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Después de la pandemia… el TEATRO (I)

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Eberto García Abreu

I

Las noticias sobre la epidemia llegaban desde el primer momento, pero no podíamos calcular realmente las consecuencias y el impacto directo en nuestras vidas cotidianas. La salud se convirtió en el tesoro más importante a poner a buen resguardo. Acostumbrados como estamos en esta isla a las seguridades del sistema sanitario, y conscientes de las carencias materiales que cada día nos acechan, pensamos que todo se resolvería pronto. La certeza de convivir con el peligro no fue real hasta el mes de marzo, con mayor exactitud, el día 11, cuando ya empezaron a confirmar los primeros casos importados en Cuba.

Y de repente, todo cambió, o comenzó a cambiar. Pero nadie era capaz de considerar las dimensiones del cambio. Las ciudades progresivamente fueron deteniéndose. Paso a paso, fue llegando el silencio, el vacío, la incertidumbre, el desconcierto. El confinamiento y la distancia fueron palabras que se impusieron sin demasiadas persuasiones. Aún sin entender a cabalidad lo que sucedía en el mundo y en el país, tuvimos que cambiar a velocidades impensables. Sin embargo, no puedo afirmar que se hubiera producido un cambio sustancial. Vivíamos la conmoción ante lo desconocido y lo inevitable. Por tanto, el cambio llegó por urgencia e imposición. La pandemia intervino nuestras vidas. Las realidades que compartimos se transformaron en un territorio de aparentes igualdades ante la enfermedad y la sorpresa.

Tuvimos que reacomodar nuestras rutinas ante la confusión. El gobierno y las autoridades sanitarias, en todas sus instancias, desde la nación hasta el barrio y las casas, movilizaron a los profesionales de la salud y de otras áreas afines, para dar la batalla por la vida. La sociedad tuvo que reordenarse aprisa y los organismos estatales, al igual que el sector no estatal de la economía, procuraron otras formaciones para soportar la envergadura de la contienda que el coronavirus asignó. Colectiva y vital, esta lucha ha sido un trabajo cuidadoso en función de objetivos precisos: salvar y preservar las vidas, más allá de diferencias sociales, escaseces o inexperiencias en los procedimientos. Aprendizaje, comprensión, solidaridad y mucho trabajo, han sido los gestos primordiales de este proceso, colmado de inusuales desafíos individuales y colectivos.

Redacto estas notas en plena fase 1 de recuperación en La Habana. (1) El parte oficial indica que hay seis contagios confirmados; ayer fueron cuatro y antes de ayer solo dos. Hace días que no hay fallecidos y las cifras totales no llegan a 90. No superan los 300 hospitalizados en esta jornada. Las demás provincias ya están en fase 2 y en camino a la tercera etapa de la recuperación. La isla tiene las fronteras cerradas todavía. No hay turismo y solo llegan escasos vuelos, fundamentalmente con colaboradores y cubanos que regresan. Al llegar todos deben cumplir la cuarentena en centros de aislamiento para controlar la propagación del virus.

En medio de las frecuentes carestías, los problemas estructurales de la economía y las agudas restricciones del bloqueo de Estados Unidos, cada día más irracionales y asfixiantes, la pandemia exigió mayor cuidado de los recursos humanos y materiales disponibles. Aprendiendo sobre la marcha, ante la novedad y mutabilidad del virus, médicos y científicos, junto a sus colegas de otros oficios, abrieron una brecha a la muerte y la desolación. Fueron la avanzada de la esperanza, la evidencia objetiva de un conocimiento bien fundado y de una voluntad de acción a prueba de no pocas dificultades. Humanismo y solidaridad son señales de las jornadas bienhechoras de estos días terribles que los cubanos hemos vivido con menos rigor y estremecimientos, gracias a los esfuerzos colectivos, la solidaridad de amigos y familiares y el amparo gubernamental.

La supuesta confianza en la lejanía y poca probabilidad de afectación, se fundamentaba, quizás, en el prestigio de nuestro personal de salud y el sistema de instituciones sanitarias, más allá de los problemas de avituallamiento y funcionalidad. Pero el impacto más contundente nos hizo ver que no era solo un asunto de sanidad, sino un fenómeno que aquejaría a toda la sociedad cubana. Y así ha sido.

