondido lugar del sexo en la sociedad y en el individuo.
El sexo es parte indisoluble de nuestra cotidianidad. Pero se suele hablar de él a partir de la intolerancia y los prejuicios que el pudor impone o desde las moderaciones que conlleva el lastre de los estereotipos y los complejos con nombres provenientes del panteón griego.
Tengamos el sexo en paz ha sido una luminaria dichosa desde su estreno y aún desmorona concepciones y tabúes en todos los estratos sociales. Porque de sexo no se habla, se secretea en el mejor de los casos, las experiencias sexuales generalmente forman parte de lo más intrincado y secreto de la individualidad.
Cada vez que he visto esta obra, y no han sido pocas, es radiante la dinámica del desenfado tan indetenible que caracteriza a Darío Fo, Premio Nobel de Literatura y uno de los dramaturgos más punzantes y revoltosos que ha tenido sobre todo la vieja Europa.
Tengamos el sexo en paz con desenvoltura inteligente desaloja lo pornográfico, lo tópico, lo común, lo gastado para indagar en la impotencia, el orgasmo, la frigidez, el amor homosexual y heterosexual, el aborto, el Sida. Y todo empieza desde Adán y Eva.
En todos los monólogos que conforman la obra prima el punto de vista femenino sin dramas, siempre bajo una óptica divertida, jocosa, sin dejar de ser reflexiva, desmantelando los constructos sociales más conservadores y puritanos.
En estos primeros días de 2021 Teatro del Sol ha estrenado recientemente Sexo Sentido una puesta dirigida y actuada por Joel Angelino en la Sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht, otro acercamiento a Tengamos el sexo en paz.
Si no fuera porque el texto de Sexo sentido alude de manera anecdótica a Tengamos el sexo en paz podemos pasar alto que tenga que ver con la obra de la familia Fo. Porque Joel Angelino no hace una “traslación” ni ha estado “inspirado en”, ni ha hecho un “a partir de”.
Sexo sentido es un desposeído espectáculo que se solaza en la comodidad de lo común más sospechado. Son tantos los lugares comunes en él que cansa ya a los quince minutos de haber comenzado y dura hora y pico. Aunque en un momento de la puesta, cuando interviene un grupo de alumnos de actuación, y que resulta un fragmento muy disfrutable, pareciera que existe el ánima de los Fo. Se trata de una suerte de intermedio donde los estudiantes con organicidad particular se plantan en el escenario a contarnos situaciones equilibradas y refrescantes, cuando digo organicidad quiero decir que despliegan una lógica muy bien articulada y por ello los jóvenes se muestran tan enjundiosos en sus enunciaciones actorales.
Sexo sentido quiere divertir a costa de lo que sea, desde que empieza busca con desespero la risa. Azuza sin descanso al público para que esté al tanto de un suceder que no tiene ilación dramatúrgica.
Sexo sentido pretende airarse con el voltaje de cabaret con visos de los musicales norteamericanos y el “gourmet” estilo francés, olvidando que existe un Tropicana que desborda en frecuencias polifásicas por un lado y por el otro.
¿Por qué cuando se habla de sexo se acude tanto al chiste fácil y vacío, a la vulgaridad y la ligereza porno? ¿Quién ha dicho que desmitificamos el sexo empleando tan burdos recursos? ¿Lo naturalizamos así o nos creemos que lo cubaneamos más y la diversión rústica se hace espejo de lo alegre que somos?
Sexo sentido carece de progresión, no tiene teleología y se encangreja en la imaginación. Una cosa es asumir el sexo en sus partes más escandalosas y divertidas y otra es coger lo más abigarrado y soez del sexo callejero para pintarlo sin peripecia.
En Sexo sentido no hay transfiguraciones ideo-estéticas, es un hecho escénico ex nihilo pese a que tiene como motivación el calibre de lo sexual, y ya sabemos que en todas sus modalidades, gamas e intensidades el sexo media la vida. En teatro como en todo ex nihilo nihil fit.
Un encuentro humorístico con el sexo no tiene que teñirse de tanta simpleza. El encuentro entre dos cuerpos más que divertido es divino; y, si hay risa es para gozar más el encuentro y desdramatizar las situaciones imprevistas.
Dejémonos de malentendidos. Hablemos de sexo con responsabilidad y no con el choteo y la risita “catolicona” que esconde, después de todo, una moral religiosa aunque no nos sepamos el Padre Nuestro.
Hablar de sexo con responsabilidad e ingenio es muy difícil pero el riesgo no se puede sustituir por la insignificancia y la futilidad.
En Sexo sentido la estructura significante que debería tener como puesta en escena se diluye sin significados más allá de los empeños por divertir.
Joel Angelino es un actor de medular energía y agudeza escénica; como actor-performer sabe conjugar la radicalidad de sus yuxtaposiciones faciales con la poderosa expresión corporal de un performer que, por su espacialidad y movimiento, puede anular el personaje que interpreta e imponer su presencia física. Pero estas posibilidades requieren de una dirección enrumbada a desviar lo estereotipado y lo caricaturesco. Tal vez de eso ha carecido Sexo sentido porque para nada nos ayuda a tener el sexo en paz.