Entre otras, el teatro y la cultura son áreas colaterales del problema humano que crece ante nuestros ojos. La imposibilidad del encuentro, esencia de nuestra labor creativa, ha sido el mazazo más fuerte que hemos recibido. Más allá de ese hecho inobjetable, emergió el temor al contagio ante un mal que no da el rostro, por más que se le acorrale. Temor al contacto. Temor a enfermar y contagiar al otro. De pronto todos somos extraños; presuntos portadores de un patógeno que nos supera y paraliza. Pero el teatro es acción. Sus relaciones con la separación, la quietud, la parálisis y la espera, no son muy buenas. De las crisis nacen historias y decisiones para seguir en vida. Eso lo sabemos muy bien los teatristas, por eso las reacciones nacieron paso a paso, tras el caos del primer estallido.

Los gestos fueron, y continúan siendo, muy diversos y personales. El carácter colectivo de nuestra obra sirvió de amparo y plataforma de lanzamiento para nuevas ideas, cuyo principal propósito fue restablecer los puentes para el encuentro, el sostenimiento de las presencias y la búsqueda de la mirada y las voces de los otros, igualmente distantes, confinados y amenazados. El yo se multiplicó en muchos nosotros, más allá de las fronteras cerradas y las geografías remarcadas por los brotes de infestación en cada país. La Isla se hizo aún más grande, porque se reconoció en todas las regiones donde habitan los cubanos y en aquellos lugares hacia los cuales nuestros médicos llevaron, no solo sus saberes y auxilios, sino sus artes curativas para el espíritu.

Médicos y enfermeros de Cuba, distribuidos en cuatro regiones de Perú, trabajan junto a sus locales, contra la pandemia de Covid-19 que ha contagiado a más de 200 mil peruanos. Foto periódico Escambray

Los primeros enfermos de Covid 19 en Cuba se confirmaron durante las jornadas de trabajo del Laboratorio Internacional Traspasos Escénicos 2020, proyecto de investigación, creación y formación que dirijo desde hace 10 años. Justo en el centro del evento saltaron las alarmas y comenzaron a llegar las noticias amargas de lo que sucedía en Europa. Maestros, investigadores, talleristas, críticos, gestores y artistas escénicos de Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, España, Estados Unidos, Francia, Italia y México, junto a participantes cubanos de casi todas las provincias, apuraron las sesiones finales del evento, vieron cerrar los teatros y asistieron a las últimas funciones de Argos Teatro, Trébol Teatro, Oficio de Isla, Ludi Teatro, X2 Teatro, Compañía del Cuartel, Impulso Teatro, Teatro de la Fortaleza y Teatro El Portazo, entre otras agrupaciones que estaban en cartelera en La Habana, sede de nuestro encuentro. Desde entonces no he vuelto al teatro, aunque ya hemos retomado ensayos y producciones en algunos grupos.

Reponernos del frenazo violento, como en cualquier parte del mundo, nos ha llevado tiempo y esfuerzos. No todos hemos logrado una recuperación plena y efectiva. Pero creo que, al mirar hacia atrás, en lo más inmediato, percibo signos de resistencia, ejercicios de creatividad absolutamente esperanzadores y provisorios, no solo para mantener las formas y la vitalidad de los cuerpos, sino para reavivar la capacidad de respuesta, la inspiración y las urgentes necesidades de reflexión, recogimiento y gestación de acciones que, sin importar sus tiempos y procederes, nuevas o arcaicas, llenarán el vacío creado por la imposibilidad de los encuentros que el teatro necesita.

Si bien uno pudiera pensar en experiencias cercanas en cada uno de nuestros países, las dimensiones reales de los efectos sociales y culturales de la pandemia, cuando lleguen mejores momentos para sus estudios correspondientes, serán impredecibles. Ante la muerte no hay demasiadas opciones, más allá de las creencias y costumbres que tengamos en nuestras culturas. Sin embargo, las gentes de los teatros, aquí o allá, han preservado el aliento del contacto humano para compartir y construir nuevos relatos. A tan perdurable necesidad, casi nadie ha podido renunciar. Tal vez por eso, el miedo fue pasando. La incertidumbre y el desánimo dejaron espacio a la creatividad y a los oficios que nos distinguen, apelando a imperecederas artesanías y a la incorporación efectiva de las nuevas tecnologías y maneras de trabajar, para comunicar y presenciar (hacer presente) las vivencias, sucesos e ilusiones que los artistas necesitaban echar a rodar por los escenarios más insospechados.

No hay nada de exclusivo en todo esto que he contado. Cuba y el mundo se hicieron parte de una misma realidad habitada por los fragmentos de recursos, las diferencias sociales y las aparentes igualdades para los servicios sanitarios, impuestas por las urgentes circunstancias. Ojalá las rivalidades y confrontaciones que vivimos aquí y allá, amañadas en guerras y escaramuzas políticas de grandes dimensiones, dejen de ser el centro de los problemas a atender por los gobiernos, y la obligación de construir una vida plena, saludable y próspera para todos, devenga propósito esencial de políticos, gobernantes y cualquier ciudadano. La pandemia es otra señal de alarma ante la magnitud incontrolable de las crisis que cotidianamente tenemos que afrontar, muchas veces sin salida ni perspectivas de cambio.

En consecuencia, los diversos y discordantes teatros que construimos, igualmente parcelados por las preferencias estéticas, los posicionamientos teóricos y las innumerables divergencias metodológicas que empleamos en nuestras profesiones, más allá de los saberes que generan y preservan en tanto prácticas sociales y humanas; deberían gestionar renovadas estrategias para la convivencia, de cara al tiempo que llega. Tiempo marcado por las cicatrices permanentes que la pandemia y sus correlatos dejan en los cuerpos y las biografías de los ejecutantes de los rituales escénicos.

Porque se trata, quizás, de algo más que las historias que podamos presentar o representar. Corresponde ahora atravesar el campo minado por las preguntas no resueltas, respecto a las singulares condiciones que tendremos que crear para el encuentro teatral. Y esta nueva situación remueve los procedimientos creativos y las alternativas para construir audiencias. Ello no tendría que reducir el alcance de las representaciones. En todo caso, tendremos que procurar otras alianzas productivas, técnicas y poéticas, para crear y circular las ficciones que necesitamos compartir, mediante dispositivos escénicos cada vez más seductores y eficientes. Creadores, gestores, críticos e investigadores, estamos abocados a este nuevo desafío, porque las artes de la escena no son solo una demanda hedonista e inaplazable de los artistas; son un alivio y una necesidad apremiantes para los espectadores.

Médicos cubanos en Lombardía. Foto AFP

II

Convocado por Funámbulos y mi querido amigo Federico Irazábal, para pensar y confrontar sobre los efectos de la pandemia en nuestros teatros, me vi frente a preguntas y problemas que no había querido asumir en su dimensión más reflexiva. Más bien, los había evitado y aún trato de mantenerlos a raya. Imagino que a muchos les suceda algo parecido. La inmediatez de los hechos es dolorosa y puede confundir o difuminar los verdaderos contornos y consecuencias de los problemas. El tiempo pondrá las cosas en su lugar. Eso espero.

Pero el llamado de un amigo es un reclamo de primer orden. Me pareció demasiado grande reflexionar solo. Mis experiencias no son convincentes por sí mismas. Los trabajos que han hecho muchos de mis colegas cubanos, me dieron el punto ideal para una confrontación más colectiva y participante. Le avisé a unos cuantos. Les pregunté sobre sus vivencias en el confinamiento, el aislamiento o las distancias; indagué sobre los procesos que tuvieron que interrumpir o posponer, y traté de saber de qué manera retomaron el trabajo o lo proyectaron por otros cauces. Dada la presencia de muchas experiencias en las redes sociales y en soportes tecnológicos, también averigüé sobre las posibilidades y bondades que tales implementos podían ofrecer. Al final, las preguntas se combinaban en una preocupación central: ¿cómo sostener, promover y desarrollar el encuentro entre espectadores y creadores en los escenarios aportados por las tecnologías y los espacios convencionales, dispuestos para acoger en la distancia a los practicantes del teatro? ¿Sería esta situación una contingencia transitoria o supondría una estación más permanente?

Es cierto que las redes sociales, la televisión y otros medios virtuales, han favorecido el trabajo de los artistas y han satisfecho algunas expectativas de los espectadores cautivos en sus sitios de aislamiento. Se ha trabajado con equivalentes y sucedáneos. Progresivamente se han estructurado programaciones y eventos a través de los medios y dispositivos tecnológicos. Pero el teatro, como hecho vivo y contaminante –nunca mejor dicho- no ha estado plenamente. Calles, portales, balcones, salas, o cualquier otro espacio no convencional han recibido a los artistas para encontrarse con los públicos, desde la lejanía y la precaución. Han surgido obras nuevas y han sido modificadas, versionadas y ajustadas muchas propuestas activas de los repertorios. Se ha resistido a la desorientación y la pausa de producción. Así hemos hecho perdurar la idea de lo teatral, dilatando un poco más los contornos de las teatralidades que articulan nuestros imaginarios escénicos. Mas el teatro no ha vuelto a sus dimensiones reales. Lo cual no quiere decir que no lo hará en cualquier momento, bajo otras condiciones, tan plural y generoso como ha sido siempre.

Sin ánimos de sentar pautas o registrar las mejores experiencias, ni siquiera con un afán de mostrar una zona representativa del quehacer teatral cubano de ahora mismo, extendí la convocatoria de Federico a otros teatristas, para que llegaran a otros ámbitos los aprendizajes y los proyectos que encaminan sus creaciones hacia esa nueva normalidad en la que tendremos que convivir y crear. Mi amiga y colega, la teatróloga Yudd Favier, conocedora esencial de universo del teatro para niños y de títeres y figuras, aceptó mi llamado de colaboración y platicó con creadores de esta importante zona del teatro cubano, sumando otras voces al diálogo. Sin darnos cuenta, a pesar de nuestras enormes dificultades para la conexión a Internet, nació un foro, chat o intercambio, como pueda llamarse, en el que muchos colegas han aportado sus vivencias y consideraciones. Encontrar el hilo de este diálogo virtual ha sido tarea complicada o casi imposible, por tratarse de impresiones tan disímiles. Pero el intento vale la pena, porque entre todos hablamos no solo de pandemia y choque, sino de teatro y vida.

Aquí están sus voces y sus vivencias para compartir y dialogar.

Osvaldo Doimeadiós en Oficio de Isla. Foto Sonia Almaguer.

Con Osvaldo Doimeadiós, actor, humorista, maestro y director teatral, inicio este foro, porque la pandemia nos sorprendió juntos en medio de las presentaciones de un espectáculo dirigido por él, en el que hice la asesoría teatral. Sus palabras, como las de los creadores que respondieron a mi llamada, las hago mías.

El público excedía la capacidad de la sala alternativa del Complejo Cultural Bertolt Brecht, en la calle Línea del Vedado habanero. Era la tercera presentación allí de nuestra puesta Oficio de isla, en la muestra del Laboratorio Internacional Traspasos Escénicos. La función, vibrante e inolvidable en muchos sentidos. Media hora antes de comenzar, mientras nos preparábamos, el noticiero estelar de la Televisión Cubana informaba de los primeros casos positivos a la Covid 19 en nuestro país. Era la noche del 11 de marzo.

Primero fue el shock, luego el miedo que va creciendo como avalancha. Las noticias no podían ser más desalentadoras; el primer mundo sucumbe, con cifras de contagiados y muertes alarmantes, ante un enemigo invisible que prácticamente paraliza la mayor parte de las actividades en casi todo el planeta. La tragedia llega a nuestro continente, y hoy lamentablemente es su epicentro.

El teatro es -entre muchas otras cosas- un espacio de libertad y aproximación, de intercambio de corrientes vivenciales conflictuadas, un juego colectivo ejercitado en comunidad. Las medidas sanitarias implementadas para detener la propagación del virus recomiendan el distanciamiento social y confinamiento en nuestras casas. Todas las actividades de las artes ejecutadas en vivo, como el teatro, deben cesar.

Muchas han sido las iniciativas que se han generado desde las redes sociales para activar la comunicación entre grupos y sectores sociales. Las redes han sido escenarios de resistencia, debate y afirmación.

Desde WhatsApp he enviado spots a la radio, programas de TV, archivos de voces para dibujos animados y hasta clases (prefiero llamarle conversatorios) para estudiantes de actuación, esta última una experiencia bien extraña, pues no concibo una clase de esta manera. Las plataformas digitales pueden ser herramientas útiles para intercambiar chistes (tan necesario el humor en éstos tiempos), materiales audiovisuales y, aunque desde allí podamos guiar procesos de entrenamiento y de investigación hacia el actor o hacia alguna otra zona, nada podrá suplir en la artesanía de un espectáculo, la presencia viva de los intérpretes sobre la escena y la comunión establecida en complicidad con el público.

Quiero ser optimista, quiero curarme de esta nueva porción de miedo que se queda gravitando en el aire, quiero mirar la crisis como un impulso dialéctico, quizás llegó al teatro para compulsarnos a buscar otras estrategias y soluciones a la hora de concebir la puesta en escena y los circuitos de circulación, para indagar en nuevos espacios y -quien quita-, para organizar el juego espacial de otra manera. Quiero ser optimista, porque cada día, me llaman o me escriben los actores con los que trabajo, ansiosos como yo por recomenzar, porque me escriben otros actores jóvenes deseosos de participar en alguno de nuestros procesos. ¿Acaso, una de las grandes lecciones del teatro, no es que siempre hay que volver, como la primera vez…?

La crisis llegó para recordarnos algo que a veces olvidamos, algo que sabían los griegos y todas las culturas ancestrales, que la violencia engendra violencia y el daño que le hacemos a la naturaleza nos pasa factura, que somos seres vulnerables, que la eternidad dura el breve tiempo que dura una emoción, una sonrisa, un abrazo, un beso y por eso también el teatro nos convoca.

Decía que el teatro es volver como la primera vez, y recordé un poema de Brecht titulado “El aprendiz”, que dice:

Primero construí sobre la arena, después sobre la roca.

Cuando la roca se quebró

No construí sobre nada.

Después a menudo volví a construir

Sobre arena y rocas, como saliera, pero

Había aprendido

La creadora Roxana Pineda, líder de Teatro La Rosa. Foto Archivo Cubaescena.

Roxana Pineda, actriz y directora de Teatro La Rosa, en Villa Clara, reflexiona sobre estos asuntos:

Guardo en la memoria la escena de la peste en la obra Galileo Galilei de Bertolt Brecht. Era muy joven y junto a otros amigos que en aquellos años de los 80’ estudiábamos teatro, pudimos enfrentar la experiencia de trabajar con Vicente Revuelta el montaje de esa obra infinita. En la escena de la peste la diatriba era ayudar o no a los otros, y la lechera enfrentaba ese dilema. Podías morir de hambre o morir de pudrición. Siempre me he preguntado cómo sería en verdad vivir “la peste”. Vivir la muerte, el miedo, el encierro, la desconfianza, la deslealtad, la deshumanización, los afectos, el olvido, el salvajismo, la solidaridad, la valentía… No hemos vivido la peste, pero esta pandemia ha parado en seco la vida tal y como la diseñamos cada día, y claro, también cada uno de nuestros proyectos personales y profesionales.

Voy a ser sincera: no me han desesperado ni el miedo a enfermar ni la paralización momentánea del trabajo. Detenerse en el tiempo puede ser provechoso si habitualmente no perdemos el tiempo. Salvo la necesidad de gastar energía, abrazar a los amigos y familiares, sentir el aire o el mar; salvo las ganas arrebatadoras de pisar el escenario que por momentos me asalta, veo este pasaje como una introspección útil en lo profesional y en lo personal. El asombro del que hablaba Brecht; ver con otros ojos lo que siempre estuvo ahí.

He repensado mi lugar en el mundo, mi visión de un futuro que para mí cada vez es más el presente. Me he preguntado cómo encarar mis relaciones de trabajo con un grupo que cada vez tiene menos actores y qué formas puedo investigar para que mis espectáculos se inserten en un diálogo vital con su tiempo.

Cada vez desprecio más las nociones de éxito y trascendencia, y este tiempo me reafirma la importancia de lo pequeño, y lo inútil de la acumulación de cosas materiales que inundan nuestras vidas. La solidaridad emerge como un territorio esencial de la especie, y los oportunismos de todo tipo lastran la plenitud de la existencia. Las redes fueron la ventana al mundo y nos enseñaron a pensar con libertad. En las redes tuve mi escenario para seguir en vida como actriz, y para seguir pensando sin hacer concesiones a tanta bobería que también las habita.

Viví esta pandemia como un tiempo privilegiado que me permitió volver a mí con más fuerza, pero con más calma. La fuerza para desterrar todo lo banal y desde mi identidad total construir un puente entre mi universo espiritual y los que vienen a vernos. Siento sobre mí la responsabilidad de construir las amarras de ese puente contando con ellos, con ese público que tiene sus heridas y sus sueños. Me siento orgullosa de hacerlo en este país, y es aquí donde quiero completar mi destino, anclada al teatro y a los afectos.

  •  Este texto fue escrito a solicitud de la revista argentina de crítica teatral Funámbulos, dirigida por Federico Irazábal. La edición original está localizable en https://online.fliphtml5.com/pnxpk/gcuc/ y www.funambulos.com.ar A partir de este trabajo conjunto entre varios creadores, críticos y gestores, organicé mi intervención en el Coloquio Catástrofe y Paradoja: Escenas de la pandemia, coordinado por La Red de Estudios de las Artes Escénicas Latinoamericanas REAL. https://www.youtube.com/watch?v=LoDRU9VGPZw, http://fich.pro/real/, https://www.instagram.com/real_redlatinoamericana/
  1. En poco tiempo, la realidad cambió. Al revisar el texto para su publicación en Cubaescena, La Habana tiene una difícil situación epidemiológica. Hemos vuelto a una fase anterior y los casos de contagio y fallecidos han aumentado. Hoy se trabaja duramente para controlar la situación. Ya existe la vacuna rusa Sputnik V y se hacen los ensayos clínicos del candidato vacunal cubano Soberana I. Crisis y esperanzas van de la mano.